En la provincia de Neuquén, próximo al cruce internacional Tromen, se encuentra este coloso de 3747 m de altura. Rodeado de valles, lagos y montañas, el Lanín pierde su mirada en el horizonte de nieves eternas. Atesora, entre sus lavas y gases, historias de todas las épocas, entre ellas la propia.
El principio de la historia
Cuenta la leyenda que, hace cientos de años, la cumbre del volcán Lanín era custodiada por Pillán (un dios maligno). Este habitaba la cumbre del coloso, desde donde observaba las montañas y velaba por la naturaleza. ¡Y es que, pese a ser una divinidad del mal, era justiciero y defendía la naturaleza con uñas y garras!
Una tarde, un grupo de jóvenes huaiquimiles se alejaron de la tribu para ir a cazar huemules. De este animal, consumían su carne y también sus pieles, con las cuales se confeccionaban parte de sus abrigos y vestimentas. Finalmente, la odisea por cazarlos los llevó al piedemonte del volcán Lanín. Allí su guardián los vigilaba furioso.
Al ver cómo sacrificaban a los animales, el dios Pillán perdió la razón. Rápidamente transformó su enojo en una gran tormenta, e hizo que el volcán arrojara lava, humo, llamas y cenizas. Buscaba generar miedo y terror en la tribu, ¡y lo logró!
¿Cómo hacer para calmar las aguas?
Preocupada por el fenómeno causado por Pillán, la tribu decidió recurrir a la sabiduría del más anciano de la tribu. ¡Querían saber cómo hacer para apaciguar la ira de este dios! El brujo pasó varios días recluido en una cueva, pensando y repensando cuál sería la mejor solución, hasta que finalmente encontró la respuesta. Con gran dolor, les comunicó a todos los huaiquimiles que deberían sacrificar a Hueilefun, la hija menor del cacique.
Así fue que Quechuán, el joven más valiente de la tribu, fue el encargado de llevar engañosamente a Hueilefun al punto indicado por el brujo: “El lugar donde vivían los vientos más intensos”.
Allí entre los rayos y nubes de cenizas que envolvían al volcán Lanín, apareció un ave. Era un gran cóndor andino con ojos brillantes, que desafiaba la intensidad del viento con su vuelo acrobático. Rápidamente tomó a la joven niña y la depositó en el cráter del volcán.
La paz llegó blanca y silenciosa
Como por arte de magia, una densa bruma envolvió al coloso. La paz llegó en forma de nieve… blanca y copiosa. Cubrió el cráter, apagó el fuego y, misteriosamente, sembró un estremecedor silencio eterno en aquel paisaje de montañas. Los huemules encontraron más años de vida, Hueilefun un descanso eterno en el interior del volcán y el gigante Lanín una quietud eterna.
Madrynense y argentina. Lic. en RRPP (UP), especializada en Comunicación e Identidad Corporativa (UNIR) y docente universitaria. Apasionada por la comunicación en todas sus expresiones, porque como dice Paul Watzlawick “Todo Comunica”… las palabras, las reacciones y nuestro cuerpo. Mi desafío profesional es cuidar de “ese todo”, aportando mis conocimientos y gestionando las herramientas necesarias para que las comunicaciones fluyan como las olas del mar.