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3 mitos para conocer la identidad cordobesa

Te contamos tres historias que te ponen los pelos de punta y que, históricamente, forman parte de nuestro acervo cultural.

Los mitos, leyendas y cuentos que circulan dentro de cada comunidad nos constituyen como sociedad. Revisar y recordar cuáles son las versiones de las historias que circulan constantemente y no se pierden en el tiempo es necesario para saber de qué estamos hechos. En este caso, con estas 3 historias, demostramos que los cordobeses estamos hechos de terror...

 

1. El burro de los siete chicos

Esta era una de las visiones más enigmáticas y extrañas que la noche cordobesa podía deparar: un burro con siete niños montados en su lomo que aparecía en silencio y en silencio desaparecía. Siempre se asomaba por la espalda del Colegio Santo Tomás, es decir, sobre la calle Duarte Quirós. Azor Girmaut refiere que por esa calle corría una acequia que venía de La Toma hasta la esquina de Bolívar, donde se desviaba para alimentar el lago del Paseo Sobremonte. “En las márgenes de esta acequia, crecía una vegetación muy robusta, formando pequeños bosquecitos de talillas, cina-cinas, molles, cañaverales, etcétera” describe la sede de la memoria popular de los cordobeses. Era en uno de esos cañaverales tupidos, desde donde se afirmaba salía un burro enorme de color medio zaino, en el que montaban siete chicos.

El animal, se “aparecía algunas noches, a eso de las doce, lentamente seguía caminando por una especie de senda que se desarrollaba paralela a la acequia rumbo al poniente. No producía ruido alguno al caminar y los chicos parecían empalizados, ya que no se movían, viajando tiesos. Antes de llegar a la esquina de la calle Bolívar, o sea, donde la esquina era desviada hacia el paseo, explotaba el burro, pero sin ruido y desaparecía misteriosamente con sus siete chicos” cuenta Girmaut.

2. El perro negro del Santo Tomás

Este mítico ser del escenario cordobés, salía de un cañaveral, caracterizado por ser un lugar húmedo y muchas veces rodeado de agua. Este punto se encontraba justo detrás del Colegio Santo Tomás, entre Caseros y Duarte Quirós. Era un animal inmenso, tenía ojos fosforescentes y hacía extraños ruidos como gorgoteos. Seguía a la persona que estuviera pasando por ahí, haciendo sonar sus pezuñas y su respiración de lobo. Por suerte para los perseguidos transeúntes, en paralelo a la aparición del perro negro, también aparecía un perro blanco y luminoso. Cuenta la leyenda, que el perro blanco representaba al Ángel de la Guarda que con su presencia espantaba al malvado y salvaba a la persona perseguida. 

Los fondos del Colegio de Santo Tomás eran una zona de aparecidos truculentos, pues fue degolladero durante la ocupación de la ciudad por el general Oribe, a mitad del S. XIX. Es por eso, que hasta el día de hoy se mantienen las leyendas y ese espacio sigue siendo un lugar con carga energética negativa, según los que investigan hechos paranormales.

3. La chica de la campera 

La chica de la campera era una bella joven con la campera manchada con café. Cuenta la leyenda que asusta a los taxistas en la zona del cementerio San Jerónimo en Alberdi. Los hace ir hasta los paredones del cementerio para luego atravesar el muro ante la mirada atónita del conductor del taxi. Existen variantes de esta historia, dicen que hace su desaparición con un ramo de rosas o un violín. 

Sin embargo hay una constante: siempre es una joven muy hermosa. Una de las versiones más verosímiles cuenta que todo comenzó en un baile donde dos jóvenes (un varón y una mujer)  se conocieron, simpatizaron y bailaron toda la noche juntos. Al final de la madrugada, ella decide partir hacia su casa y el muchacho se ofrece a acompañarla, como ella temblaba por el frío, él con gesto romántico, se quita la campera y se la pone sobre los hombros. Cuando están muy cerca de la casa, ella le dice que hasta ahí está bien, que le agradece la compañía; le da un beso en la mejilla y se marcha sola. 

Al día siguiente, el muchacho siente que quiere volver a verla y, con la excusa de recuperar su campera, vuelve al lugar donde la dejó. Al preguntar por su enamorada, sus padres extrañados le comentan que sí, que por los datos era ella, pero que la chica había fallecido hacía dos años…

Esta historia se repite con modificaciones si se la escucha en Bell Ville, en Villa María o en Río Tercero, donde los protagonistas asustados son camioneros.

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