¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Dicen que lo que distingue a los humanos de otros animales —y lo que hizo que el homo sapiens prevaleciera por sobre otros de su misma especie— es la capacidad de imaginar cosas que no existen. De ella surgen los grandes mitos que permiten que personas que no se conocen entre sí colaboren por una causa común. Y, cuando decimos “mitos”, hablamos de las religiones, los Estados, las corporaciones… todo aquello que existe solo porque muchos individuos están convencidos de que así es.
Las leyendas urbanas tienen una función fundamental en la memoria colectiva de los barrios, que se sustenta en lo vivido, lo imaginado y, sobre todo, lo compartido por generaciones y generaciones de vecinos.
Como cualquier gran ciudad del mundo, Buenos Aires está llena de historias, mitos y leyendas cuyo origen es muchas veces desconocido. Y, aunque nuestra parte racional nos dice que es descabellado creer en esas cosas, no podemos evitar que nos corra un escalofrío por la espalda cuando nos las cuentan. Porque las brujas no existen, pero que las hay…
Caballito y Barracas son los escenarios de las dos leyendas urbanas que nos convocan en esta ocasión. Vamos a conocerlas.
Cuesta imaginar el centro del barrio de Caballito como una zona de quintas. Pero eso es lo que era hace no tantas décadas atrás. El Parque Rivadavia, lugar de encuentro y de esparcimiento de los vecinos de la zona, en sus orígenes era la quinta de don Ambrosio Plácido Lezica, un comerciante dedicado a la producción de vinos.
De hecho, la antigua noria (que hoy funciona como fuente) y parte de las rejas originales aún permanecen en el parque, que fue comprado por la Municipalidad al fallecer su dueño e inaugurado como espacio público en 1928.
Pero volvamos a la historia que nos convoca, que es —como la mayoría de las leyendas urbanas— una historia de terror. Y de amor, por supuesto.
Al parecer, uno de los hijos de don Ambrosio tenía una amante, con quien compartía un amor prohibido: ella era una planchadora negra, y la sociedad del momento jamás hubiera aceptado una relación de ese tipo. Un buen día, la planchadora se puso de novia y el joven no soportó lo que consideró un engaño: la degolló y, unos días después, se suicidó ahorcándose en un eucaliptus que el presidente Domingo Faustino Sarmiento le había regalado a su padre.
Si ese final te parece lo suficientemente trágico, aún hay más. El cadáver de la mujer fue encontrado en la quinta, pero su cabeza nunca apareció. Por eso, hay quien dice que el fantasma de la planchadora sin cabeza todavía deambula por la zona.
Así que, si andás por el parque de noche, tené mucho cuidado por dónde caminás.
Otra zona de quintas era, en su momento, el barrio de Barracas. Muchas de estas casas se situaban sobre la Calle Larga, que actualmente es la avenida Montes de Oca. Allí tenía su morada, entre otros hombres prósperos de la época, el almirante Guillermo Brown.
Estamos en el año 1827 y la joven hija del almirante, Elisa, está atravesando el mejor momento de su vida. Enamorada y pronta a casarse, un futuro brillante está a su espera. Sin embargo, las cosas no salen como estaban planeadas: su prometido, el sargento mayor Francis Drummond, muere en un combate junto a la Fragata Sarandí durante la guerra con el Imperio de Brasil.
Elisa no puede soportar tanto dolor y —aquí comienza la leyenda— se interna en el río vestida de novia con la esperanza de reencontrase con su amado.
¿Adivinen el fantasma de quién dicen que anda por Montes de Oca por las noches?
Imagen: Freepik
Fecha de Publicación: 16/03/2023
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