Lamentablemente no son muchos los argentinos que conocen al “Grupo Andando”. En sus primeras épocas, hace ya varios años, se trataba de cuatro amigos que un día llegaron a un salón prestado de la villa 21-24, se sentaron en una mesa y aceptaron dos cosas: que querían cambiar la realidad y que no sabían bien cómo hacerlo. Empezaron por algo que tuviera un impacto inmediato: armaron un grupo de apoyo escolar.
Al poco tiempo ya tenían diez alumnos “estables”. Hoy son más de ochenta voluntarios y por los talleres y actividades que llevan a cabo (ampliando muchísimo el espectro, ya no son solo clases de apoyo escolar), pasan más de 150 personas por día. En un principio fueron clases de matemáticas y de lengua. Pero detectaron que había algo más urgente: la mayoría de los chicos que asistían a las clases tenía hambre. Entonces decidieron incorporar, junto a las calculadoras, reglas y compases, una merienda. Y ahí pegaron el salto.
Grupo Andando: ¿cómo cambiar la realidad del otro?
En agradecimiento por lo que estaban haciendo, muchas de las familias de los niños quisieron conocerlos. Empezaron a visitar las casas y a llevar a cabo un trabajo de contención familiar y social. Detectaron que eran muchos los casos en los que tanto alumnos como sus familiares tenían problemas de salud que ni siquiera sabían que tenían. Los ayudaron a pedir turnos y los acompañaron a la salita de primeros cuidados. Sumaron charlas de higiene y prevención. Una vez que esto ya estuvo más o menos encaminado, agregaron talleres de oficios y ayudaron a sacar los DNI de quienes no lo tenían.
Un ejemplo más de que lo que realmente importa, cuando alguien quiere ayudar, son las ganas y el entusiasmo. Las necesidades y la forma de encararlas, terminan apareciendo solas. Desde este humilde espacio, nuestra admiración y agradecimiento a todos los voluntarios del “Grupo Andando”.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.