¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“El hombre nace roto” es una de las célebres frases de Eugene O’Neill, Premio Nobel 1936, padre del teatro norteamericano. Que bien pudo este pesimista existencial empezar a pergeñar, esa línea daga que recorre los clásicos de “Anna Christie” a “Largo viaje de un día hacia la noche”, en las noches entre rufianes, prostitutas y marineros de La Boca. O viendo las primeras películas pornográficas del mundo en un piringundín de Barracas o Paseo Colón. O’Neill siempre admitió que vino al Río de la Plata como hombre y se volvió al Río Hudson como poeta. De los desesperados. Joseph Conrad, que también pasó y bebió por la Negra Carolina de la Vuelta de Rocha del Centenario como O’Neill, posee otra frase célebre, más bien dos palabras inspiradas en los ríos africanos. O en el Riachuelo. El Horror, el Horror.
El reciente estreno de “Elsa Tiro” de Gonzalo Demaría, con dirección de Luciano Cáceres e interpretación de Cáceres, Alejandra Radano y Josefina Scaglione, en el Teatro Regio porteño, remueve los fantasmas del pasado que no terminan de morir. Como en anteriores obras de este dramaturgo, como la protagonizada por Cáceres en 2011 en los aires negros de la Fiebre Amarilla, “El cordero de ojos azules”, o la reciente con un Virrey gai en “La comedia es peligrosa”, desploma el cemento transformador y expone desnudas las ánimas que, en verdad, hicieron y hacen a la Reina del Plata. En este oportunidad nos lleva, con tintes melodramáticos, en la arriesgada puesta que contradice el realismo suicida de O’Neill, a los tiempos violentos del Centenario, con algunos que festejan, mientras la mayoría duerme en plazas y sobrevive en condiciones inhumanas. Una país de infantas y guirnaldas donde la única manera de que una joven pobre ascienda socialmente era prostituirse.
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O’Neill, pariente de Armando Discépolo y Raúl Scalabrini Ortiz, abandonó la vida rebelde, pero acomodada, bajo el ala del padre actor irlandés de fama, en Estados Unidos. Y visitó Argentina, entre agosto de 1910 y marzo de 1911, de marinero raso de cargueros. Y compartió la dureza de existir en estos parajes del sur donde la manteca era para pocos. Demaría retrata estos mundos desiguales chocando, el tango y el jazz, la oligarquía y los marginales, el escritor consagrado y la chusma, mientras las alas de las mariposas estallan en tuberculosis, o se ahogan en alcohol. Un delirante O’Neill, junto a una ávida esposa en la versión de Demaría, invocan una historia bien nuestra veleda y negada, como los miles de “Renguitas” de la Isla Maciel, la capital internacional de la prostitución y la corrupción de la Belle Époque. “Nos mudaremos a Chicago, donde reinan la mafia, el juego y la prostitución” dice el joven O’Neill/Cáceres a la desangelada Renguita/Scaglione, sabiendo que no volverá como el Mat de “Anna Christie”, y ésta responde, “Ah, igual que Avellaneda”.
Desembarcó Eugene O’Neill con sesenta dólares en los bolsillos, en un carguero bostoniano de maderas, y se los gastó en la primera noche de bar con marineros norteamericanos, y roñoso alojamiento en un hotel de Constitución. En el imaginario de este joven de veinte años, que trastocaría los claustros de Princeton y las salas lujosas acompañando al padre, por los bancos de parques porteños y las fondas de ginebras de a diez centavos, anhelaba que la comunidad de connacionales ayudarían a sus sueños de transformarse en escritor y dramaturgo. Nunca sucedió, a la manera que refleja la pieza de Demaría. Con los pocos dólares que recibía de amigos de la familia, o algún viaje improvisado a fin de 1910 a Sudáfrica cuidando mulas en un carguero, el futuro cuatro veces ganador del Pulitzer apenas tenía para comer con los salarios de estibador o sereno de un frigorífico de Avellaneda. Al que quiso asaltar con sus amigos y amigas de la miseria, al igual que una casa de cambios. No pretendía adrede Eugene vivir en Pampa y la Vía, sin nada que llevarse a la boca ni guarecerse en las húmedas noches, sino que ese “descenso a los infiernos” fue un desesperada búsqueda de identidad, en lucha contra los mandatos paternos.
Fue el escritor un asiduo concurrente del Sailor’s Opera en San Telmo. Las biografías de O’Neill registran el recuerdo afectuoso que el poeta, antes que dramaturgo experimental de acuerdo a los especialistas, retuvo de ese antro: “Era un loquero, pero siempre había algún programa para los habitués. Todo el que se hallaba en el salón aportaba alguna actuación... Algún viejo lobo de mar contaba un cuento, otro bailaba... Había acaloradas discusiones entre marineros yanquis y europeos acerca de la calidad de sus barcos. Y si alguna noche no prometía otro entretenimiento, siempre se podía iniciar una buena pelea para pasar el rato”. Otro rumbo ruin era Barracas, donde funcionaba una floreciente industria de realización y exhibición pornográfica, más de medio siglo antes que California, “Marineros borrachos, burreros empedernidos, funcionarios desclasados del servicio diplomático, mujeres que ofrecían y homosexuales que pedían, además de esos jovenzuelos que entregaban por las mesas tarjetas rosadas y amarillas que ofrecían paraísos en rojo... Y siempre, como ruido de fondo, alguna melodía producida a martillazos por un pianista, el único sobrio” De los últimos meses en Buenos Aires, en los cuales O´Neill revolvía la basura de las fondas extramuros y dormitaba ebrio en Parque Lezama, parece que compartió “chapas” con una joven tuberculosa, según las biografías que citaba Andrew Graham-Yooll en el diario Página/12 -indudable fuente de inspiración de Demaría, que retomaba este vital episodio porteño del dramaturgo de “Extraño Interludio”, como antes Pedro Orgambide, Juan José Delaney y Miguel Sottolano - . Regresó O´Neill a New York enfermo y desahuciado. El daño corporal, los personajes trágicos, ya anidaban en el pecho del norteamericano.
En 1913 le ofrecieron volver a Buenos Aires. Eugene O’Neill rechazó la invitación. Lo que necesitaba, ya lo tenía en mente y en el pulso, que iría vertiendo en “Más allá del horizonte” o “Largo viaje de un día hacia la noche”; retazos de un ciudad portuaria espectral y mortal. Y se propuso, con lo que había visto y vivido en la lejana Argentina, fundar el teatro norteamericano. “Acaso fue un gran error haber nacido humano. Hubiese preferido mucho más ser una gaviota o un pez. Siempre seré un extraño que nunca se siente en su casa, que no quiere realmente, ni es querido, que no pertenece a ninguna parte y siempre estará un poco enamorado de la muerte” El Tango de Eugene.
Teatro Regio. Avenida Córdoba 6056. CABA
Funciones: jueves a domingos, a las 20.
Imágenes: Facebook Eugene O’Neill Foundation / Complejo Teatral de Buenos Aires
Fecha de Publicación: 23/03/2023
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