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Estancia Don Joaquín: anfitriones sin querer

Hace 20 años, Diego y Angie decidieron cambiar su vida y mudarse de Buenos Aires a Esquina, en Corrientes, junto a sus tres hijos pequeños. Sin proponérselo, terminaron al frente de una estancia que ofrece alojamiento y experiencias a turistas de todo el mundo.

Muchos sueñan con hacerlo, pero son muy pocos los que se animan. Cambiar por completo de entorno, pegar el volantazo y dejar la previsibilidad de una vida ya armada para ir por la promesa de una vida mejor. No es sencillo. Sin embargo, quienes logran salir de la zona de confort y lanzarse a la pileta, en general, no se arrepienten. Hace 20 años, la familia Solanet decidió emprender el camino hacia una nueva vida: se mudaron de Buenos Aires a Esquina, en Corrientes, y casi sin quererlo terminaron siendo los anfitriones de una estancia que hospeda turistas de todo el mundo.

 

 

La historia de la Estancia Don Joaquín comienza con un hombre y una mujer que se enamoraron y decidieron sellar ese vínculo a través del matrimonio, cuando aún eran muy jóvenes: Diego tenía 23; Angie, 21. Juntos eran dinamita: con una gran potencia emprendedora, abrieron negocios de decoración y talabarterías, a la vez que se dedicaban a diseñar ropa.

Vivían en Buenos Aires, en un barrio cerrado en las afueras de la ciudad. Allí comenzaron a criar a sus tres hijos: Ramón, Diego y Josefina. Hasta que las alarmas comenzaron a sonar. Corría el año 2001, que cerró con una crisis que sacudió la economía de muchos argentinos. Sumado a eso, un accidente de tráfico en el que estuvieron involucrados terminó de darles la señal que esperaban: necesitaban un cambio de ambiente, un cambio de vida para la familia.

No fue simple: debieron cerrar sus negocios, poner su casa en alquiler y (la parte más difícil de todas) decidir cuál sería el nuevo destino de la familia. Las opciones eran muchas; prácticamente, el mundo entero. Sin embargo, tomaron la decisión de forma casi natural. La familia de Angie tenía campos en la localidad de Esquina, y algo les dijo que ese podía convertirse en el lugar que estaban buscando.

Hacía allí fueron, entonces, con sus tres niños pequeños a empezar de cero una vida absolutamente distinta a la que tenían en Buenos Aires. Al principio, se instalaron en una pequeña casa de campo que, con los años, se terminó transformando en la Estancia Don Joaquín. La vida de los chicos cambió por completo: sin la inseguridad propia de la gran ciudad, iban libres de aquí para allá, pescaban y andaban a caballo por los campos. Al poco tiempo, supieron que la decisión que habían tomado era la correcta: Esquina era definitivamente su lugar en el mundo.

Anfitriones sin querer

El pequeño rancho en el que vivían sufrió muchas reformas durante los primeros años, todo a pulmón. Fue Diego quien diseñó la casa, sin planos, y fue improvisando sobre la marcha con la colaboración de albañiles del lugar y de sus propios hijos, quienes participaban activamente de la construcción al volver del colegio. Plantaron más de dos mil árboles y le dieron una estética propia al lugar, con colores vibrantes y objetos de decoración con personalidad.

Allí vivió la familia durante unos años, dedicándose a la cría de ganado, sin imaginar que su hogar se terminaría convirtiendo en una casa a puertas abiertas. En 2007, a través de una tía, llegó la primera turista de todos los que vendrían después. Era una mujer alemana que buscaba hospedaje en la zona. Luego de ella, llegaron muchos más, en principio, por recomendación. La experiencia fue tan enriquecedora para todos que decidieron hacerlo de forma profesional y, además, adoptarlo como un modo de vida.