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Buenos Aires - - Jueves 30 De Marzo

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El Negro Raúl. Capítulos de la intolerancia argentina o “Se acabó Buenos Aires”

Uno de los personajes infaltables de la Argentina del Centenario fue el Negro Raúl, tanto que inspiró una de las primeras historietas nacionales. Payaso de los niños bien, luego mendigo y alienado, terminó en el manicomio de Open Door con una mueca triste.

Historias de gente
El Negro Raúl

En pleno siglo XXI las historias de la Argentina negra se multiplican. De a poco caen los relatos y se develan verdades que marcaron al ser nacional. Capítulos de la intolerancia que se mezclan con la aún no escrita historia de la crueldad en estas pampas, y que preocupaban tempranamente a Eduardo Gutiérrez y Sarmiento. Entre las ineludibles entradas, una fundamental tiene el Negro Raúl, un títere roto, en la cabal descripción  en el candombe de León Benarós y Sebastián Piana, y que hizo de bufón de las patotas del Centenario, que golpearían en fábricas, barrios obreros y ghettos en los diez, y cuarteles en 1930 “Su galerita, que doblaba sus orejas, su bastón, sus guantes “patito”, sus zapatones y siempre una flor en el ojal hacían ya de él una figura singular/Fue un monigote de aristócratas./El Negro Raúl perdonó todo y a todos, con sus risas”, en los redentores versos de Juan José Vieytes, el Negro Raúl, que en los días lujanenses de locura,  lejos de los brillos del cabaret y las plumas de las cocottes, repetía una y otra vez, “se acabó Buenos Aires” Verás que todo es mentira menos el dolor.

En el momento de nacimiento del Negro Raúl, en especial la clase terrateniente detentando el poder, comenzaba una progresiva construcción del mito-racialista- de la Argentina blanca, diferente a la Latinoamérica de mestizajes. Los afrodescendientes, al igual que los pueblos originarios y los inmigrantes, los negros que en algún periodo nacional fueron valorizados, por ejemplo en las Guerras de la Independencia o durante el polémico rosismo, comenzaron a calar en el rubro de cosas antes que personas. Incluso si accedían a trabajos “honestos”, por ejemplo al servicio de funcionarios, en los cuales eran irremediablemente mayordomos u ordenanzas –célebres los del Congreso Nacional del novecientos- , la representación pasaba por el servilismo, la humillación y el infantilismo. Estaba en marcha ese gran relato que podía hacer que en 1977 las mujeres de las familias ricas se dirigieran a la Comisión de Derechos Humanos y objetara que en nuestro país jamás hubo el “racismo, la máxima violación a los derechos humanos” que corroe aún a Estados Unidos de Norteamérica, y que la prueba era los hijos de afroargentinos que asistían a las escuelas públicas argentinas. Que claro, ya no existían, ya que para fin del siglo XIX un censo porteño contabilizaba solamente 8 mil personas de “color”. En este panorama nace Raúl Grijera o Grigera o Grigeras el 23 de octubre de 1886 en la calle México 1283, hijo de Estanislao, un respetable y severo organista de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, con los últimos fulgores de respeto a la comunidad negra con el éxito del payador Gabino Ezeiza, el ídolo de Carlos Gardel, o Florentina Ferrari Díaz de Curela, que fue una famosa defensora de los derechos de los negros en sus “naciones”, o las sociedades mutualistas del barrio Monserrat, cunas del candombe y el tango.    

En la minuciosa investigación de Paulina Alberto, este hijo de los circuitos intelectuales de la comunidad afroargentina de 1880 disponía de las herramientas de progreso, varias veces, inculcada a “los golpes” por el padre, que vestía de galera y era solicitado por las damas de alcurnia en las paquetas veladas. Quizá por rebelión juvenil, quizá por un clima que empieza cosificar o anular a los negros, Raúl es un niño problemático que prácticamente inaugura el Correccional de Menores en Marcos Paz. A pedido del padre fue encarcelado, los progenitores que por el Código Civil de 1871 podían solicitar el encierro de sus hijos por “desobediencia y malas compañías”  Trabaja de aprendiz de mecánico en un taller de la calle Artes, hoy Carlos Pellegrini, pero hacia principios del nuevo siglo sobrevive de changas y pequeños hurtos.  Y mientras un hermano mayor prefiere seguir los pasos del padre músico en la alejada Flores, señal de los nubarrones que se aproximan para la comunidad negra argentina, Raúl decidió explotar la negritud en el grotesco y la inhumanidad, en pleno corazón de la city, Corrientes y Esmeralda. Ingenuidad, desesperación o estrategia, queda la pregunta en el polvo de la Historia.    

El Negro Raúl, profesional del grotesco o la estrategia del oprimido

Existe un agujero a cómo este joven acomodado de Monserrat termina mendigando en las cuadras de los cabaret hacia el novecientos. Algunos historiadores lo ubican trabajando en un circo, otros de repartidor de almacén o informante de la policía, lo cierto es que es plausible que haya trabajado de peón en los stud del Hipódromo de Palermo o el Nacional de Belgrano, a metros de la actual cancha de River. Cuenta Leonel Contreras, retomando el artículo de Jorge Koremblit en la revista Todo es Historia de 1967, que una tarde el Negro Raúl  conoció a los hijos de la Alta Sociedad, Bernardo Duggan, María Celina Aguirre, Ernesto Victorica, Macoco  Álzaga Unzué, un fatídico encuentro que trastornaría sus días “Con el color de piel, sus payasadas, su risa perpetua, sus preparados gestos de chimpancé y sus muecas tarda poco en popularizarse entre los jóvenes, casi todos estudiantes que acompañaban a sus padres turfman del momento. El negro, en su ya aceptado carácter de bufón, se torna indispensable en esas tardes. Incluso hay quien pregunta si va a estar Raúl para decidir su concurrencia: “Esos asados con la peonada son tan sosos, que si no fuera por ese negro payaso no aburriríamos horrores”, grafica del momento de mayor gloria del Negro Raúl, que merece un tira cómica en la popular revista El Hogar, con la firma del precursor Arturo Lanteri. En uno de los personajes más maltratado de la historieta nacional, el Negro Raúl  es poco solidario, haragán, mujeriego, sucio, ambicioso, deshonrado, inculto y, encima, negro. En 1916 el Negro Raúl en la historieta se hace radical a fin de conseguirse un cargo público, intercede con el presidente Yrigoyen, boina blanca mediante, y termina desairado entre la “ciénaga de la política” y los límites de su “color”

Aquel cenit del Negro Raúl ingresa en la tierra de las leyendas. Que los niños bien a la tarde los pasean tal mascota por Florida, con frac, bastón y galera pasada de moda, y a la noche lo desnudan, pintándolo de cal viva. O que luego, a la madrugada, lo llevan a los stud familiares para bañarlo en las fuentes de los caballos. Quizá a la noche le organizan un bizarro homenaje en el Tropezón, el mítico restaurante de la avenida Callao, y la casan con una prostituta francesa, una de las tantas a las que accede en granel en orgías con sus amiguitos de las familias bien –en los albores del mito del poder sexual de los negros entre nosotros, “me conchavé vez pasada con unos franceses y les caí a la cuenta en gracia porque m´ empezaron a´cer colita pa que formara familia”, en el cuento “Cosas de Negros” de Fray Mocho. Y una vez alcoholizado o drogado enviarlo de encomienda a Mar del Plata en un cajón cerrado. Otra vez llevan a Raúl a París y hace sus monerías en los salones y prostíbulos franceses, mientras los apellidos ilustres tiran manteca al techo  “Los niños lo necesitan para divertirse. Él sabe, paga el precio con dignidad y cobra en ropa y dinero”, cierra con tristeza  Koremblit.

“Un observador inusualmente compasivo, un afronorteamericano de visita en Buenos Aires a principios de la década del 40, aplaudía los relatos que le llegaban sobre la antigua performance de Raúl: “No era una historia del todo inusual, ni tampoco una agradable, pero creí percibir detrás de la bufonería del Negro Raúl una astucia calculada de llevar a su propio beneficio la necedad del palacio ostentoso que es el Jockey Club de Buenos Aires”, en un comentario de Alberto, y agrega una interpretación calidoscópica de la habitual leyenda negra de la Generación del Centenario, “ A pesar de su retórica racista a veces intensificada, los recuentos que van en paralelo al ascenso a la fama de Raúl en las primeras décadas del siglo también lo retratan como un personaje mucho más incompleto y multifacético que las historias subsiguientes. Como sabemos por los trabajos de Lea Geler, los afroargentinos a fines del siglo XIX  y a principios del XX  eran figuras ambiguas: mientras lo “negro” quedaba excluido de las definiciones dela nación “moderna”, a la vez se volvía fundamental en la emergencia de una nueva cultura popular”, que estallaba en músicas modernas como el jazz y el tango, en los barrios de extramuros,  y que derivarían en la nueva cosa que hubo que inventar ante la virtual desaparición de la raza africana y el “aluvión zoológico” –político y social- nacido el 17 de octubre de 1945. Aparecen los nuevos negros, los cabecitas negras.

Escenas de la crueldad nacional

Cuando la fiesta acabó en los treinta, aquellos que humillaban al Negro Raúl, le dieron la espalda y lo ignoraron. Varios eran ahora distinguidos doctores y ocupaban altos cargos en el Estado. En las épocas de vacas flacas, con estancieros que habían dilapidado varias veces las riquezas de un país, el Negro Raúl fue bajando abruptamente los escalones. Los raídos trajes variaban a ropas de mendigo, y el selecto público se transformó en borrachos de bares, que a cambio de un vaso de moscato y un pedazo de pan, escuchaban increíbles historias de los prohombres que manejaban un país. Sólo quedaba un anillo ostentoso que el Negro Raúl perdería en alguna plaza o hueco donde podía arrojar su humanidad. O la poca que poseía. Además los niños de los barrios pudientes, hijos de aquellos padres que lo denigraban antaño, lo corrían a pedradas.  Recordaba Adolfo Bioy Casares en “Descanso de caminantes: diarios íntimos” en los setenta, “Hoy, después de cincuenta y tantos años, he descubierto que el Negro Raúl no me conocía. El Negro Raúl era popular mendigo de Buenos Aires; aunque tal vez popular en el Barrio Norte, pues me parece que componía el papel de una suerte de bufón de los chicos de la clase alta. Se congraciaba por la risa cordial que blanqueaba en su cara tosca, por algunos pasos de baile, más o menos cómicos, y, sobre todo, por su negrura. Yo siempre creí (sin indagar mucho las causas) que el Negro Raúl me conocía. El hecho me infundía cierto orgullo. Evidentemente, el Negro me saludaba como a un conocido y hasta hoy no se me ocurrió pensar que para lograr sus fines le convenía esa actitud de personaje conocido y aceptado. Desde luego, en esto no mentía; él era un hombre conocido, más conocido que sus muchos protectores”, escribe benevolente cuando hacía más de veinte años que había fallecido Grigeras y, aún, era un nombre legendario en ciertos ámbitos aristocráticos de Buenos Aires.  

“Hizo dos años en junio se lo dió por muerto por centésima vez. P.B.T. lo descubrió en "Open-Door". Había pagado caro su tributo. Era un ex hombre. Sin embargo, debió ser la única época feliz de Raúl Grijeras cuando no se sintió atado al patotero, que fué corrido del centro.  Ahora sí que tendrá paz y el recuerdo de todos los que no añoramos esas épocas, que no volverán”, informaba la –peronista- revista PBT el 19 de agosto de 1955 de su muerte diez días antes. Los últimos años son de soledad, enfermedad y hambre, hasta que alguno de los cajetillas que se divertían a su costa consiguió una plaza en el instituto “Dr. Domingo Cabred” en Luján. Allí aseguran que era un tranquilo jardinero que rara vez reía. Volverían a él fantasmas que en el calvario final se hacían reales como cuando tirado en una esquina de Córdoba y Esmeralda lo reconoce la mucama de una familia tradicional y, antes de arrojarle unas monedas, recuerda cómo en sus años dorados de monigote, corrió a la mujer para desnudarla por orden de los niños patricios, “¡Sos peor que ellos, esclavo asqueroso!” Nadie reclamó los restos del Negro Raúl, que fueron arrojados a una fosa común. Tampoco nadie reclamó la destrucción de la vida de un hombre que había nacido simplemente negro.  

 

Fuentes: Alberto, P.  “Títere roto”: vidas (posibles) y vidas póstumas del “Negro Raúl” en Cartografías afrolatinoamericanas II: Perspectivas situadas desde la Argentina. Buenos Aires: Biblos.  2016; Contreras, L. Leyendas porteñas. Buenos Aires: Ediciones Turísticas. 2006; Romay, F. El barrio de Montserrat. Tercera edición. Buenos Aires: MCBA.1971

Imagen: Ministerio de Cultura

Fecha de Publicación: 28/10/2021

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