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El arte en la pobreza más extrema

La solidaridad de una santafesina que brinda talleres de arte en barrios pobres de su ciudad la llevó a Etiopía, donde la gente no tiene ni agua.

Historias de gente
El arte en la pobreza más extrema

Gabriela Garrote es una artista plástica santafesina. Pero, más que eso, es una de esas personas inquietas. Inquietas, con esa inquietud siempre positiva. Gabriela, a quien en adelante llamaremos Pisca, como todo el mundo la conoce, canaliza su necesidad casi física de estar en movimiento en la solidaridad. Todo el tiempo emprende proyectos para dar una mano, o las dos, a quienes no la pasan bien. Lo hace en su entorno más cercano, o en el lugar del mundo donde haya una necesidad y ella pueda comprometerse. Su formación y talento la llevaron a ser una destacada docente de Arte. Tiene también una carrera en la gestión pública, donde llegó a ser secretaria de Cultura de la Municipalidad de Santa Fe.

Es así que esta santafesina, sin buscarlo, pero siguiendo su inquietud solidaria, fue a dar con una comunidad escandalosamente pobre de Etiopía. Allí generó un vinculo humano tan grande, cuya historia de compromiso social te contaremos en esta nota.

Parece mentira que, ya en el año 2020, existan países donde gran parte de su población no tienen acceso a un elemento básico como el agua. En Etiopía, miles de personas conviven diariamente con enfermedades y todo tipo de riesgos, por no contar con el recurso para poder higienizarse, lavar alimentos, o simplemente hidratarse. Conseguir agua, en estos lugares, es una ardua tarea que supervisan los hombres, pero llevan a cabo las mujeres. Ellas caminan kilómetros con un bidón de 30 litros a cuestas. Mujeres que, por otro lado, se convierten en "niñas madres" a los 11 o 12 años por ser abusadas dentro y fuera de su familia a muy temprana edad.

La solidaridad es un arte

Acompañando en viajes a su hija, Pisca se vio rodeada en Madrid por un grupo de personas que colabora activamente en Fundación Emalaikat. Esta se dedica a promover la creación y el desarrollo de recursos acuíferos sostenibles en el continente africano. Dentro de esta organización, y lideradas por una monja catalana que hace 30 años vive en África y 10 en Etiopía, más de 30 mujeres trabajan para que las tribus etíopes tengan agua de forma más accesible. Cada pozo que se construye sirve para abastecer a 250 personas.

A partir de ese momento, y conmovida por las historias que escuchó, Gabriela quiso empezar a ayudar.

Primero, Pisca inició en Madrid el grupo "Los de la leche". Era conformado por amigos que todos los meses compraban latas de leche para donar a esa comunidad. Después llegaron a comprar ¡una vaca lechera! y gallinas. Con ellas proveen a los niños de 17 litros de leche diarios y huevos, para seguir colaborando a que tengan una dieta balanceada. Pero, también, mantener a estos animales vivos solo es posible gracias a que cuentan con agua. La fundación pudo darle a toda esa gente el acceso a un recurso imprescindible para la vida.

Gabriela fue involucrándose cada vez más con estas historias y sintió la necesidad de estar ahí, y ayudar a través de lo que ella misma denomina como su mayor capital: el arte. Con todas las ganas a cuestas y cincuenta kilos de alfajores de chocolate adentro de la valija, emprendió uno de sus tantos viajes desde Santa Fe. En Madrid compró 250 pinceles y en Etiopía consiguió cinco latas de pintura: roja, azul, amarilla, blanca y negra. Durante tres semanas, todas las mañanas se levantaba e iba a visitar una tribu diferente. Solo quería lograr que los niños experimentaran el arte.

Amor sin idiomas

Sin mediar palabras, los chicos de la comunidad etíope y ella se comunicaron a través de los colores y el contacto físico. Ella mojaba sus manos en rojo y, al acariciarlas con las de ellos que estaban pintadas de amarillo, aparecía el anaranjado. Esos descubrimientos se plasmaron en cualquier superficie que pudiera ser intervenida: una hoja de planta, un cartón y hasta las paredes del comedor comunitario explotaban de creatividad.

A la vuelta de su viaje, Gabriela aprovechó la inspiración y las ganas de seguir colaborando. Pintó una serie de acuarelas que luego vendió y destinó lo recaudado a la construcción de pozos de agua para los chicos.

Ante historias como la de Piska, nunca falta el que se queja. Onda: “¿Pero por qué en vez de irse hasta Etiopía no ayuda en los barrios pobres de Santa Fe, donde se la pasa tan mal con la droga y la delincuencia?”. Ante estas “dudas”, basta solo hacer un mínimo seguimiento de la vida diaria de esta artista. Hace más de cinco años va, como mínimo, una vez por semana a hacer tareas varias a La Boca, un hermoso pero muy pobre barrio de la ciudad. Como en las escuelas de toda esa zona tan humilde no existen materias artísticas, Pisca comenzó dando talleres de arte solidarios. Pero su vocación la llevó a más y, hoy, tiene un vínculo humano muy fuerte con el barrio. Con mucha frecuencia comparte comidas y reuniones sociales con las familias de La Boca.

La recomendación que te dejamos es que, si te motiva una historia de amor desinteresado como el de Gabriela, no dudes en ponerte en marcha. Seguro que al otro lado del mundo, o a la vuelta de tu casa, hay alguien a quien tus manos le pueden hacer mucho bien.

Fecha de Publicación: 02/08/2020

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