Carlos Pérez solía vacacionar en Chile, como gran parte de los mendocinos. Verano tras verano frecuentaba las playas de Viña del Mar, acompañado de un humor que forjó como su marca registrada. Pero fue en enero de 1977 cuando su vida cambió para siempre, con consecuencias impensadas en el futuro. Futuro que ya llegó, diría el Indio.
Con 16 años, Carlos Pérez era un contador de cuentos por excelencia. No de fábulas ni de historias infantiles, sino de chistes y relatos humorísticos que, en algún punto, caracterizan a los argentinos del otro lado de la Cordillera de Los Andes. Pero, aquella noche en particular, nuestro protagonista se había convertido en el alma de la fiesta. Relataba historias con tanta gracia que no había quien no lo admirara entre los chicos y chicas que veraneaban en Chile. Pero, de pronto, su público habitual cambió por completo. El aura de una mujer se apoderó de todos los espectadores: se había hecho presente Ximena Gray, alias “La Luli”. Quedó atónito. Pero reaccionó rápidamente y aprovecho el impulso de su humor para intentar conquistar su amor.
Pero sus vacaciones se terminaban y, tras un par de charlas y encuentros, Carlos tuvo que volver a Mendoza. No sin antes dejar una carta, para luego regresar a su Rivadavia natal. Aquellas líneas resultaron la primera semilla de una increíble historia con matices de novela. A veces presencial, otras epistolar, pero el amor estaba vivo. Sin embargo, luego de varias temporadas de un romance que se forjó en los veranos, con cartas de correo postal esperadas con impaciencia, finalmente la distancia jugó en contra, y cada cual siguió su rumbo.
La última carta de Luli fue un puñal para Carlos. En un par de palabras, le comentaba que había conocido a otra persona y que se casaría. Y, claro, cuando llegó enero, Carlos llegó a Chile y Luli ya no estaba. Fue una situación indeseable para él, pero, como buen caballero, siempre supo que esa posibilidad podía darse. Así que aceptó la realidad y también forjó una vida nueva, sin Luli, para siempre. O, al menos, eso creía.
Después de estudiar Licenciatura en Arte en Santiago, Luli fue una exitosa cantante, tuvo dos hijos y se desarrolló profesionalmente en el área financiera de bancos. Carlos siguió la carrera de Enología, y también se casó y buscó su futuro.
Las redes sociales al servicio del amor
Pasaron los años. Muchos. Cuarenta, para ser precisos. Carlos no era un hombre de redes, pero ese día, intrigado por la vida de una mujer que no había olvidado, y empujado por la separación con su exmujer, se decidió a buscar a Luli a través de un Facebook ajeno. La primera imagen que apareció en la pantalla era la de una mujer madura, tanto o más hermosa que en los 80. Un deseo imperioso de conocer más sobre la chilena se apoderó de él. A esa altura, separado, se imaginaba regando las plantas de su jardín. Sin embargo, sus circunstancias cambiaron de un clic hacia el otro.
Le envió un mensaje y la respuesta llegó de inmediato. Es que, por esas cosas del destino, los dos finalizaban una relación. Carlos inventó cualquier excusa para viajar a Chile, sin pensarlo. Luli estaba intacta, no solo físicamente, sino en cuanto a su forma de ser, su sentido del humor, su frescura y distintos matices que habían enamorado a Carlos.
El reencuentro
La cita era en el restaurante El Huerto, sede de aquellos encuentros ochentosos. La impaciencia le ganó. Luli se demoró un poco más de lo normal y la llamó. Los nervios lo carcomían. Pero, al escuchar su voz, todo fue color de rosas. Así, se convirtieron en adolescentes de casi 60. Un año más tarde, a fines de 2017, Luli se mudó con él a Mendoza, aprovechando la oportunidad que les regalaba la vida. Las familias de ambos celebraron su amor, los dos estaban felices nuevamente.
Argentino, mendocino. Licenciado en Comunicación Social y Locutor. Emisor de mensajes, en cualquiera de sus formas. Poseedor de uno de los grandes privilegios de la vida: trabajar de lo que me apasiona. Lo que me gusta del mensaje escrito es el arte de la imaginación que genera en el lector. Te invito a mis aventuras.