Un Fiat destartalado recorría la ciudad a fines de los setenta. Delante Daniel Maman, un vendedor de libros que descubrió en esos años el “gran ojo para el arte” que alabarían los mayores coleccionistas argentinos, los Fortabat y Blaquier. Detrás, sujetas, apenas, iban las pinturas del maestro Juan Carlos Castagnino. En consignación, al muchacho desconocido que se fue a vivir a una pensión a los dieciséis. Cedidas por el hijo de Castagnino, Álvaro, “a quien debo mucho, por eso mi homenaje a arteBA 2000”, acota Maman, y que resultaron las primeras de las miles que pasaron por las manos de Daniel. El incansable Maman, la gestión esencial en el posicionamiento internacional de Alicia Penalba, Rómulo Macció, Pablo Suárez, el Grupo Mondongo y tantos otros artistas locales y latinoamericanos de la talla de Fernando Botero, con más de 60 exposiciones en casi medio siglo, y proyectos de gran impacto social, allí el Parque de Esculturas Carlos Thays en la avenida Libertador. Pero que nunca pierde esa chispa encendida en una casona de la calle de Colegiales, por un comprador adivino de este presente exitoso de la relevante MAMAN Fine Art en Argentina y Estados Unidos.
“Yo desde mis comienzos sabía que iba a hacer algo importante por mi país”, remarca el hacedor cultural que junto a su esposa, la poeta y curadora Patricia Pacino, mueven los hilos de la cultura entre Buenos Aires y Miami. Derribando mitos de que el arte es para pocos con un ballet folklórico en plena avenida Libertador, para la recordada muestra de Molina Campos, u organizando la Sinfónica de Miami, que ofreció conciertos para 10 mil personas. Gratis. Porque el arte es patrimonio y responsabilidad de todos.
“Cuando empecé hace 47 años Argentina existía una clase media muy importante, tanto por el ingreso per cápita, como por la educación y la cultura. Las librerías de la calle Corrientes estaban llenas a cualquier hora. Yo en ese momento vendía libros y fui a cobrar la cuota a una persona, que vivía cerca de la avenida Lacroze. Y en algún momento de la conversación me dijo que debía vender cuadros. Andá saber por qué pero esas palabras fueron la fuerza del destino. Entonces pedí que mi papá me presente al hijo de Juan Carlos Castagnino, Álvaro. Y a partir de ahí empecé mi periplo iniciático que, a veces, obligaba a llevar los cuadros, en consignación, en colectivo. Con la plata del primer cuadro volví a comprar otro y así sucesivamente porque trabajo como un coleccionista comprador”, subraya durante la charla en el despacho porteño, rodeado de arte, Martín Di Girolamo, Luis Wells, Alberto Greco y sigue la lista envidia de cualquier museo de arte contemporáneo. Que Maman varias veces posibilitó la exhibición de estas masterpiece y cientos de otras, en muestras públicas y gratuitas para sus compatriotas.
Periodista: ¿Cómo formó ese “gran ojo para al arte”?
Daniel Maman: Creo que la forma mejor de aprender es mirando. Y después leyendo. Pero claramente yo ya tenía un ojo diferente al resto. Yo veo una obra y enseguida me doy cuenta si a ese artista puedo aportar algo para desarrollarse en el mercado. Y así tuve la suerte de manejar a los artistas más importantes de los últimos 50 años, entre ellos, Pablo Suárez -que vivía casi desahuciado en Uruguay e hice que vuelva con honores a Buenos Aires- y Luis Benedit, muy relegado a fines de los ochenta. Nicolás García Uriburu presentó el libro con las palabras de Pierre Restany en esta galería. A Norberto Gómez produje la muestra sobre las piezas de la dictadura, que nunca nadie se había atrevido a montar. A partir de eso fue un antes y después en la carrera de este extraordinario escultor.
“El arte es para todo el mundo”
P: ¿Qué tiene que tener un artista para conmover a Maman?
DM: Primero, a los artistas los tengo que admirar. Me tienen que apasionar. Claramente tengo que tener algún tipo de vínculo emocional. Eso me pasó con el grupo Mondongo, a pesar de que nuestras relaciones hayan terminado bastante mal. Yo los puse indiscutiblemente a nivel internacional en Madrid, en los primeros años de Néstor Kirchner, e hicimos una gran movida argentina en la Casa de América. Los Mondongo acabaron siendo famosos de la noche a la mañana, con obras en los museos más importantes del mundo.
P: Con Penalba pasó algo parecido…
DM: Es que yo desde mis comienzos sabía que iba a hacer algo importante por mi país. He posicionado artistas locales que valían uno, y terminaron valiendo cien, en el mercado internacional. Esto es lo que me gusta hacer, defender lo nuestro. Con la escultora Alicia Penalba hicimos una exhibición que duró casi un año en mi galería, mucho más grande de que la que se hizo después en el Malba, ya que además pude entrar dos veces esculturas de Francia. Incluso había gestionado repatriar sus restos -Penalba falleció en 1982- a San Pedro pero me di cuenta que me iban utilizar políticamente y tiré todo marcha atrás.
P: No estamos hablando con el típico marchand, Daniel.
DM: Yo me veo más, que como un marchand, como un gran hacedor cultural y coleccionista. Soy un coleccionista que vende porque necesito el dinero para vivir. Y la verdad nunca me alcanza la plata para lo que quiero comprar. Yo he vendido a las principales colecciones argentinas como la de los Blaquier. Sus cuadros casi un 30% pasaron por mis manos. Setecientas obras vendí a Fortabat. Y ahora, cuando voy a la casa de alguno de sus familiares, y veo cuadros que fueron míos, me produce un gran orgullo.
Argentina, el mundo del revés
P: ¿El arte es para todos?
DM: A mí me parece que el arte es para todo el mundo. Es mentira que el arte es para pocos. Es mentira también que cualquiera puede ser artista. Están esas payasadas que inventan los establishment para vender obras mediocres, a miles de dólares. No, no. Por supuesto que este discurso a mucha gente no le agrada, pero siempre he tratado de hacer y decir las cosas que sean lo mejor para mi país. Ahora es como que estoy más cansado. Es que ya me cansé de que el conjunto no quiera cambiar.
P: ¿Cuál es el problema?
DM: Lo que pasa es que no se termina de entender que si yo quiero vivir en el capitalismo, la competencia no solamente no es mala, sino que es muy buena. Hay mercado para todos. La competencia es buena y te obliga a mejorar. Yo trabajo para que a todos nos vaya bien, porque sea a mí me va bien, mejoramos todos. Pero acá piensan justamente al revés. Porque está la idea de que me tiene que ir bien a mí nada más, y muy mal, al que tengo al lado. Eso es un absurdo. Y eso hizo que destruyamos el mercado que teníamos de arte.
Hoy en la Argentina existen compradores de arte que no es lo mismo que tener un mercado. No podés, además, tener un mercado de arte con un país que tiene un más del 50% de pobreza y que destruyó su educación pública.
Vivir con arte
P: Primero en el Design District y ahora en un enorme warehouse en Allapattah, ¿cómo surge la idea de llevar MAMAN Fine Art a Miami?
DM: Lo de Estados Unidos arrancó hace muchísimos años. Te diría más de treinta. Primero tuve mi galería en 1983 en Esmeralda y Marcelo T. de Alvear, en sociedad con Gerardo Sofovich. Después me pasó un grave accidente de auto, meses antes de casarme, en Punta del Este, donde estuve al borde de la muerte. Luego abrí otras galerías antes de esta sede en avenida Libertador, incluso tuve una en Uruguay, pero la idea de Miami nunca se fue. Hasta que hace unos diez años comprendí que la cultura iba a impulsar esa ciudad norteamericana y quise ser protagonista. Y así lo hice con los casi siete años en el Design District, que fui uno de sus precursores, el impulso a la Orquesta Sinfónica de Miami y, en la actualidad, en Allapattah, que se transformará, sin dudas, en el nuevo motor de Miami. Por eso hace poco participé en la acción de la Cámara Argentina de Negocios en esa ciudad porque creo que podemos sumarnos, desde el sur, a este gigantesco mercado en ciernes.