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Adiós, Tonino

Los mendocinos despedimos acongojados, pero con honores, a Tonino. Fue un verdadero artesano de las pelotas de fútbol.

Algo tan simple como una pelota es la musa inspiradora de la infancia de gran parte de los argentinos. Un elemento redondo que, si lo viera un extraterrestre, no le despertaría ningún tipo de atracción. Por sí solo, es un artículo insulso y sin sentido. Pero para los argentinos tiene una connotación especial. Donde algunos ven una esfera de cuero, nosotros vemos pasión, emoción, alegrías, tristezas, familia, ídolos y otros elementos que no están ahí, pero en realidad sí. Por eso lamentamos, profundamente, la pérdida del Tonino.

Su historia

Francisco Saturnino Arce murió a principios de febrero de este 2021, a los 77 años de edad. Tiempo más que suficiente para haber marcado a fuego a varias generaciones de niños y adolescentes que jugaron, se divirtieron y pasaron años pateando sus hermosas creaciones.

Nació en calle Arrascaeta del departamento de Junín, en 1943. Pero vivía, desde hacía mucho tiempo, en el barrio Democracia de Rivadavia, un departamento vecino, todo dentro del este mendocino. Allí tenía su taller, con herramientas, hilos y todo lo necesario para coser la verdadera ilusión de los niños. Los que mejor lo recuerdan, aseguran que el 18 de julio debería ser su día, ya que fue esa jornada en la que hizo su primera pelota, en el año 1977. Tonino siempre dijo que quería ser enterrado con esa pelota, la cual había cosido gajo por gajo y costura tras costura.

Su labor la practicaba desde pequeño. Era el encargado de coser y emparchar las pelotas de los grupos de pibes de su barrio. Pero también fue futbolista. Supo desempeñarse como mediocampista, aunque terminó haciéndolo como marcador central. Pudo haberlo hecho en la Lepra, aunque un problema con el paso lo limitó a quedarse en Rivadavia.

En su historia, cuentan que fabricó más de 1.700 pelotas, mientras se desempeñaba como empleado en la Municipalidad de Junin, durante 35 años. Luego, su mal estado de salud lo perjudicó. La cirrosis le robó la mitad de su hígado, mientras que una fuerte hepatitis lo tuvo 11 años de viaje en viaje hacia Buenos Aires. Tanta mala suerte tuvo, que se contagió un virus intrahospitalario y sus dedos índice y pulgar perdieron sensibilidad, pero no se tornaron inútiles.

Pudo seguir maniobrando sus herramientas. Una enorme tijera, una perforadora, una esfera de hierro, que contenía la pelota cuando le aplicaba las 40 libras de aire y el hilo engrasado con el que cosía los gajos. Aseguraba que el hijo argentino era el mejor y que ninguna otra pelota tenía esa calidad.

Tonino también era un memorioso de su época. Cuando era niño, el fútbol se jugaba con las pelotas marrones, cosidos con tientos y con gajos en forma de banana. A esos son a los que les echó mano en una primera instancia. Eran duros, y cuentan que, cuando la pelota venía, lo hacía en zigzag, y el problema era cuando uno no le calculaba y, en lugar de darle con la cabeza o con el pie, impactaba en la cara o en la canilla. Las costuras eran verdaderos puñales.

Tonino se dedicó también a la reparación de balones, no sólo de fútbol, sino también de rugby, vóley y otros tantos. Pero un día se fue. Ya no habrá más artesanos de la pelota en Mendoza. Con lo difícil que es encontrar a alguien que emparche y repare balones, seguramente, los grandes vendedores de estos artículos, lo celebrarán.

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