A lo largo de mi vida tuve la suerte de vivir en diferentes partes del mundo, lo que me permitió, como a cualquier persona que haya tenido la oportunidad de vivir esa experiencia, abrir la cabeza a diferentes formas de ver la vida. Pero hoy quiero hablar de una de las experiencias más límite que viví y por qué digo en el título "la mano que tocó". Sucedió en Nueva Delhi (viví en India un poco más de un año). Y solo puedo narrarla de manera directa y lineal.
Tan solo dos días después de haber llegado al gigante asiático (que, además, hasta el momento era el único país de ese continente que conocía), tratando de adaptarme al caos y a la explosión sensorial que implica caminar por esas calles, de repente, al llegar a una esquina, en una de las montañas de basura (porque en cada esquina suele haber más de una), vi algo que me llamó la atención. Al principio no entendí bien de qué se trataba, así que cometí el error de acercarme para ver un poco mejor. En determinado momento, las neuronas me hicieron sinapsis y lo entendí: era un bebé. En la basura. Estaba azul, hinchado. Hasta el día de hoy (pasaron casi diez años) tengo esa imagen grabada en la cabeza con toda nitidez.
La mano viene dada, lo que depende de nosotros es cómo jugamos esas cartas
En el momento no entendí lo que estaba pasando, pero con el tiempo me cayó una ficha que me hizo modificar todo mi esquema de valores. Y esa ficha es: el lugar y las condiciones de nacimiento son arbitrarios. ¿Qué hice yo para nacer en Buenos Aires, en el seno de la familia que me tocó? ¿Por qué no soy un bebé abandonado en India o un aristócrata en Inglaterra? La respuesta es simple: porque no. No hay explicación.
Después, cada uno hace, con lo que tiene, lo que puede. Y ahí sí empieza a tener importancia el esfuerzo, la voluntad, la tenacidad y la disciplina. Pero el punto de partida es porque sí. Es como una mano de truco: tocan las cartas que tocan. Si somos buenos jugadores, sabremos sacarle provecho a una mano mediocre. Pero lo que no podremos pedir es que se reparta de nuevo. Y, por supuesto, tampoco podremos quejarnos: solo nos perjudicará aún más.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.