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Teatro Liceo. 150 años levantando el telón a la mejor escena nacional

Nacido en los arrabales vivió décadas de oro del naciente teatro argentino, cobijó el mayor suceso escénico de todos los tiempos en los ochenta, y, en la actualidad, es la sala preferencial de las comedias musicales.

Una corazonada de un francés en 1872 fundó el teatro privado más antiguo de Latinoamérica, en las actuales Rivadavia y Paraná de Buenos Aires. El empresario de variedades Tourneville dio nombre de “El Dorado” a una simple estructura de madera en medio de un baldío que 150 años después continúa demarcando al Teatro Liceo. No existían las plazas Lorea ni Congreso, mucho menos el Congreso Nacional en el barrio de Balvanera, y las únicas estructuras elevadas, entre lo que se llamaba Mercado Modelo, plagado de feriantes italianos y españoles, eran un tanque de agua y un molino, que vaticinaba la futura y cercana Confitería El Molino.  

La pasión teatral porteña, que constituye a Buenos Aires la principal capital del arte dramático del mundo, ya emergía en el público y artistas. Juntos parirían en el picadero el Teatro Argentino en 1884 con el Juan Moreira, a unas pocas cuadras del Liceo, que estaba en ese momentos en manos de los italianos que lo rebautizaron Goldoni. Cabe al empresario Héctor Quiroga darle el nombre de Liceo en 1918 en recuerdo a la escuela donde Sófocles dictaba sus clases en la Antigua Grecia, y a una confitería de intelectuales cercana. Y fue nuestro Teatro Liceo una cantera formativa actoral e intelectual desde Blanca Podestá y Eva Franco a Thelma Biral y Elena Roger. Allí estrenaron Enrique García Velloso y Enrique Pinti temporadas de talento criollo, noches mágicas de “Sin localidades”. “¡Qué preciosura! ¡Son una monada!...Dígale que muchas gracias, que se las agradecemos muchísimo. Y que Carmen le manda muchos recuerdos... Dígale así. Son regularcitas, no más...¡Carmen!”, exclamaba un 24 de abril de 1908 Doña María, en el papel de “Las de Barranco” que consagró a Orfilia Rico una comediante de excepción. Y al Liceo en el Teatro de la comedia argentina. 

El presidente Sarmiento impulsaba la actividad teatral fuertemente en el año de la fundación del Teatro Liceo. Buenos Aires recibía a compañías extranjeras a granel. Eran los tiempos en los cuales autores argentinos como Martín Coronado y Nicolás Granada deben versionar sus piezas al italiano para que sean representadas. Esto ocurría amparado en las mentes del Proceso de Organización Nacional, a partir de las iniciativas del presidente Urquiza que invita a compañías líricas españolas a Paraná, en tanto Buenos Aires vuelve a inaugurar un teatro luego de un largo paréntesis, el Teatro Colón (primitivo) de 1857 en las calles Rivadavia y Reconquista. Hasta el momento el más importante era el Teatro de la Victoria en la actual Hipólito Yrigoyen al 900, que Juan Bautista Alberdi no duda en calificar de “pajarera”. Este clima cultural provinciano, distante a la imaginada Reina del Plata de las presidencias Mitre y Sarmiento, que renegaba muchas veces las raíces americanas en las artes, cambiaría radicalmente con importantes salas “a la europea” que se fundarían como la contemporánea del Teatro Ópera – también cumple 150 años debido a que inició sus actividades en 1872, y que totalmente remodelado en 1935, continúa en la misma dirección que fijó Antonio Pestalardo, empresario que imaginó la Corrientes que sería lo que finalmente fue, “la calle que no duerme”- . El Liceo, que se denominaba Moderno cuando Rico estrenaba la pieza de Gregorio de Laferrère de 1908, tendría la arquitectura italianizante que dominaba en la Generación del 80, una que se mantiene en el exterior e  interior con dorados, mármoles y palcos en herraduras. En 1893 fue reconstruido bajo este estilo en la dirección técnica y planos del arquitecto Juan Bautista Arnaldi.

Templo de la comedia popular nacional

Para la primera década del siglo pasado, donde algunos críticos ubican el cambio de nombre al definitivo Teatro Liceo (1911) -igual discordancia en la fecha de fundación porque los especialistas Beatriz Seibel, Luis Ordaz y Ricardo Llanés señalan 1876- , resultaba uno de los teatros más populares de la ciudad. Brillaba en el género chico, un subgénero de la zarzuela, y en 1894 se estrena el clásico sainete lírico “La Verbena de la Paloma” por la Compañía de Clotilde Perales y Eliseo San Juan. La española Perales justamente al año siguiente protagoniza uno de los mayores escándalos registrados en el Teatro Liceo. Debiendo entonar el Himno el 25 de mayo, en vez de “rendido un león” nacionalista hispana canta “un ratón”, generando una silbatina y una trifulca en la platea y la calle entre criollos e inmigrantes. No sería la última vez que el recinto en el cual García Velloso modelaría el teatro argentino con “Caín” (1903) sería testigo de los hechos y sentimientos, alegres y trágicos, de los argentinos. “Se vende, desocupada”, realizada por la compañía de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena, era una comedia de éxito en los ochenta, y realizó una función mientras afuera había fuertes disturbios en la plaza frente al Congreso, con gases lacrimógenos. Como repiten orgullosos sus actuales propietarios, la familia teatral Rottemberg, Carlos y Tomás, jamás se suspendió una función por problemas edilicios en el más que centenario edificio.

Jerónimo y Pablo Podestá, la familia de actores y comediantes creadores del teatro criollo, Camila Quiroga, Luis Arata, los hermanas Eva y Herminia Franco -que tuvieron su propio departamento en el teatro, en la década del 20´- , Luisa Vehil, Paulina Singerman y  los hermanos Ratti, César y Pepe -que protagonizaron un fenómeno de público con “La virgencita de madera” (1930) de Ricardo Hickens-, son algunos de los grandes nombres de la escena nacional que se entroncarían con la Compañía Biral-Pedemonti, que brilló con “Doña Rosita, la soltera” y “El año que viene a la misma hora”,  en interminables temporadas en el Teatro Liceo hace medio siglo.

Sin embargo, nada prepararía para las 2654 funciones continuas y el millón y medio de entradas que desde el 7 de enero de 1985 al 7 de marzo de 1993 colocó en la sala, de un poco más de 500 butacas, “Salsa Criolla” de Enrique Pinti. El creador de semejante éxito, el mayor del teatro argentino, y que entró el Libro Guiness y fue tapa del New York Times, no había podido conseguir teatro unos meses antes del estreno debido a un texto que demolía a la clase política y demás, entre canciones inolvidables como “Quedan los artistas”, y filosos, urgentes, sempiternos, comentarios coyunturales. Más de un dirigente o periodista se levantó a media función ofendido augurando que “nadie vería esto”, y los argentinos lo transformaran en un fenómeno social sin parangón en el “país actual, mal hablado, conflictivo y conflictuado”, remarcaba Pinti en 1989. Tendría retornos en 1995 y, celebrando los 30 años en 2015, apagado el brillo creativo del original, aunque no impidió que la obra orillara finalmente los tres millones de espectadores. 

Y así arrancaba en el dos mil también el recientemente fallecido gran cómico Enrique Pinti en el Teatro Liceo su "Salsa Criolla", “Todo ha cambiado ¿si? ¿o permanece igual pero con otros discursos? Señoras y señores, la salsa sigue y lo hace en ambos sentidos de la palabra: con su ritmo alegre y bailantero por un lado, pero también con paliza y zarandeo para el ciudadano de a pie  El thriller continúa y si usted espera que yo le cuente el final, está arreglado porque ni Dios lo sabe. Así que ajústense los cinturones porque vamos a tener una función muy agitada”

Casa del musical argentino

Pero mientras esta fiesta del teatro ocurría en el escenario y butacas, la realidad del Teatro Liceo era otra. A fines de la década de setenta estuvo a punto de caer bajo la piqueta para transformarse en un estacionamiento. Y en 1994, apenas acabada la temporada arrolladora de Pinti, que en despedida obligaba a colas kilométricas a fin de un ansiado ticket, el empresario chileno Buddy Day estuvo a punto de venderlo a una casa de apuestas hípicas. Allí intervino salvador Carlos Rottemberg, que una madrugada de mediados de ese año, se acercó al querido teatro con la intención de prolongar el legado “sin tocar un ladrillo, está absolutamente protegido”, acota en 2022 el empresario. Durante estas últimas décadas, acelerado en la pandemia con ayuda de especialistas del Teatro Colón, se remozaron aspectos estructurales en los 600 metros cuadrados que ocupa el edificio, restaurando materiales que ya no existen más en su forma natural, e incluso, "se modernizó toda la iluminación, tanto en la sala como en la calle, respetando su estética de lamparitas vintage en el interior y, de farolas en el exterior, pero pasándolas al sistema led", dijo José Luis Ciarma, gerente del grupo Multiteatro de los Rottemberg, a Sandra Comisso del diario Clarín.  Ciarma aseguró, además, que seguirá el Teatro Liceo programando musicales, la tendencia impuesta en el nuevo milenio con los antecedentes exitosos de “Casi normales” y “Cabaret”, y por ello en el aniversario 150 se reestrena “Piaf”, el drama musical que resultó sensación en 2009/10 con la inmensa performance de Elena Roger, y que fuera premiado en la puesta llevada a la originaria Londres. 

El Ouro Preto de Brasil y el Teatro Solís de Uruguay son más viejos pero ambos de gestión pública. En Buenos Aires, Argentina, el amor al teatro viene de la misma gente del arte escénico que hicieron y hacen del Teatro Liceo su Templo hace siglo y medio, desde el día que Tourneville estaba peleándose con la municipalidad porque quería alargar la hilera de palenques. Cuando más postes para caballos, cuando más merde, más gente en el teatro.  Aquí la vida siempre es maravillosa.

 

Fuentes: Llanes, R. M. Teatros de Buenos Aires. Buenos Aires: Cuadernos XXVIII. 1968;  Ordaz, L. Historia del Teatro en el Río de la Plata. Buenos Aires: Instituto Nacional del Teatro. 2010; Moscareño, P. Teatro Liceo: la sala en los “andurriales” que creció con la ciudad y quiere festejar sus 150 años de vida con Piaf en www.lanacion.com.ar

Imágenes: Ministerio de Turismo

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