¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEn “Apenas un delincuente” (1949) seguimos la caída en desgracia de José Morán, Jorge Salcedo, un empleado advenedizo que comete un desfalco. Pero quien lleva la intriga en la cinta es el oscuro Rosatto, un anarquista devenido en criminal, interpretado por Sebastián Chiola, en la cumbre de la carrera del actor rosarino. Para este film revolucionario de Hugo Fregonese, que fue el primero nacional que participó en el Festival de Venecia y fue admirado en Hollywood, cine negro de la mejor cepa, Chiola entrega un caracterización que se destaca del elenco donde también brillan Tito Alonso y Nathan Pinzón. Y lo hace porque modela la estampa de un hombre desesperado, sin escrúpulos, que traicionará todos los pactos. El filo moral que transitaron sus personajes en los tiempos en que el cine entre los treinta y los cuarenta, quizá el más innovador que se recuerde por estos lares, comenzaba a replicar los modelos de la buena familia burguesa, en los límites actorales que imponía un trasplantado star system. Después de Chiola habría más roles complacientes a lo Sandrini o Legrand, menos parecido al anarquista suyo de “Con el dedo en el gatillo” (1940) o el capitán criollo Del Carril de “La Guerra Gaucha” (1942). Aquel que desenvaina en el fragor de la batalla contra las realistas al grito, inusual en los cuarenta y por muchos años más en la moralina impresa en el celuloide, “Vamos a matar a estos hijos de p…”, tapado el final con un cañonazo de libertad.
“Personaje esférico” es como llama el historiador Abel Posadas a la interpretación de Chiola en “Con el dedo en el gatillo” de Luis José Moglia Barth, guión de Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat, que retrata a un anarquista con toques de Severino Di Giovanni y Paul Muni, el gángster de “Scarface” (1932), en la original vuelta de tuerca social al clásico norteamericano. Es que el actor nacido en Rosario, Santa Fe, en 1902 –o 1903- matizaba en grises, abría los puntos de vistas para el espectador, tallando al Salvador que para financiar a los grupos rebeldes, debe delinquir. Había venido Chiola a Buenos Aires en los veinte persiguiendo el sueño de la actuación, subsistiendo de panadero, cartero y vendedor de seguros. Un encuentro fortuito con el actor José Gómez, en la vía pública, cambió su destino, y en 1925, debutaría teatralmente en Montevideo con “Papá Lebonard”. Con las temporadas será un actor fundamental en las compañías de Tito Luisiardo, Pedro Quartucci y, especialmente, Muiño-Alippi, alternando sainetes y comedias livianas del estilo de la imbatible “¡Así es la vida!”, el gran suceso de taquilla de los treinta. También Chiola importante en la carrera de Francisco Petrone, un artista de rasgos similares, a quien hizo debutar en la compañía teatral Vittone-Pomar. Por aquel tiempo, el actor santafesino incursiona como libretista de la naciente radio.
Fue uno de los artistas más cultos de su generación, refuerza Alejandra Portela, traductor del seminal “Reflexiones del comediante” de Louis Jouvet, y joven maestro de compañeros y nuevas camadas. Muchos de ellos, como Luisa Vehil, Iris Marga o Petrone, aprendieron de la “turbia personalidad” que imprimía Chiola en sus criaturas, distinta la machieta del actor criollo a lo Muiño, en la efímera experiencia teatral de 1935 del Núcleo de Actores y Directores. Solamente llegaron a montar dos piezas con la dirección de Samuel Eichelbaum y Armando Discépolo. La buena semilla de Chiola germinaría en la Comedia Nacional Argentina de Antonio Cunil Cabanillas en el Teatro Cervantes, nacida de las cenizas del Núcleo.
Sería en el cine donde Sebastián Chiola encontraría los papeles que, detrás de ese tono orillero, mejor dimensionaban la evolución del costumbrismo intuitivo del primer periodo del cine sonoro a otro que intentaba plasmar, de alguna manera, la realidad social. Su carrera de 1937 a 1948 representa los alcances y las limitaciones de aquella renovación en temas y lenguajes encabezada por Mario Soffici y Luis Saslavsky, entre otros. Justamente con éste último director filmaría una de sus primeras películas, “Puerta cerrada” (1938), donde comparte un estilizado melodrama con Libertad Lamarque. Había debutado Chiola con el mediometraje semidocumental “Petróleo” (1937) de Arturo Mom. Pero en la cinta con Lamarque, Nina Miranda, surgen los primeros rasgos contradictorios, humanos, de los habituales roles seleccionados por el actor. Allí encarna a un interesado hermano de una actriz que recupera la libertad por un delito que no cometió.
“Y mañana serán hombres” (1939) de Carlos Borcosque lo encuentra a Chiola como compresivo director de orfanato, diferente al atribulado “Puentecito” de “La Fuga” (1937) con Tita Merello y Santiago Arrieta. En 1941 tendrá un memorable cruce actoral con Pedro López Lagar en “Historia de una noche” de Saslavsky, premio mejor actor de reparto para la flamante Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, ente que Chiola colabora a instituir. Lauro que repetiría en 1944 por “El muerto falta a la cita”, un thriller con ingeniosos toques de humor de Pierre Chenal –y que inspiró al español Juan Antonio Bardem para “La muerte de un ciclista” (1955), la mejor performance en pantalla grande de Alberto Closas. Cercano al grupo de fundadores de Actores Asociados Argentinos, Manzi, Muiño, Elías Alippi, Lucas Demare, Petrone, Ángel Magaña y Enrique Faustín, Chiola hace una aparición sin crédito en “El Viejo Hucha” (1942), la primera de las películas de esta productora señera. Y acepta el papel pensado originalmente para Alippi, y que inmortalizaría al artista rosarino, el capitán del Carril de “La Guerra Gaucha” (1942) de Demare, entre los diez mejores películas argentinas de todos los tiempos.
Al año siguiente sería el tortuoso empleado bancario que ayuda a Delia Garcés, Nora, en la edulcorada versión que Alejandro Casona realiza de “Casa de muñecas” de Ibsen, dirección de Ernesto Arancibia. En 1944 entrega otro personaje en la cornisa con el juez Casares, que debe decidir entre la mujer que ama y el cumplimiento de la Justicia, en “Se abre el abismo” de Pierre Chenal. Espacia sus trabajos cinematográficos, filmó 21 producciones en total, concentrado en giras con Pablo Palitos y Gloria Guzmán hacia el final, siendo “Apenas un delincuente” la inesperada despedida. En medio de la temporada teatral de “Mónica perdió un complejo” tuvo una indisposición y pidió que lo trasladen a Rosario, cerca de sus afectos. El actor fallece el 7 de febrero de 1950. Dice la investigadora Portela de este actor que navegaba en ríos picados, entre disparos como en las escenas postreras de “Apenas un delincuente”, “Sebastián Chiola desarrolló su carrera en el cine en poco menos de diez años…fue el irónico despreciable, el extorsionador educado, el tipo atractivo que se abisma junto a los demás: aquel que apoya, como el pasar, su mano sobre la balanza para que sea mayor el peso del lado de los condenados”
Agradecimiento: Grandes de la Escena Nacional
Fuente: Portela, A. Sebastián Chiola en Homenajes III. Buenos Aires: INCAA. 2018; Teatro: desde la generación intermedia a la actualidad. Capítulo. La Historia de la literatura argentina. 52. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. 1971.Ahira.com.ar; Mahieu, J. A. Breve historia del Cine Argentino. Buenos Aires: Eudeba. 1968
Fecha de Publicación: 10/04/2022
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