¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónDe una niñez humilde en Sunchales, pintor de campo, a las luces de la calle Corrientes, primera figura de importantes puestas de los últimos sesenta años. De entonar en un humilde conservatorio rosarino a renovar el tango con Ástor Piazzolla, “te tengo que agradecer que vos Negro fuiste el primero que se prendió a mi ola”, le decía el genial músico marplatense, que Raúl Lavié homenajea en su centenario con “Piazzolla Inmortal”, ahora en gira nacional. De cómo un rosarino tan rosarino como el sándwich Carlitos se transformó en el emblema del porteño, o cómo le dijo que no Hollywood, una, dos veces, va esta entrevista, que imaginemos con esa voz profunda, inconfundiblemente argentina.
Raúl Lavié: Mi madre no podía tenerme el Rosario, trabajaba en casas de familia, y al mes y medio me lleva con mis abuelos a Sunchales. Fueron mis abuelos que me criaron hasta los ocho años, que vuelvo Rosario con mi madre. Yo rescato la valentía que tuvo mi madre ya que se negó a estar con mi padre no por su voluntad, sino por la familia de mi padre.
RL: Por una infidencia de mis primos en un almuerzo familiar. A mis 70 años. Yo siempre pensé que mi padre había muerto hasta que me anoticio por ellos que vivió muchos años, en Rosario. Pero de eso en mi familia no se hablaba. Así que empecé a reconstruir la historia. Él era de una familia tradicional ligada a la justicia rosarina. Incluso llegó a jefe de policía santafesino durante la presidencia de Illia. Y ocupó un rol muy importante en la sociedad civil. Mi mamá trabajaba de empleada en la casa de su familia, que tenía raíces entre los fundadores de Rosario, eran jóvenes, y se enamoraron. Mi papá recién se había recibido de abogado. Una vez embarazada, los padres se opusieron rotundamente. Ante eso, fue mi mamá quien dijo que ella iba a criar sola a su hijo. Además prometió que nadie se enteraría del apellido del padre y jamás reclamaría un peso. Mi papá se opuso al principio, quería reconocer la paternidad, o casarse con mi mamá, pero mi madre no aceptó diciendo que su hijo era solamente de ella. No quiso romper la palabra empeñada. Así terminó la relación con mi padre y nunca más se verían.
RL: Una muy feliz (piensa), tal vez algo solitaria, porque la casa de mis abuelos estaba a las afueras del pueblo.
RL: Yo creo que uno no elige sino que nace con una predestinación a determinada cosas. Yo siempre fue autodidacta. Y me gustaba dibujar desde pibe. Puede ser que uno de los motivos haya sido estar solo mucho tiempo. Y que también soy muy observador, algo que sería fundamental en mi carrera de actor.
RL: Claro, claro. Y con la pandemia mucho más. Incluso aprendí a usar el acrílico, antes dibujaba siempre en tinta. También trabajé al óleo con el pintor Vicente Forte. A través de mi hija, que tiene conocimientos de curaduría, hace unos años hicimos una exposición de mis dibujos en Mar del Plata, en la Normandía. Varios amigos míos, relacionados con el arte, intentaron comprar pero considero mis lienzos y cartones una cosa mía. Tengo un gran respeto por los artistas. Y por lo que significa llegar a ser artista, a través del estudio. Yo siempre me consideré un autodidacta, a quien no le interesa exponer. Mi obra completa así está conmigo, repleta de retratos de músicos, entre ellos, claro, Piazzolla.
RL: No te olvides que Rosario tiene un puerto, je. Uno tiene los genes de la cultura natal, y después suma el lugar donde reside. Ya llegué a Buenos Aires a los 18. Y me fui adentrando en la cultura de esa época, similar a la que había visto en Rosario. Esa cosa de muchacho de barrio y, al mismo tiempo, codearse con gente de cualquier clase social. Empecé a los doce años a trabajar por la necesidad en mi casa, no pude terminar la secundaria porque ya actuaba en una Orquesta Característica, pero nunca dejé de leer los libros de la biblioteca Leandro N. Alem de mi primaria. Esas lecturas me ayudaron a comprender, y participar, en diferentes mundos.
RL: A mí me decían Polo, incluso algunos que me conocen de la infancia siguen llamando así todavía. Debuté a los 18 años en Radio El Mundo. Yo estaba de paso por Buenos Aires porque me habían echado de la orquesta radial rosarina, y acompañaba a mi primera esposa. Me habían llevado Antonio Carrizo y Víctor Buchino, ambos directores artísticos de la poderosa radio de entonces, y que me habían escuchado de casualidad en un bodegón. Pero no les convencía mi apellido, Peralta, y empezaron a jugar con las palabras, La Voz, Lavoe en francés, y quedó Lavié, unos minutos antes de que salga al aire, un jueves de 1955 a las 20.30.
RL: (Carcajadas) Hay una cosa singular con mi voz. Salgo con el barbijo puesto por la calle, tapado en invierno, a veces voy charlando bajito, y es infaltable la persona que se da vuelta, “Hola, Lavié” Es un prodigio que Dios me ha dado, un paladar de capilla (risas), y que ejercito todos los días. Recuerdo que una vez, lejos del país, las comunicaciones telefónicas eran espantosas en los sesenta, y apenas digo la primera palabra, la operadora sale con “¿Qué desea señor Lavié?” Por suerte nunca se me ocurrió ser ladrón, ya que nadie me creería, o me reconocerían enseguida, je.
RL: Llegó un momento en mi carrera que me hice una pregunta. Había triunfado en la radio, después fui ídolo popular por el “Club del Clan”, quería hacer más cosas pero ¿qué? Desde siempre me había gustado la actuación, veía bastante teatro, practicaba la interpretación incluso con libretos de los clásicos, y en ese momento, me decidí abordar el género teatral. Entonces me contacto con Juan Silver, un prestigioso director de teatro que estaba dirigiendo en una sala de Florida al 100, al enorme Luis Medina Castro en “Los fantásticos” Y lo primero que pidió Juan es experiencia de actor dramático, sabiendo que mi cara estaba en todas partes con la película del Clan, y era un riesgo grande. Ninguna, dije. Si bien él confiaba en mí, los productores bajaron el pulgar.
RL: A los pocos meses Silver me llama para la Comedia Nacional Argentina, que funcionaba en el Teatro San Martín. Era para “Locos de verano” con Susana Rinaldi, que fue su debut como cantante en 1965, porque le habían transformado en una comedia musical. Después me convoca Marcelo Lavalle para ofrecerme una comedia dramática, “Deolinda Correa” Arranqué así con una larguísima trayectoria donde transité todos los géneros teatrales, fui Martín Fierro, Don Quijote de La Mancha y Zorba el Griego, y me sirvió mucho en mis trabajos de televisión y cine.
RL: Ella me dio el gran espaldarazo en mi carrera de actor. Lamarque y Piazzolla son fundamentales en mi carrera. En 1966 Libertad estaba haciendo comedia musical en México. Pese a trabajar en el Teatro San Martín, y en el Teatro Cervantes, yo no era tenido en cuenta por los productores del teatro comercial. Viajé a México de paseo, ella figura en “Hello Dolly”, y me contacta porque me conocía por una película con Marco Antonio Muñiz. Si bien yo había firmado contrato con Canal 13, no pude decir que no a una oferta de Libertad para compartir teatro con Manolo Fábregas, en el DF mexicano. Terminé de gran amigo de ella, Libertad madrina de uno de mis hijos, y fuimos familia. Después montamos el musical “El hombre de La Mancha” con Nati Mistral, que más de treinta años después pude representar en Buenos Aires con gran éxito.
RL: Je. Yo estaba casado con Pinky, terminando la temporada de “El Hombre de La Mancha”, y el marido de Dolores del Río, un gran productor norteamericano, tenía todo preparado para una gira estadounidense. Pinky queda entonces embarazada de Gastón y decide que quiere tener al hijo en Buenos Aires. Atravesábamos, además, una crisis de pareja. Otro de los motivos de mi renuncia al Canal 13 habían sido mis deseos de permanecer con ella en México, país donde había conseguido entrar fuerte en los medios. Pero ahora quería volver. Y le dije que no a este productor norteamericano, totalmente convencido y enamorado. En aquel tiempo era muy compinche de Cantinflas, y cuando le conté, dijo, “Tú, estás loco” Por supuesto que me hubiera gustado quedarme en México, y hacer una carrera distinta, pero no me arrepiento. Para mí siempre primero está la familia y los amores. Fijate que de tan enamorado me casé tres veces (risas) Igual, no fue la única vez que le dije que no a Hollywood.
RL: Volvimos a la Argentina y, en 1970, canto en el Festival de Cine de Mar del Plata. Una vez terminado el recital el embajador norteamericano me contrata para un agasajo a Jack Valenti, uno de los más grandes productores de la historia del cine. Terminó el show y, a través del embajador, Valenti pide que me quede a una cena reservada. Me hace mil preguntas, de dónde vengo, qué hice, hasta de la familia consulta, y yo no entendía nada. Al fin, confiesa que se habían quedado sin actores de carácter para acompañar a las estrellas. El último había sido Anthony Quinn, que ya era una estrella. Generalmente los importaban de México pero parecía que a fines de los sesenta todos querían ser rubios (risas) Y me dice que yo era la segunda persona a quien él le ofrecía directamente entrar por la puerta grande de los estudios: la primera había sido Marcello Mastroianni ¡Mastroianni! Efectivamente Marcello haría una película, que no le gustó, y se volvió pronto a Italia. Valenti ofrecía un súper contrato millonario en dólares, una mansión para mi familia en la mejor zona de Los Ángeles, y todo lo que pudiera imaginarme. Vuelvo aturdido a consultarle Pinky, y ella, con tino, responde que no lo ve porque recién habíamos vuelto al país. E, insiste, deseaba criar a sus hijos en Argentina. Mis hijos. Otra vez la disyuntiva. Ser una estrella de Hollywood o continuar con la familia. Cuando le comuniqué mi decisión negativa al embajador, a los pocos días, recibo una respuesta de Valenti. Otra vez, “dígale a Lavié que está loco”
RL: Antes solamente había hecho películas de moda, como “Yo gané el PRODE…y usted? (1973)” –el PRODE era un juego de apuestas deportivas con los resultados de la fecha de fútbol, muy popular en los setenta y ochenta- Los productores sólo me llamaban cuando necesitaban un caradura porteño que supiera cantar. Fue Leopoldo Torren Nilsson que se le jugó para darme el fuerte personaje de Pancho en “Boquitas Pintadas” de 1974. Recibió varias críticas de por qué había convocado a un cantante nuevolero, pese a que había pasado una década de ese mote y que yo ahí sacaba discos de vanguardia con Piazzolla, pero pesaba mi ausencia en el país. Leopoldo me defendió diciendo que confiaba en mí como actor. A partir de ese momento trabajé con grandes directores como Héctor Olivera, Lucas Demare, Eliseo Subiela y con el hermano de Leonardo Favio, Jorge, la maravillosa “El fantástico mundo de la María Montiel” (1978)
RL: Uno siempre tiene miedos pero debe aprender que no se puede vivir con miedo. Y a enfrentarlo. Por ejemplo pensemos en esta pandemia. Tengo casi 70 años poniendo el hombro en el espectáculo, siempre en mi trabajo, y en un país difícil de vivir como todos sabemos. Enfrenté los golpes militares, otras pandemias, guerras, incluso estuve al borde de la bancarrota, cómo no voy a enfrentar esta situación. Siempre he vuelto a resurgir. La palabra de resiliencia (capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas) la conozco, la vivo, hace décadas. Cuando perdí a mi hijo –Leonardo, en 2019- lo primero que hice fue salir al escenario. No hay que naufragar en el lamento ni en el miedo.
RL: No. La muerte es parte de la vida. Yo sigo pensando en veinte años adelante, no me aterra ni nada. Alguna vez pedí a Dios que me dejara crecer, y vivir más, para dar más. Pienso que tengo veinte años por delante además, estoy perfecto vocal y mentalmente. Deseo fervientemente ver crecer a mis nietos, ver la realización de esas personitas.
Imágenes: Raúl Lavié // IG Luis Frontini
Fecha de Publicación: 22/08/2021
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