¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 02 De Junio
Quienes conocieron a Duilio Marzio rescatan la impronta de caballero, la humildad de una sonrisa franca, y, especialmente, generosidad con transmitir los vericuetos de su arte. Activo hasta poco antes de fallecer de casi noventa años, varios capítulos de la trayectoria del actor marcan los puntos altos de la escena nacional del siglo pasado. Llegó al cine en el recambio de las cámaras despiertas que revolucionaron la pantalla a fines de los cincuenta, Marzio una de sus caras fundamentales también en el teatro experimental que anunciaba la revuelta del Di Tella, y luego de la labor al frente del gremio de los actores, introdujo localmente un abordaje metódico aprendido en el famoso Actor´s Studio. En Estados Unidos entabló amistad con Robert Duvall, Leslie Caron y Bette Davis y, en una fugaz visita anterior, Marilyn Monroe quedó prendada de sus ojos color cielo. A la vuelta volcó esas experiencias en televisión y cine hasta bien entrados los dos mil, siendo su Henrik de “El último encuentro”, superior aseguraban al representado en Londres por Jeremy Irons. Duilio, especialmente, generoso, “Yo me sentía muy bien trabajando por los demás. Siempre hay que trabajar un poco para uno y otro poco para los demás. Es un aprendizaje de cosas que el hombre puede hacer”.
"Mi papá era un inmigrante siciliano y traía eso de tener un hijo profesional. Pero en la facultad apareció un curso de teatro que daba Antonio Cunil Cabanellas y ahí fui, junto con Pepe Soriano, y se me despertó la pasión", contaba Duilio Bruno Perruccio La Stella, nacido en el barrio de Caballito, pasaje Videla Castillo, el 27 de noviembre de 1923, su hogar de 70 años. Hijo de un padre que tocaba en las orquestas de cine mundo en el Grand Splendid y el Palace, amigo del tanguero Osvaldo Fresedo, y arruinado con el surgimiento del sonoro, Duilio se convierte en un avanzado alumno de clarinete y piano en el Conservatorio Manuel de Falla y se gana algunos sueldos tocando en una banda militar con el alias de Alan Warren. Pero ingresa a la Universidad de Buenos Aires, llegan a faltar sólo ocho finales para el grado en abogacía, y se cruza con el maestro de actores Cunill Cabanellas, “Cuando establecieron el teatro universitario en la Facultad de Derecho fuimos a estudiar con Pepe Soriano, Susana Mara y muchos más que después no siguieron. Cunill empezó a alentarme y me decía: “Tú eres galán, tú de abogacía nada, eres galán”, con ese tono catalán que tenía. Y a Pepe también lo incentivaba para que dejase el derecho y fuera sólo actor”. El español daría la primera oportunidad en “Fin de semana", de Noel Coward, junto a un elenco estudiantil en 1949. Y Marzio no pararía más. ¿Marzio? “Mi apellido es Perruccio La Stella pero mi padre no quería que dejara los estudios, pensaba que me moriría de hambre con el teatro. Entonces decidí cambiarlo por si fallaba la actuación. También porque es demasiado largo…busqué algo que coincidiera con Duilio, que es un nombre romano, pensé en Marcio como el rey Anco Marcio, me gustaba cómo sonaba. Solamente que el rey romano es con c, pero la gente lo pronuncia mal, y me lo puse con z”, justificaba al periodista Guillermo Alamo en 1999.
El mismo Cunill Cabanellas lo dirigió en "Antígona", en el Instituto de Arte Moderno, y en aquella oportunidad, el director cinematográfico Leopoldo Torre Nilsson quedó prendado por su estilo y lo incluyó en el elenco de "Días de odio" y "La tigra" (ambas de 1953) Marzio antes había sido seleccionado del grupo de Cunil Cabanillas, que incluía a Inda Ledesma, María Rosa Gallo y Alfredo Alcón, para una película con Olga Zubarry pero daba “muy joven para el papel” La revancha sería con la adaptación del cuento de Borges “Emma Zunz”, que no convenció al escritor, donde interpreta a un joven de bajofondo, en la truculenta trama de la protagonista de “Días de odio”, “el sueño del pibe cumplido. Yo era admirador del cine y cuando él me lleva a hacer cine yo no lo podía creer... pasaba frente a la cámara y la miraba. En ese momento la reina era la radio, aún no había aparecido la televisión... La cámara da la impresión de un teatro lleno. Te está mirando. Impone respeto. Tenés que trabajar para esa cámara. Y, además, era la primera vez que me iban a pagar por hacer un papel”, recordaba a Marcela Stieben del diario Página 12 en 2011. Esa era la época en que se compró un auto descapotable y las admiradoras le escribían frases de amor en la capota blanca.
“En la medida que nos fuimos conociendo más tuve confianza para expresarme con Fernando Ayala…trabajé muy cómodamente con Torre Nilsson también. Después igualmente con Daniel Tinayre. La relación con Tinayre ha sido maravillosa, porque de repente cuando en tu carrera tenés dudas, de si te va bien, si estás bien parado, uno siempre recurre a la confianza que alguien te tuvo, y mis referentes han sido ellos…los que en su momento me tuvieron confianza”, directores además de la “etapa de maduración del cine argentino”, en palabras del crítico José Mahieu, que daría al gran salto en los sesenta al cine de autor de Leonardo Favio y David Kohon, entre otros. Marzio descollaría en “El candidato” (1959) de Ayala, un duro análisis de la derrota moral de un político, y “La caída” (1959) de Torre Nilsson, éste de los primeros filmes locales con proyección internacional. De aquella época recordaría Marzio especialmente “El amor nunca muere” (1955) de César Amadori porque “el primer día que filmé con Tita Merello fue emocionante, la noche anterior no pude dormir…Yo había visto mucho cine argentino, no era indiferente al cine argentino, y filmar con alguna de esta gente fue una emoción muy fuerte…Tita era, y sigue siendo, tan importante, y sabiendo que en esa película iba a estar Zully Moreno, Mirtha Legrand y Carlos Cores y que iba a debutar un muchacho, que yo ya conocía por haberlo visto en teatro junto a Analía Gadé, Alfredo Alcón”, remarcaba quien luego volvería a compartir cartel con el actor dramático argentino por excelencia también en “Un guapo del 900” (1960), otra vez bajo la batuta de Torre Nilsson. En aquella década filmaría unos de los clásicos nacionales, “Paula cautiva” (1963) de Ayala, inspirado en un cuento de Beatriz Guido, y con excepcional música de Astor Piazzolla.
Mientras seguía con roles importantes en teatro, “La gata sobre el tejado de zin caliente” (1956) con dirección de Francisco Petrone, “Este noche mejor no” (1958), bajo las órdenes de Luis Sandrini, y "Becket, El Honor de Dios" (1963) con Lautaro Murúa y Norma Aleandro, en el Teatro San Martín, es de los primeros actores que salta a la televisión en pañales, en “La comedia de los lunes” (1957) Presentador histórico de “El mundo del espectáculo” en canal 13 en los sesenta, allí haría Rodolfo Bebán un Othelo memorable, Marzio resultó uno de los comensales que inauguró “Almorzando con Mirtha Legrand” (1968) No fue un medio afecto al actor, esporádico galán, pese que se destacó en los ciclos de Oscar Barney Finn y Nelly Fernández Tiscornia. Otra actividad lo absorbería buena parte de la década, la presidencia de su gremio, “Y de repente, cuando estás en la Asociación Argentina de Actores, que es la asociación que defiende los derechos de los actores, ves todo lo bueno y lo malo de la profesión, cómo hay que luchar en ciertos episodios... Al actor que recién empieza a veces no se lo trata bien. Ahí está la Asociación para defender esos derechos”, enfatizaba el actor que se enteró de la designación filmando en Italia.
Hacia 1970 el afamado Lee Strasberg estaba de visita en la Argentina y asistió a una función de “El sirviente”, donde Marzio actuaba bajo la mirada de Arturo García Buhr. “Usted tiene adentro suyo cosas que ni imagina”, fueron las palabras del maestro de Roberto de Niro o Al Pacino, y viajó al país del Norte ayudado con su perfecto dominio del inglés a tomar 400 clases. Diez años antes había viajado con una beca del Departamento de Estado norteamericano y en el Actor´s Studio de New York, “hacía tanto calor que me saqué el pullover y lo dejé en una silla…de repente veo una mano que lo estaba acariciando…veo que era una mujer bellísima, hermosísima, y trascartón me doy cuenta que era ella, Marilyn”, recordaba aún emocionado a fines de los noventa Marzio, que compartió clases de igual a igual con Barba Streisand y Sally Field. Y Monroe, por supuesto, Marzio tal vez el argentino que más cerca tuvo al mito del siglo XX. A la vuelta lo esperaba un nuevo papel consagratorio en “La Raulito” (1975) de Lautaro Murúa, con Marilina Ross; y que inmortalizó su querida casa de Videla Castillo, locación de interiores, que no existe más. En teatro, la polémica “Equus” (1976/1982), puesta de Cecilio Madanes y con Miguel Ángel Solá, y “Al fin y al cabo es mi vida” (1980), ahora dirigido por Agustín Alezzo, marcarían otros hitos en las alforjas pletóricas de Marzio.
Un breve parate a fines de los ochenta, mediados de los noventa, y vuelve a triunfar con “Borges y Perón” (1998-1999), a insistencia de Osvaldo Dragún en el Teatro Cervantes, y con los órdenes de Roberto Villanueva, logrando en esa temporada ganar los cuatros principales premios que se entregan a la actividad teatral argentina, todo una rareza, ACE, María Guerrero, Florencio Sánchez y Trinidad Guevara. Marzio ya era una leyenda de la escena nacional. Se mantiene activo en los dos mil, filmaría entre otras “Las Manos” (2006) de Alejandro Doria, “¿De quién es el portaligas?” (2007) de Fito Páez y, la última, “La Cacería” (2012) de Carlos Orgambide. "Recién terminé dos películas, “Tradición, familia y propiedad/Silencios” (2009) de Mercedes García Guevara y “Horizontal, vertical” (2008) de Nicolás Tuozzo. Y ensayo una obra de teatro “El último encuentro”, basada en la novela del húngaro Sándor Marai que estrenamos con Fernando Heredia y Carmen Vallejo a mitad de año. La obra tiene muchísima letra, es complicada. Pero yo amo mi trabajo ahora más todavía que al principio de mi carrera, porque soy más consciente. Lo disfruto como nunca, enhorabuena", declaraba en el diario Clarín en 2009 sobre la proximidad del estreno de la pieza, que finalmente iría con Hilda Bernard en reemplazo de Vallejos, y le dio a Marzio un nuevo ACE. Allí afirmaba que caminaba unas 50 cuadras al día y que tenía varios ejercicios de memoria, "por ejemplo, me aprendo todas las repúblicas de África, son 48, y van cambiando”. Fallecería el 23 de julio de 2013 en momentos que preparaba un nuevo proyecto teatral, el actor que también relució en las comedias musicales de “Mi bella dama” y “Aplausos”, con la batuta de Tinayre. Imaginamos que se despidió con la frase preferida de su película favorita, “La Strada” de Federico Fellini, “cada piedrita de la vida tiene su razón de ser". Duilio Marzio, una roca en las razones de lo mejor del arte argentino.
Agradecimiento: Grandes de la Escena Nacional
Imágenes: Télam / Grandes de la Escena Nacional
Fecha de Publicación: 20/01/2022
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