¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
Leonardo Favio siempre quedará en la memoria. Para muchos como el cantor de “Fuiste mía un verano”, uno de los mayores sucesos de la canción romántica, “El Juglar de América” Para algunos, los intelectuales que el mismo Favio rechazaba, “un regalo de Dios que les vino de rebote. Yo prefiero a los que eligen un estilo de vida, los bondadosos y pícaros”, diría delineando sus personajes de celuloide, será el mejor director argentino de todos los tiempos, con títulos imprescindibles del destello singular de “Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más” o “Soñar, soñar”, y quedará encasillado de director de culto, en el mármol de la posteridad “Estoy contento que vean mis películas en las escuelas de cine”, contaba resignado el director de Federico Luppi y Carlos Monzón. Algo que detestaba Favio íntimo, “estoy aburrido de los reportajes y homenajes… yo sólo quiero que esté llena la sala cuando se proyecta mi película y el teatro cuando voy a cantar”, confesaba en el nuevo milenio con un nuevo disco, y la proximidad del estreno de la versión coreográfica de “Aniceto” Muchas veces tildado negativamente de director peronista, “en ningún momento yo planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”, enfatizaba al filósofo Esteban Ierardo, las anteojeras ideológicas serían el impedimento de apreciar una producción cinematográfica, que con nueve películas dirigidas nada más, se internó en la argentinidad profunda y al palo. La tremenda sencillez de Favio, que no está exenta del desborde cinematográfico que acentuó en su obra desde el ascetismo inicial a la grandilocuencia “del Mono, las pelotas”, consiguió calar en la savia de los marginales perseguidos por la Ley, de los barrios bajos del conurbano, de los rancheríos del Interior, de los sin suerte, de los solitarios de cruces pesadas, y de los bondadosos y pícaros que comen “los tallarines de la Vieja los domingos” Latidos en forma de travelling que capturaron una manera de existir, un tiempo de lo popular, una manera de tener memoria de lo que vendrá.
Fuad Jorge Jury Olivera nació en Las Catitas, departamento Santa Rosa, provincia de Mendoza, un 28 de mayo de 1938. En su sangre corría sangre siria y navarra, clandestinidad y arte. Su padre Jorge era un proxeneta y su madre Laura Favio, un reconocida actriz, guionista y productora de radioteatros. La infancia de Favio tiene algunos puntos de contactos con su Piolín, el niño marginal antihéroe de su debut en la dirección con “Crónica de un niño solo” (1964), y no tanto, “me escapaba permanentemente del Hogar El Alba en Buenos Aires, como a él me gustaba la calle…en todo juego de creación hay algo de autobiográfico pero él no es lo que fui”, señalaba a Roberto Di Bartola en 1965. En aquel primer largo apelaba a su memoria en los detalles, los gritos del celador, la orina en la cama, las calles embarradas y los pequeños gestos de los amigos delincuentes, pero extendía a los personajes hacia lo colectivo, sin denuncialismo, y con una fuerte empatía con el entorno social. Favio sabía escuchar las señales sojuzgadas por el mundo, “¿sabés que perdí al llegar a Buenos Aires”, admitía a Adriana Schettini, “perdí el ruido de los coleópteros…. En mi casa Luján de Cuyo -donde pasaría sus primeros años con sus abuelos, pegado a los radioteatros, y a las estrellas del cine argentino como Tita Merello y Hugo del Carril, que vería en las temporadas en Mendoza de adolescente- había un jardín con rosas de colores increíbles, obra de mi tía Berta…pzzzzz pzzzzz era el sonido constante a la hora de la siesta… Y eso sumarle el ruidito del agua, tanto de la sequía como del regadío.. Es una pena que esos sonidos de a poco vayan desapareciendo… cada vez te tenés que hundir más en los desiertos para poder escucharlos”, sostenía en los noventa.
Entrando y saliendo de hogares y comisarías, y viviendo del sueño de ser “ladrón de autos, ladrón bancos, saltimbanquis, tragasables o lo que fuera para no trabajar”, recordaba Favio entre marginales mendocinos y porteños, intenta ingresar a la Marina y es expulsado por rebeldía, siendo detenido nuevamente por robos de radios de coches, ya siendo mayor de edad, y enviado a la cárcel de Devoto. Regresa a instancias de su madre a Cuyo, y obtiene pequeños papeles en las radioteatros producidos por ella en Mendoza y San Juan -allí tendría su propia compañía radioteatral. Doña Laura y su ex pareja Horacio Torrado -padre de su hermano menor Horacio, su hermano mayor es el escritor Zuhair “Negrito” Jury, coguionista de Leonardo en casi todas sus películas-, un famoso actor de Buenos Aires, le consiguen pequeños bolos en Radio El Mundo, en el actual edificio de Radio Nacional, y en su adorado programa aún vigente en 2021, “Las dos carátulas” “Vamos a ver una película que no parece argentina” propone un compañero radial y “La casa del Ángel” cambia su rumbo en el deslumbramiento con Leopoldo Torre Nilsson, el primer director argentino que trasciende la fronteras.
Entre los cincuenta y sesenta se transforma en actor de Torre Nilsson, “en “El secuestrador” me dejó filmar un plano, en “Fin de fiesta” colocar la cámara…él trabajaba mucho la angulación y a mí me interesaba más los campos abiertos”, recordaría de su mentor, que tiene cierta influencia sobre su ópera prima, José Martínez Suárez en “Dar la cara”, y Fernando Ayala en “Paula Cautiva”, música de Ástor Piazzolla, o sea de la crema de la renovación de los sesenta, movimiento no homogéneo al cual se suele asociar a Favio. Para su disgusto, “no tenía nada que ver con esa generación a la que yo llamaba “los amigos de Truffaut” ellos querían ser franceses que hablaban castellano. Y nosotros somos argentinitos, te guste o no… conscientes de eso, teníamos que hacer un cine que nos expresara el mundo, esa siempre la tuve clara, por eso creía en el cine de Hugo del Carril y en el de Lucas Demare… ya entendí al cine nacional con acercamiento a lo popular…. Yo siempre decía qué teníamos que hacer como Kurosawa: contar nuestra historia”, renegaba el cineasta. Su primer cortometraje, “El amigo” (1959), lo realizó con unas cintas que retiró gratis falsificando la firma de Torre Nilsson. El director lo felicitó.
En la década del sesenta arranca “Crónica de un niño solo” (1964), “daría diez años de mi vida para filmar un plano como los de Leonardo Favio”, fue el halago de Pier Paolo Pasolini en Mar del Plata, sigue con la narrativa de la soledad en “Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza… y unas pocas cosas más” (1965-1966) -en base al cuento de su hermano “El cenizo-, ambas reiteradamente elegidas como las mejores películas del cine argentino, y remata con la mortuoria “El dependiente” (1967-1968), quizá la mejor Graciela Borges. Pero la falta de apoyo de crítica y financiero llevaron a Favio a desempolvar la guitarra, que lo acompañaba de sus días en carromatos y amores gitanos, y que ya había sonado de amateur en las radios mendocinas y en la Botica del Ángel de Bergara Leumann, y construir una carrera huracanada, a partir del éxito de “Fuiste mía un verano” (1968) Este long play, el más vendido de la historia nacional y que hizo que se dupliquen las ventas de tocadiscos, incluía “Canción de Pototo”, de Luis Alberto Spinetta antes de Almedra, rebautizada “Para saber cómo es la libertad” para el público de Favio. Al Flaco jamás le gustó la versión. Su sucedieron giras intensas latinoamericanas, películas comerciales de apoyo a los discos, y una devoción casi beatlemaníaca que impactaron en la vida personal de Favio, divorcio de María Vaner y, luego, nueva pareja en Zulema Carolina Leyton, y marcó una virtual parate artístico en 1972. Mientras tanto se aprestaba a transformarse en el director más taquillero del cine local.
“Yo ya contaba con una gran ventaja: mi popularidad como cantante”, reconocía Favio a Patricia Carbonari , “eso me acercaba al público, además del antecedente de Juan Moreira -más de dos millones de espectadores- El público masivo que me conoce como cantante, una buena parte ve las películas, y me relacionan de las dos maneras. Si no, ¿de dónde voy a sacar 3 millones de espectadores? Yo me juego entero” recordaba de ambas películas que marcaron generaciones, en un explosión de color que el director adjudica al talento en la iluminación de Juan José Stagnaro “Juan Moreira” (1972), con Rodolfo Bebán, significa el gran cuento del mito del matrero fundacional a lo Martín Fierro, estrenada el día de la asunción del presidente Cámpora, sincroniza con las pasiones reivindicativas del retorno del peronismo. En la suerte fatal de Moreira parece también que va el destino de la rebeldía, y la juventud, de una época. Favio que fue testigo presencial del camino de violencia con la masacre de Ezeiza de 1973, el frustrado retorno de Juan Perón en el cual Favio era uno de los oradores, e intervino personalmente en detener la tortura de jóvenes por las fuerzas de choque peronistas. Quizá por eso su próxima película, la más vista de la Argentina, busca el mágico mundo de sus recuerdos de infancia, y adapta un radioteatro campero de Juan Carlos Chiappe, “Nazareno Cruz y el Lobo” (1974-1975) Mito y magia llevan a Juan José Camero a conquistar una emoción pirotécnica sin límites. Tras “Soñar, soñar” (1976), con el boxeador Monzón y el cantante Gianfranco Pagliaro, fracasada e incomprendida, la película más conmovedora de Favio, el director emprende un forzado exilio por la dictadura. Sus hijos con Vaner habían partido a España amenazados por la Triple A “Es volverse bondadoso y sonriente por temor a la delación, desesperar el sueño con urgencia”, escribía Favio en 1976 sobre el miedo, refugiado en Colombia, país desde donde reconquistó un continente con su voz, “Es no saber cuándo y tener constante la impresión de que ya. Es no tener tiempo para sus hijos. Así viví los meses que pasaron desde la caída de Isabel hasta que logré salir del país” Retornaría en 1987.
“Encontré en Gatica una suerte síntesis de la forma de ser del hombre argentino que reside en ésta gran capital que Buenos Aires. Gatica era el prototipo: ingenuo, bullangero, mentiroso, valiente, seductor, en fin esas cualidades que tiene la argentino; también fanfarrón, tierno, frágil” explicaría su gran regreso en los noventa, “Gatica, el Mono” (1991-1993) Para su primera historia netamente urbana, Favio elige contar una Buenos Aires sin glamour, una que transpira con sus ídolos populares. En pleno peronismo menemista y neoliberal, el director y guionista recuerda la experiencia “feliz” del primer peronismo, y el ascenso y caída de las clases populares en la parábola de José María Gatica, un boxeador que brilló en los cincuenta y fue engranaje de Juan Perón, “yo siempre fui peronista, nunca me metí en política” hacía Favio repetir a su Gatica, retomando la exclamación de Mateo en “No habrá más penas ni olvido” de Osvaldo Soriano, a quien está dedicada la película. Justamente el escritor diría en su crónica, “Gatica no es Gatica sino lo que la generación de le Resistencia peronista hizo de él” y, sumamos, una visión del movimiento popular en dimensión litúrgica, sumatoria de las imágenes religiosas del antiguo seminarista Favio que impregnan todo su trabajo, el martirologio, la redención, la santidad y la muerte. Obra de gran aliento de un cine grandioso que ya no existía en el país, también convocaba un espíritu perdido, un peronismo sentimental que hacia fin de siglo parecía lejano a las nuevas audiencias. Este hilo emotivo seguirá en su próximo proyecto, “Perón, sinfonía del sentimiento”, que encargado por el entonces gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde en 1994, Favio puede finalizar en 1999, seis horas en que el panfleto se conjuga con la poesía.
”Es un error considerarlo un ballet filmado. Cada vez que puede, Favio vuelve a narrar como lo hacía en los viejos tiempos: con silencios largos, miradas cargadas de tensión, espacio entre los personajes y los objetos. Un minimalismo que hace del trío un arquetipo de las relaciones malogradas, de la tensión siempre existente entre la idea de "el hogar" y de "la aventura"”, aparece en la crítica de “Aniceto” (2008) por Diego Lerer, su reversión del original de 1966, y que incluye su última canción cantada y compuesta por uno de sus hijos, Nico. Arrasó con los Cóndor de Plata, las distinciones de la crítica de cine de Argentina. El último trabajo de Favio fue 2010, el cortometraje “La buena gente”, por el festejo del Bicentenario, y dejó inconcluso “El mantel de hule”, una película ambientada en su infancia mendocina. Otra vez, la memoria, materia viva del cine de Favio. Falleció de una neumonía en una clínica de Buenos Aires, el 5 de noviembre de 2012.
“Quien nace cineasta viene con un urgencia: utilizar o fabricar imágenes para testimoniar la Historia, transmitir el asombro, los sueños, la Poesía. Esto no es nuevo, siempre fue así… en el narrador que nos precedió, el más remoto, se ahonda en el misterio de los tiempos. Lo hizo Dios como herramienta para contar su obra, la creación, la vida… ese es nuestro oficio, testimoniar el llanto, testimoniar la historia, cantarle a la pasión, a la poesía: ser memoria” reflexionaba Leonardo Favio, que tenía a Borges y Patoruzú de cada lado, en la narración más maravillosa que pueden llegar a los ojos y los oídos, la de un pueblo.
“Yo descubrí la vida/viendo cómo la pierde la gente/en Buenos Aires/…No sé/yo he visto a Cristo/camuflado en las calles/ de éste, Buenos Aires,/vestido de mendingo/de niño pordiosero/y en la manos/ y el fuelle de Piazzolla/una tarde…Yo te amo Buenos Aires/porque en tu puerto a diario/recala mi nostalgia/de provinciano triste/que solloza en eterno regreso/que ya no quiere/…Porque aunque no lo diga/tu montón de cemento,/ya sé que tenés aire,/ y una flor,/y una hormiga,/y es un pájaro/el niño mendigo de los taxis”, “Pero a pesar de todo, te quiero Buenos Aires” en “Con cierto recato (poemas)”, 1975. En Favio, sinfonía de un sentimiento. Buenos Aires: MALBA. 2007.
“Él me decía: sos un irreverente nene, pero está muy bien, no cambies nunca… Durante 16 semanas que duró el rodaje, varias veces nos cruzamos mal, pero eran peleas de chicos, donde no nos hablamos durante dos horas. Y al rato yo tenía los guantes puestos y pedía un té, porque hacía mucho frío y venía Favio, y me daba té en la boca. Entonces en una relación amor-odio producida por la intensidad del trabajo”, Edgardo Nieva, intérprete de “Gatica, el Mono”. En Principi, O. Álvarez, E. TangoLibro. Boxing Club. Buenos Aires: Planeta. 2017
Fecha de Publicación: 28/05/2021
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