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El poder de la mente

Tusam fue una figura singular en nuestro país y dejó su legado

Técnica, unción, sabiduría, amor y mística. Parecen palabras sueltas, pero si tomamos sus iniciales se forma un acrónimo que seguro más de uno recuerda bien: Tusam. Mago, faquir, mentalista, hipnotizador o –como a él le gustaba definirse– “practicante del dominio orgánico”.

Tusam estuvo varias décadas desfilando por programas de televisión y escenarios, publicó libros y dio conferencias en distintos lugares del mundo. Sus habilidades iban desde masticar vidrios, ensartarse agujas o clavos en el cuerpo y hacer levitar a la gente hasta introducir sables en su boca. Él las atribuía a una predisposición natural, apoyada por un estricto control de su sistema nervioso y años de práctica.

Cuando no estaba tan evolucionada la magia de la tecnología, destrezas de este tipo nos generaban una mezcla de rechazo y fascinación. Generó elogios y críticas, pero siempre acompañados de una curiosidad bastante parecida al morbo.

De cualquier forma, Tusam fue una figura singular en nuestro país y dejó su legado: su hijo Leonardo –quien lo acompañaba durante sus shows junto a su madre, en una suerte de microemprendimiento familiar del mentalismo– continuó con la tradición e hizo su propia carrera. Porque, aun en épocas en las que parece que ya nada puede sorprendernos, en el fondo, todos queremos creer un poquito en lo imposible.

 

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