¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 06 De Junio
Nobleza Gaucha. La Hora de los Hornos. La Historia Oficial. Pizza, Birra y Faso. El secreto de sus ojos. Títulos de cine argentino que retratan los progresos, las tristezas, y las esperanzas en movimiento, de un país. Nuestro cine es memoria viva. Eugenio Py, a quien la mitología señala como el primer director de una película registrada y procesada, “La bandera argentina” de 1897, señaló un camino que José A. Ferreyra, el primer gran director, Leopoldo Torre Nilsson, Leonardo Favio o Lucrecia Martel convirtieron en un mirada diferente en el mundo del entero, premiada en dos oportunidades por el Oscar. Y reconocida como una seria competencia del pulpo norteamericano a nivel Latinoamericano en sus primeras décadas, que a partir de 1943 ahogó la industria local negando la venta del celuloide y monopolizando el sistema de distribución. Carlos Gardel y Libertad Lamarque, dirigida por el Negro Ferreyra, fueron las primeras estrellas latinas con el impulso de sus películas que llegaban de Tierra del Fuego al Río Bravo. Volvamos entonces a los tiempos épicos de inmigrantes y soñadores que comenzaron a girar la manivela de las viejas Pathé y Gaumont, y aquella primera película argumental del italiano Mario Gallo, “La Revolución de Mayo” de 1909.
Después de los primeros filmes, cercanos a los noticiarios de la actualidad filmados por Py para la casa del belga Enrique Lapage, que luego perteneció a Max Glücksmann, comenzaron los intentos de películas con argumento y mayor extensión. Habría sido Eugenio Cardini en 1901 con “Escenas Callejeras” el iniciático, una mínima trama con un lustrabotas, dos chicos jugando a las bolitas y un farolero, y filmada en las calles de Buenos Aires. Py armaría el primer set cinematográfico en una terraza de la calle Bolívar para experimentar con el cine sonoro, que era básicamente una sincronización con discos, y que registraron a los esposos Flora y Alfredo Gobbi y Ángel Villoldo, los maestros de la Vieja Guardia tanguera. El honor del primer largo con argumento quedaría para un italiano que se ganaba la vida de pianista de cine y varietés de barrio desde 1905, Mario Gallo, aunque venía con experiencia de la lírica. Estrenada el 23 de mayo de 1909 en el teatro Ateneo de Buenos Aires, ubicado en la esquina de Corrientes y Maipú, y filmada en película de nitrato de 35mm, “La Revolución de Mayo” cuenta con un telón pintado para representar el Cabildo. En ese plano fijo se puede apreciar a los actores separados en grupos, para no tapar el fondo, y ellos sostienen paraguas, a fin de que el sol no arruine las tomas –se filmaba al aire libre. Cuenta con las actuaciones de Eliseo Gutiérrez y César Fiaschi, y un grupo de curiosos/transeúntes convertidos en extras, para representar, en cinco minutos, el antes, el durante y el después de la gesta de Mayo. Contiene grandes inexactitudes históricas, como la presencia de San Martín, y errores tales como la aparición en cámara de la persona que sostiene el telón. Sucesivas restauraciones en 1955, 2009 y 2016 permiten acceder a este trabajo pionero, del cual se conservan nueve de los quince cuadros originales, cada uno de ellos precedido por un cartel explicativo.
Otra versión, sugerida por uno de los investigadores fundacionales del cine, Pablo Ducrós Hicken, establece que Gallo habría estrenado antes “El fusilamiento de Dorrego”, un 24 de mayo de 1908, y que la cinta sobre la Revolución de Mayo fue realizada para el Centenario. Para esta película contó con la ayuda de Julián de Ajuria, un empleado de la casa Lepage con quien seguiría asociado, y la compañía que estaba representando esta pieza teatral en el Teatro Nuevo, con gran éxito. De hecho, se filmó con los decorados y vestuarios teatrales. Salvador Rosich /Dorrego, Roberto Casaux y Eliseo Gutiérrez, encumbrados actores del momento, fueron entonces los primeros de saltar de un medio a otro. Gallo seguiría esta línea de histórica, a la manera de las películas italianas y francesas, y contratando a autores teatrales como José González Castillo –que con su selección de versos del Martín Fierro para “Nobleza Gaucha” (Martínez de la Pera/Gunche/Cairo. 1915) colaboró en el mayor suceso del cine mudo argentino, una película que recaudó 700 mil pesos, con la inversión de 20 mil, y se disfrutó en toda América- , Belisario Roldán y Joaquín de Vedia; y notables actores teatrales como los Podestá o Florencio Parravicini. Durante una década Mario Gallo Films filmaría, o produciría, “Muerte civil”, “La creación del himno, Himno Nacional Argentino”, “Güemes y sus gauchos” (todas de 1910), “Tierra baja”, “La batalla de San Lorenzo”, “Batalla de Maipú” (1912), “Juan Moreira” (1913) y “En un día de gloria” (1918). La última película de Gallo como productor es con Olinda Bozán, “En buena ley” (1919) de Alberto Traversa, y durante los veinte se dedica a fotografiar cintas de otros, algunas de Luis Landini, y a “trabajar a destajo de control para las grandes distribuidoras de películas extranjeras…Gallo no filmaba si no contaba con buenos actores teatrales…argumentos sólidos…equivocado o no, Gallo había dado todo su talento y dinero al cine nacional”, comenta Estela Do Santos.
“Hay documentación como para poder decir que hay tres aparatos similares que se empezaron a usarse públicamente, de manera más o menos simultánea, en julio de 1896 –dice el especialista Fernando Martín Peña en www.cultura.gob.ar- Estaba el cinematógrafo de los Lumière, pero también otros dos aparatos: uno de Edison y otro de origen británico, que no hay certeza bien de cuál era. Me parece que se prefirió el de los Lumière porque en la época en la que se decidió que la primera exhibición sería en el Odeón, se priorizaban, quizá, más que la precisión histórica, el hecho de aparecer en los diarios nacionales y dónde se había llevado a cabo. Fue, digamos, la más espectacular, mientras que las otras exhibiciones pasaron más desapercibidas porque apenas llegaron a la prensa. Pero no se sabe mucho respecto a la proyección en sí misma, ni qué material exactamente se proyectó”, acota dejando un signo de pregunta sobre la primera proyección en el país, que se suele afirmar en el porteño Teatro Odeón, un 18 de julio de 1896 –aunque hay algunas versiones que en Rosario ya se habían hecho algunas proyecciones de manera privada. En aquel edificio de Esmeralda y Corrientes se exhibieron aparentemente cortometrajes de los hermanos Lumière, mediante un kinetoscopio, el predecesor del proyector, en una suerte de tarde de curiosidades para los azorados espectadores. Los operadores fueron Francisco Pastor y el periodista español Eustaquio Pellicer, quien sería fundador de la revista Caras y Caretas. Las primeras proyecciones en Francia habían sido apenas unos meses antes, en diciembre de 1895, para 35 personas. En Buenos Aires asisten unas 200 y cuenta Pellicer, también el empresario que alquiló el aparato a Lapage, “la impresión del público frente a la primera película fue de quedarse con la boca abierta. Yo mismo, que oficiaba de operador, desde mi puesto alcanzaba a oír perfectamente las exclamaciones de los espectadores, que no se imaginaban cómo podía contemplarse en fotografía hasta el movimiento de las olas” Incomprobable las fuentes que hablan de público que se arrojó desde la platea cuando se venía el famoso tren de los Lumière.
El cine es otra de los grandes aportes de las corrientes inmigratorias de fines del siglo XX. Una ciudad de Buenos Aires ávida de novedades, y con los recursos disponibles, sale a la búsqueda de la máquina, y los rollos, “que pone en movimiento a las fotografías”, primero en Francia, y luego en Estados Unidos, que rápidamente dominaría el mercado mundial. Los primeros dispositivos que llegan a la Argentina son franceses por la sencilla razón de que Lepage tiene sus distribuidores en París. A Bolívar 375 llegaban las Pathé o Gaumont para delicias de los aficionados de la fotografía y, especialmente, los estudiantes y profesores del Colegio Nacional, que pasaban largas horas en marzo de 1896 probando proyectores y filmadoras, exclusivamente operadas por el belga Py y el austríaco Glücksmann. Con el suceso de la función en el Odeón, Lapage se anima a ofrecer una función regular y vender el aparato en kermeses, y cafés que ofrecían a la tardecita el vermouth. De allí quedaría la sección de la tarde en los cines. Si al principio emiten realizaciones extranjeras, al año siguiente arranca Py con sus “noticiarios”, que registraron la visita del presidente brasileño en 1900, o un paseo de Bartolomé Mitre en el Museo Histórico Nacional. Y esos “documentales” de Eugenio fundan el cine argentino. Ya para el primer año del nuevo siglo, Gregorio Ortuño abre el primer salón construido como cine, El Nacional de Maipú al 400, y hacia el final de la década, casi mil salas cubren la Argentina de 7 millones de almas.
Entre los pocos usos que imaginaron los Lumière para su juguete en París, que estimaban de escasas posibilidades de éxito comercial, se encontraba el uso científico. Así fue que el doctor Alejandro Posadas lo entendió en una lejana Buenos Aires, y encargó en 1899, o 1900, a la Casa Lapage, el registro de dos operaciones que realizaría en el patio del viejo Hospital de Clínicas, al mediodía –hoy plaza Houssay. Su camarógrafo Py, además jefe de laboratorio, procedió a filmar un avanzado método de cirugía torácica contra la hidatidosis pulmonar, una patología muy frecuente de la época. Y se convirtió en la primera cinta de una operación quirúrgica conocida en el mundo, según Alejandra Portela. El profesor Posadas de 29 años, fallecido solamente dos años después en París por tuberculosis, se lo nota diestro y preciso, antes de su afección en las manos por la enfermedad, en una secuencia en tiempo real, de tres minutos y medio. La cinta estuvo en una Facultad de Estados Unidos, lo que denota su uso educativo, hasta que el guionista Antonio Pagés Larraya, en medio de una biopic de Posadas, conoció de su existencia por el doctor Ricardo Finocchietto. Exhibida ese año con fines promocionales de una película que no se realizó, en Radio Belgrano TV –o sea que se emitió en Canal 7- y en los hospitales Rawson y Clínicas. Quedó en el Museo de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina y en 1971 fue encontrado el film por el doctor Florentino Sanguinetti, que le entregó a la Fundación Cinemateca Argentina para su correcta conservación.
Se calcula que el 90% de la enorme producción nacional de cine silente se halla perdida a la espera de otros “Sanguinettis”, que trabajen comprometidos en la reparación, y la construcción, de la memoria colectiva. Aunque a más de cien años de los primeras películas silentes, que fueron sensación en salas coquetas y circos modestos de las primeras décadas del siglo XX, cada vez parece más difícil toparse con semejante tesoro de todos. No solamente por el lógico deterioro de los soportes. Federico Valle, el italiano infatigable que había trabajado con el visionario Georges Méliès, y realizado de las primeras tomas aéreas con los hermanos Wright, y que participa en Argentina en la exhibición, la distribución y la producción de cientos de películas argumentales, documentales (¡envió un equipo a las Islas Orcadas!) y un famoso noticioso semanal “Film Revista Valle”, estaba en la ruina en 1930. Ello debido al incendio de sus estudios de la calle Boedo en 1926, y que se cancelara un futurista proyecto suyo de utilizar films en la enseñanza pública. Necesitado de dinero, pese a haber inventado con Alberto Etchebehere un sistema de subtitulado que fue adoptado en el mundo entero, se acercó a las instituciones oficiales con la intención de ofrecer, a un precio módico, su valiosísimo archivo e incunables rollos. Prácticamente la historia argentina en imágenes entre 1910 y 1930, en protagonistas y paisajes. No interesó a ninguna autoridad, ni a la prensa, y Valle vendió el celuloide a una fábrica de peines. The End.
Horacio Quiroga, desde el pionero “El vampiro” de 1911, donde una figura de la pantalla cobra vida, al igual que el famoso film de Woody Allen de los ochenta, Jorge Luis Borges y su fascinación con Rita Hayworth, la actriz icónica de los cuarenta que ciñe evocativa el relato de Manuel Puig en “La traición de Rita Hayworth”, son varios los ejemplos de las luces del cine en la literatura. Y cómo los escritores transformaron sus perspectivas, su mirada del mundo, en la oscuridad de una sala. El poeta Nicolás Olivari en “Nuestra vida folletín” transporta el universo de los impactantes primeros planos, y los héroes de celuloide, del irrepetible cine mudo, “perdimos cinco años en las plateas,/-cinco años que perdí en el Colegio Nacional-/para poder amarnos con gusta de película/y atmósfera de ácido carbónico”. Un clima cinematográfico en blanco, y negro, en el alba de la identidad nacional.
Fuentes: Mosaico Criollo. Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken. Ministerio de Cultura. Buenos Aires. 2010; Dos Santos, E. El cine nacional. Buenos Aires: CEAL. 1972; Mahieu, J. A. Breve historia del cine argentino. Buenos Aires: Eudeba. 1966.
Fecha de Publicación: 23/05/2021
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