¿Cómo se explica que una persona que nunca vio jugar a Maradona en vivo por la TV o adentro de la cancha llore desconsoladamente? Es difícil de entender para muchos y hasta complicado de explicar.
Yo nunca vi jugar a Diego Armando Maradona y lo digo con cierta vergüenza, aunque no haya sido mi culpa. El destino o el azar no me lo permitieron. No me dejaron ver cómo Dios jugaba al fútbol, ni poder estar prendido a la radio o la TV mirando aquellas proezas conseguidas con la celeste y blanca. No pude besarme la camiseta y recitarle pensamientos de amor hacia él, ni la oportunidad de saltar del sillón para insultar a ese rival que le pegó un patadon o hasta masticar aquella bronca del doping sin azar. No pude y lo escribo con bronca, porque el fútbol que repartió este pedazo de diez nunca más se volverá a ver, y no es por dudar de las capacidades de otros futbolistas, simplemente porque crecí queriendo jugar como él. Como aquel ruliento de Villa Fiorito que volaba con la bandera envuelta entre sus hombros y siempre frenó la pelota para defender a sol y sombra a Argentina.
Mi viejo, algún familiar o amigo de la familia me fueron contando desde muy chico esas gambetas inmortalizadas y lo que generaba en cualquier argentino, que tiene el orgullo de poder decir que Diego Armando Maradona, con ese fútbol en una pierna zurda, hizo alegrar a un pibe o una familia entera que rascaba la olla con una sonrisa, aunque no tenía muchas cosas más para festejar.
Un símbolo y una leyenda será para todos lo que lo quieren. Esos que pudieron ver sus logros algún día se levantarán en la mesa con la cabeza en alto y el corazón estrujado para decir que vieron jugar a Dios. Y todos aquellos que no pudimos solamente observaremos esos archivos borrosos una y otra vez, pero el legado seguirá intacto por siempre porque, como antes mencioné, las leyendas nunca se olvidan, nunca se van ni de nuestra retina ni del almacenamiento de esos archivos. Por siempre estará en el recuerdo de los futboleros. Aunque muchas personas dan lugar a la crítica observando su vida por fuera del fútbol, pero Maradona nunca quiso ser un ejemplo fuera de la cancha, siempre vivió a su manera y esbozó frases recordadas por todos y que nuevas generaciones seguimos repitiendo. En este caso, citaré al gran escritor Roberto Fontanarrosa, que seguro le dio la bienvenida en el cielo: “Qué me importa lo que hizo Diego con su vida, me importa lo que hizo con la mía”. El cielo ya lo conocía mucho tiempo antes, no es algo nuevo para él, había pasado muchas veces por el quirófano y todos los argentinos recordamos aquella vez que lo palpo con sus propias manos en 1986, levantando la copa más hermosa de todas.
Es por eso que la conclusión final que encuentro es que el llanto llega debido a la grandeza de ser recordado en todo el mundo, de que cuando pisamos una ciudad sacamos pecho diciendo que Dios es y será argentino. Gracias por todo. Gracias por ser argentino.
Escribir sobre deporte es mí clara fascinación, es una atracción que me divierte, y la respuesta rápida que encuentro es debido a su flujo de sentimientos a la hora de ver un partido. Enojo, por aquella pelota disputada que el árbitro no decidió cobrar. Desazón, porque la última pelota rozó la gloria eterna que se hubiese inmortalizado en un trofeo. Nervios, si sos del equipo rival que vio en un segundo en cámara lenta el fracaso y le volvió el alma al cuerpo cuando la pelota se fue. Creo que el sentimiento más genuino es la alegría de haber podido ver esa victoria o porque no, de pensar que el deporte siempre da revancha.