Lo primero que hay que decir cuando se habla de la historia del basket es que no lo inventó un estadounidense, como todos tendamos a pensar, sino un canadiense: se lo debemos a James Naismith. Fue un profesor de educación física, entrenador y capellán castrense.
Hay que agregar, para no faltar a la verdad, que don James era profesor de gimnasia en una escuela de Springfield (Massachussets, nada que ver con Los Simpsons). Inventó el deporte del baloncesto en 1891. Escribió reglas y fundó el programa en la Universidad de Kansas, por lo que, si le vamos a aplicar al deporte la misma lógica que a las leyes de ciudadanía, si bien su padre era canadiense, el deporte es yankee.
La cuestión, ahora, parece simple, pero es lo que pasa con cualquier invento revolucionario: es inevitable pensar “qué idea tonta, ¿cómo no se le ocurrió a nadie antes?”. El bueno de Naismith tenía que lidiar con un frío demencial, lo que acortaba bastante las posibilidades deportivas.
El mito dice que “el profe” se acordó de un juego que le gustaba mucho cuando era chico que se llamaba “duck on a rock” (pato en una roca), que consistía, básicamente, en poner un objeto alto y lejos y bajarlo de un piedrazo. Si le pegabas, un poco más lejos o más alto. Así de sofisticado.
El tema, pensó el bueno de James, es que si llegaba a llevar ese juego al colegio, teniendo en cuenta la energía y las hormonas de los estudiantes, el primer partido iba a terminar con tres ojos menos y una gresca de las inolvidables. Había que encontrarle la vuelta para que hiciera falta más destreza que fuerza y donde el contacto físico (y los piedrazos) fueran lo más esporádicos posible.
Así que agarró una pelota de fútbol (de nuestro fútbol, digamos, de “soccer”) y colgó lo único que tenía a mano del único lugar que podía: dos cajones de duraznos en la baranda de las gradas del gimnasio que, esto es creer o reventar, estaban a 3,05 metros del piso, la altura exacta en la que está el aro en nuestros días.
Las reglas eran APB (aptas para boludos): dos equipos de 8 jugadores, la pelotano podía tocar el piso (no valía picarla) y no se podía arrebatar de las manos, la única posibilidad de “robársela” al otro equipo era interceptando un pase. El objetivo era obvio: meter la pelota en el cajón de duraznos, un punto por embocada. Lo bueno de estar haciendo historia es que los protagonistas no suelen darse cuenta. También se le atribuye el uso del primer casco de fútbol americano. Pero ése es otro capítulo que contaremos en otro momento.
Reglas claras conservan el buen deporte
Hace uno años se el museo de la ciudad publicó el primer escrito dónde James Naismith plasmó las reglas de entonces. Se podían leer allí:
- 1) El balón puede ser lanzado en cualquier dirección con una o ambas manos.
- 2) El balón puede ser golpeado en cualquier dirección.
- 3) Un jugador no puede correr con el balón.
- 4) El jugador debe lanzarlo desde el lugar donde lo toma.
- 5) El balón debe ser sujetado con una o entre las dos manos.
- 5) No se permite cargar con el hombro.
- 6) Se considerará falta golpear el balón con el puño.
- 7) Si un equipo hace tres faltas consecutivas, se contará un punto para sus contrarios.
- 8) Los puntos se conseguirán cuando el balón es lanzado o golpeado desde la pista.
- 9) Cuando el balón sale fuera de banda, será lanzado dentro del campo.
- 10) El árbitro auxiliar, umpire, sancionará a los jugadores.
- 11) El árbitro principal, referee, juzgará el balón y decidirá cuándo está en juego.
- 12) El tiempo será de dos mitades de 15 min con un descanso de 5 minutos.
- 13) El equipo que consiga más puntos será el ganador.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.