¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección"No me quemés" decía el improvisado arquero a quien le iban a ejecutar el penal, desde dudosa distancia reglamentaria. "No vale fulminar" advertía el primero en ir al arco en el "picado" en la canchita de la otra cuadra. Cuando éramos chicos existía "el potrero", que en ciertos lugares del interior le dicen más "la canchita". Una cancha de fútbol armada en el primer espacio libre disponible en el barrio; y no había uno solo, eran varios. Piso de tierra, dos pulóveres como palos que eran todo el arco, las medidas eran cualquiera y arbitrariamente marcadas por algún hito ("Hasta el árbol", por ejemplo). La altura del arquero definía a la del travesaño. Y había muchas disputas por partido sobre si había sido gol o "alto" o había pasado "por arriba del palo". Rara vez veías algún chico con la camiseta de un club. Entonces, si no lo conocías y le querías pedir la pelota le decías "Pasala verde" o "No seas morfón Rulo", ponele.
El ritual de jugar a la pelota se daba todas las tardes. A veces hacíamos "Desafío" contra otros potreros o chicos de otras cuadras. Eran emocionantes como un River-Boca. Se jugaba en serio hasta que la visión se dificultara por la luz del día que ya se había ido. Porque los desafíos eran a matar o morir; era un deshonor perder. Te gastaban toda la semana después, porque a la semana venía "La revancha". Tanto "El desafío" como "La revancha" había que aceptarlos, no se podían eludir.
El potrero tenía sus frases y sus costumbres. La pelota variaba según la importancia. Si estábamos boludeando hasta una media rellenada con una pelota de papel servía. Si éramos más organizados venía el que traía la "Pulpo", una pelota más chica que con esa que se juega hoy al Baby Fútbol o Futsal. Era de goma colorada y tenía rayas blancas en forma de rombos concéntricos. ¡Mamma mia! lo que dolía un pelotazo con una de esas. Y si venía el millonario del barrio traía la de cuero. Eso ya era profesional. En esa época el campeonato de Primera se jugaba con una toda blanca de gagos hexagonales y una estrella azul, llamada "Pintier". Nunca nadie jugó en un potrero con una "Pintier". Salía como un Ford Fiesta. En todos los casos "Pincha o cuelga, paga": el responsable de "colgarla" en un árbol en una rama inaccesible o de ocasionar su pinchadura por un despeje colisonado contra una rama, debía reponer la pelota. Obvio que ahí acababa el partido porque otra no había. Y a veces pasábamos minutos que parecían horas para bajarla del árbol. Porque si no se podía alcanzar el balón trepando, había que bajarla con una rama o palo o a piedrazos... Si tenías suerte y no la colgabas pero la tirabas lejos, aunque hicieras el gol o el saque fuera para el rival "El que la tira la va a buscar" reinaba.
Todo comenzaba ni bien juntábamos un número potable de jugadores, con un "Pan y queso" pisado entre los dos más capos. Se enfrentaban e iban poniendo un pie delante del otro en turnos y el que lograba pisar al otro elegía primero. Se podía "Saltar": dar un salto antes de llegar al pie del otro, desde la distancia que creyeras que llegabas. Eso sí: si pifiabas el pisotón perdías. Elegir primero era importante porque el parámetro era el que mejor jugaba. Y no eran muchos los que jugaban bien. El gordo siempre quedaba último y... "El gordo al arco" gritaba el que se avivaba y lo condenaba al puesto que nadie quería hasta ahora en que apareció "El dibu". Que te eligieran antes que el gordo era un deshonor porque significaba que eras el más choto. Inclusive si eras dos o tres años más chico y jugabas bien te elegían antes que al más malo, para que tengas una idea. Los que llegaban una vez iniciado el encuentro decían "¿Puedo entrar?" y ahí los capitanes decidían para qué "lado". A veces ocasionaba el cambio de bando de un jugador.
El fin del partido era tremendo porque significaba que te ibas a bañar, comer y el otro día al colegio. No había tiempo de comentar las hazañas, que quedaban para otra ocasión. Pero las había, así como los héroes que hacían goles increíbles que se convertían en leyenda. Esos elegidos por Dios eran famosos en el barrio y los sábados siempre iba algún padre o abuelo o vecino a verlos jugar. Y como buenos argentinos, con cada relato se agrandaba el gol; los rivales vencidos eran más, la pelota había descripto una parábola increíble, la distancia recorrida por el balón hasta el arco era cada vez más inhumana.
Quizá uno de los últimos héroes de potrero sea Juan Román Riquelme. Que jugaba en el potrero de la villa San Jorge de Don Torcuato y cuando era por guita lo iban a buscar y no se podía negar. Fue el principio de la transformación de los potreros en clubes de barrio de futsal. Digo del traslado del juego porque los terrenos "fueron dando paso al progreso", como se decía antes. El fútbol se profesionalizó de a poco y junto con la crisis económica hoy los padres llevan a sus hijos a clubes con la mente puesta en salvarse.
Todo es distinto. Lo único que no cambió es esa manía tan argentina de criar a los mejores jugadores del mundo. Afortunadamente.
Imagen: Freepik
Fecha de Publicación: 21/09/2023
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