Tal como contaba en las pocas entrevistas que concedía, aprendió a manejar en el campo y la pasión por las carreras surgió de ver competiciones zonales que lo inspiraron de una manera sorprendente. Fue piloto oficial de Fórmula 1 desde el año 1972 hasta 1982, una temporada en la que se retiró después de dos competencias. A lo largo de esos diez años, el corredor oriundo de Santa Fe compitió para las escuderías Brabham, Ferrari, Lotus y Williams, consiguiendo en la máxima categoría del automovilismo mundial un total de 12 victorias, 45 podios y seis “pole position” en las 144 carreras que disputó, además de dos triunfos en carreras que se desarrollaron fuera de campeonato. En algunas de esas charlas con los medios de comunicación especializados, el piloto provincial nunca esquivaba tras su retiro la circunstancia de no haber alcanzado el título de campeón, pero el corredor de la provincia de Santa Fe muy cortésmente señalaba que era una persona muy creyente y que, a pocos segundos de tomar esa decisión de no correr más, sentía que Dios le decía “hasta acá llegaste, esto no te lo dejo porque ya sería demasiado”. Nunca buscó echarle la culpa a nadie sobre esas situaciones que le impidieron conquistar la máxima corona, algo que hubiese coronado de manera apropiada una trayectoria que jamás nadie igualó en las temporadas de ese espectacular circo automovilístico que lo tuvo como protagonista muy destacado.
Sin dudas en su valiosa trayectoria comandando los autos más codiciados del mundo, se recuerda una carrera muy especial no solo por haber alcanzado la victoria, sino por las características que signaron dentro y fuera de la pista esa competición con grandes pilotos de todo el mundo. Ambas transcurrieron al comando de un Williams FW80, ese que con el paso del tiempo aprendió a domesticarlo en su manera de poner a punto todos los autos que conducía. Los fanáticos jamás olvidarán el espectacular triunfo conseguido en el Gran Premio de Montecarlo, bajo la lluvia en las calles de Mónaco el domingo 18 de marzo de 1980, una jornada en la que el Príncipe de Mónaco coronó a Carlos Reutemann tras una dramática victoria con un auto blanco que patinaba sobradamente sobre el asfalto de las conocidas arterias monegascas- El “Lole” venia de un 1979 con Lotus tan espantoso en los resultados como en la respuesta del vehículo para las expectativas creadas al principio de esa temporada, por ende aquella bella mañana en el principado las cosas en su trayectoria parecieron encaminarse para el lado deseado, con un triunfo que emocionó a todo el país con el relato televisivo de Juan Carlos Acosta, quien se quebró y cuando Reutemann pasó la bandera a cuadros dijo “Por Fin! “y se largó a llorar sin parar en esa transmisión de tv.
El triunfo en esa competición, la sexta en la que participaba con el Williams, fue justo la cuota de apoyo anímico que necesitaba el corredor santafesino, quien firmó contrato para esa temporada como segundo piloto detrás del australiano Alan Jones. Lo cierto es que a esa sexta carrera llegó sin figurar como favorito para la misma, porque el famoso circuito callejero no es un lugar con candidatos previos, sabiéndose de antemano que aquel que en la clasificación consigue la “pole position” tiene un 95 por ciento de ganar la carrera, justo en una pista callejera donde los sobrepasos no son fáciles ni frecuentes. En la largada, el santafesino largó en segundo lugar detrás de Didier Pironi, quien con el Ligier consiguió la mejor ubicación de partida en una jornada de clasificación bastante alterada por varios incidentes en pista durante la misma. Lo cierto es que ambos doblaron tranquilos en esa tensa curva de Saint Devote, seguidos por Alan Jones, pero detrás un accidente generado por el irlandés Derek Daly con su Tyrrell, provocó que este llegara por los aires dando un festival de tumbos mientras golpeaba los coches de Jean Pierre Jarier (Tyrrell), Alain Prost (McLaren) y Bruno Giacomelli (Alfa Romeo), pilotos que pudieron continuar unas vueltas más acomodándose al percance de esa largada en apenas 300 metros de carrera.
Telam - Reutemann recibe el trofeo de manos del príncipe Raniero y la princesa Grace.
Después de la largada y en poca fracción de tiempo, Reutemann había cedido el segundo lugar en las posiciones a su compañero Alan Jones, quien junto a Pironi se escaparon en esa primera parte de la competición, que por ser un recorrido con distancia inferior a los 5000 metros cada vuelta, tenía más giros previstos de los que se recorrían habitualmente en cada Gran Premio. El argentino mantuvo esa tercera ubicación sin sentir peligrar esa posición por quienes lo seguían, una traumática carrera que en la vuelta 24 se sacudió de pleno con el primer golpe de escena cuando el australiano Alan Jones abandonaba en una curva auxiliar al comprobar que su Williams tenía el diferencial totalmente roto. Por ese momento, la diferencia de Didier Pironi con el santafesino era de casi tres segundos en un circuito donde cualquier percance puede pagarse muy caro. El francés sin dudas con una alta estabilidad en su chasis parecía encaminarse muy cómodo a su segunda victoria de forma consecutiva, pues venía de triunfar en el GP de Bélgica, pero la lluvia, involuntaria protagonista, cambió el destino de esa competición. Los autos estaban en la vuelta 55, el francés sintió percibió que se le escurría de entre sus manos esa tan soñada victoria, poco después de golpear contra el guard-rail su parte delantera, exactamente a la salida de la curva del Casino.
Cuando terminó la carrera, más tranquilo al sacarse el protector facial, el corredor sin una gestualidad perceptible le confesó a uno de sus técnicos en que condiciones estaba cuando se enteró que estaba inesperadamente punteando el Gran Premio de Mónaco. "La segunda y tercera marchas justo en ese momento no entraban correctamente. La goma trasera izquierda empezó a desinflarse suavemente y al auto le faltaba un poquito de equilibrio", tal lo que contó el santafesino, respecto de las graves dificultades que atravesó en el tramo final de una histórica carrera que lo halló heredando la punta faltando todavía un tramo bastante extenso de competición. La lluvia, suave pero perceptible, había empezado a hacer de las suyas con varios pilotos que se fueron de pista rápidamente, lo que obligó a todos a bajar la velocidad para no terminar afuera en alguna curva demasiado exigente. Detrás de Reutemann venía segundo el piloto francés Jacques Laffite con su Ligier, pero estaba demasiado lejos, casi 65 segundos, pero ni siquiera con esa ventaja “Lole” jamás consideró la posibilidad de parar en boxes para cambiar veloz los neumáticos y poner los de lluvia, asumiendo que cerraría la ardua carrera con los de piso seco, pese a la insistente llovizna que mojaba las calles monegascas.
Padeciendo cada una de las sinuosas curvas de un circuito que cada descuido se paga con el abandono inmediato, el “Lole” dio una de sus tantas clases magistrales de gran manejo llevando al FW80 como si fuera una delicada limousine Roll Royce camino al fastuoso palacio monegasco. La llovizna mutó a lluvia en las últimas vueltas y el resto de aquellos que podían impedirle el triunfo estaban como él, mucho más preocupados en llegar que iniciar una sucesión de avances con los rivales. Fue así que el heroico triunfo llegó luego de 115 minutos de manejo sobrio, medido y muy delicado en algunos sectores claves de la pista más querida por los corredores. Ya en el podio, al lado de su alteza Rainiero y su esposa, la princesa Grace Kelly; y con su mujer de entonces, "Mimicha", el santafesino se sintió Príncipe por una tarde. Tras la comida con el Príncipe, los honores de Montecarlo y el helado champagne que apenas había probado con el borde de los labios, Reutemann ahí tomó conciencia de que estaba viviendo uno de los grandes momentos de su carrera. Esto de triunfar en Mónaco, en el circuito más tradicional, fue para Carlos como recibirse en la Universidad de la Fórmula 1, ya que la mítica competencia en Montecarlo formaba parte de la denominada triple corona con Le Mans y las 500 Millas de Indianápolis, carreras que todos los pilotos de elite sueñan ganar y que uno solo consiguió en su momento, el corredor inglés Graham Hill.
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