¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónSoy futbolero, pero también el voley despierta mis pasiones.
Comencé a jugar este deporte de red en plena adolescencia, y desde entonces no he dejado de soñar con la posibilidad de clavarla en la línea de los tres metros. Me inicié en el colegio, me entrené y perfeccioné en distintos clubes, consciente de que por mi altura, no llegaría muy lejos. Quizás, eso me frustró e hizo que, luego de jugar una buena cantidad de tiempo, un día dejé de entrenarme y abandoné el deporte.
Pasaron los años y de adulto me fui a vivir a Pilar, a un barrio cerrado. Un día leí en un suplemento deportivo que existía un torneo intercountry y que estaba abierta la inscripción. Algo en esa convocatoria me conectó directamente con mi adolescencia, con ese joven que era bajito para los estándares pero que eso no le impedía tener sed de juego y victoria. No lo dudé. Me contacté y me recomendaron acercarme a un barrio cerca de mi casa que tenía equipo y competía. Así fue que volví a jugar, me probé y quedé seleccionado en la plantilla de un torneo de jugadores de nuestra categoría, con más de 35 años. Ya estaba sucediendo lo impensado.
Nos fue bien, pero al tiempo el grupo se desarmó y obviamente dos o tres quedamos con ganas de más. Demostrándome, una vez más, que yo podía con este juego y que no estaba solo en el camino. Los convoqué e iniciamos un nuevo grupo. Un equipo que usaba las instalaciones de mi barrio; compramos red, pelotas y demás materiales. Logramos una plantilla de 18 ex jugadores y tomamos un DT. Volvimos a competir y comenzamos a ganar todo: torneos locales, zonales, viajamos por el interior para culminar en el torneo marplantense más importante de nuestra categoría, ¡y salimos campeones!
El grupo ya no era solo un equipo de voley, la afinidad nos fue llevando a compartir encuentros de amigos y familia que trascendía la disciplina. Por supuesto que hubo asados, charlas, viajes juntos, festejos de cumpleaños, juntadas a tomar mate y todos esos placeres que no tienen que ver estrictamente con el deporte, pero que, sin dudas, agrandó el cariño y la confianza que luego, sí, se veían reflejados en el juego.
Aún así, fuimos por más. Nos inscribimos en FMV (Federación Metropolitana de Voley), nos auditaron el estadio y lo aprobaron en una labor a pulmón. Comenzamos la competencia y nos iniciamos en Primera “C” y ascendimos.
Al año siguiente, en la “B”, ya en un nivel superado, también logramos ascender, para encontrarnos frente a equipos de primera línea, de la categoría Maxi Voley: Velez, Boca, River, Geba, Estudiantil Porteño, Las Heras, entre otros… Si bien éramos ex jugadores de pequeños clubes como aficionados, ninguno había logrado ser profesional y pasados nuestros 40 años escalamos cumpliendo el sueño de pibes.
Enumerada “así nomás”, nuestra historia parece sencilla, como si cada etapa superada fuera algo que se vive todos los días. Pero lejos de eso. Los logros que fuimos ganando, tanto adentro como afuera del juego, fueron consecuencia de mucho trabajo, sudor, lágrimas y camarería. Nos enfrentamos como equipo a distintas adversidades tanto físicas como psicológicas y familiares, al igual que le sucede, seguramente, a todos los grupos humanos. Pero siempre el foco estaba puesto en nuestra unión e incondicionalidad, aspectos claves para superar cualquier obstáculo y tener la mente en la victoria.
Las vitrinas de nuestro querido Club La Lomada explotaron de trofeos, copas y momentos inolvidables de un grupo de locos lindos, que cumplieron su sueño y grabaron a fuego una amistad que aunque pase el tiempo será indestructible.
Fecha de Publicación: 15/05/2018
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