No fue una buena noche para el supuestamente exitoso técnico riverplatense. En el inicio, el planteo de Boca de marcar bien arribar y cortar fuerte la salida de los millonarios desde el área grande lo encontró desconcertado durante casi 20 minutos, mientras los Xeneizes robaban el balón, pero sin saber muy bien que hacer con el mismo, algo que mínimamente lo tranquilizó dentro de un descontrolado barullo estructural que lo tuvo yendo y viniendo inocultablemente desde el banco al área de análisis.
Recién cuando pudo meter un par de gritos en el mediocampo y acomodar algunos errores en la zona donde se movía Enzo Pérez, recuperó un poco el semblante, una situación que cobró forma perceptible cuando a los 31 de esa primera parte aplaudió entusiasta el firme ataque millonario por la izquierda que Braian Romero no pudo mandar a la red. Pero tras esa jugada que pudo abrir el encuentro y probablemente definir de manera muy insólita un partido ante un rival que nunca le pateó al arco, el entrenador del club de Núñez volvió a mostrar signos de preocupación por el enlace entre los defensores y la línea media, algo que lo llevó a colocar a Casco por Montiel en el entretiempo.
No se sentía realmente cómodo por la forma en que sus dirigidos perdían la pelota en el mediocampo y los gritos para acomodar una línea de volantes que lució bastante errática por momentos, definitivamente lo sacó de su tradicional análisis equilibrado buscando las soluciones. ¿Habrá pensado que teniendo delante a Borré aquella jugada del primer tiempo hubiese terminado en el arco boquense? Lo puntual es que los delanteros de River jamás se las ingeniaron para hacer tambalear un planteo que propuso un rival firme en la marca y obtuso en la creación, generando una incomodidad en el DT de River que sospechaba a poco de comenzado el segundo tiempo que de seguir todo así, la cuestión se resolvería en los disparos desde el punto penal.
La incorporación más significativa, Braian Romero, volvió a errar otra oportunidad clave de anotar en el segundo tiempo, casualmente también a los 30 minutos, cuando Boca solo se dedicaba a marcar y mover el balón de un lado a otro. Sabía que el paso del tiempo y la torpeza con la que ambos planteles manejaban el balón, parecía encaminar las cosas hacia una dramática definición que la última vez lo había encontrado derrotado nada más y nada menos que en la Bombonera. Las órdenes de reagrupar el ataque jamás dieron con la solución que buscaba y cuando faltaban poco minutos para el silbato final, sin dudas para su interior pensó que la suerte de su equipo dependería de lo calibrados que estuviesen los disparos contra la valla de Rossi, sin confiar demasiado en Armani, aunque cuando todos recuperaban energía, previo a la definición, tuvo una charla buscando motivar al devaluado guardametas de la selección argentina.
Acomodó la lista de pateadores lo mejor que pudo, pero nunca imaginó que Agustín Rossi atajaría el primer disparo ejecutado por Julián Álvarez, un tiro muy cantado ya desde ese momento en que encaró la pelota a pocos metros fuera del área grande. La incomodidad a cada segundo del entrenador millonario iba haciendo ebullición y cuando Braian Romero tiró afuera su disparo, colocando el balón afuera del palo derecho de Rossi, presintió que lo peor estaba por llegar y no habría demasiada chance de revertirlo. Se tranquilizó con una buena forma de patear de Martínez ante el arquero Xeneize, pero volvió a mostrar escasa confianza sobre las chances de Franco Armani cuando Izquierdoz colocó la pelota justo en el punto penal, para segundos más tarde marcar el 45 a 1 que sentenció la definición en el Estadio Único de La Plata.
Su primera reacción fue saludar a los que estaban por ahí, ejercer unos mínimos actos de consuelo ante los jugadores más jóvenes afectados por la definición, pero enseguida tomó el cierre de su campera, lo subió y enfiló rápido para los vestuarios sin efectuar ningún comentario ante todas las personas que se cruzaron en su camino. Había mucha bronca contenida en el entrenador riverplatense y solo algunos pudieron escuchar lo que luego declaró a sus dirigidos dentro del camarín. Lo cierto es que ni bien recibió la orden de abandonar el sector fue el primero que arrancó a paso firme, ignorando la zona mixta de prensa donde los medios buscaban su palabra después de la derrota ante Boca. Furioso, pero sin exteriorizarlo, Marcelo Gallardo dejó en claro que su equipo se ha desangrado en delanteros eficaces y los que llegaron todavía no encontraron el punto ideal. Aferrado al planteo que le pareció apropiado, nunca tuvo un armador de nivel, gravísimo problema que viene padeciendo desde que Leonardo Pisculichi se retiró de ese equipo para jugar en el exterior.
La preocupación del entrenador riverplatense para por otro terreno. Tranquilo con haber logrado el pase a la siguiente ronda de la Copa Libertadores, obviamente saber que tendrá que vérselas con el Atlético Mineiro de Brasil, en donde milita el ex millonario “Nacho” Fernández, no es la mejor opción para seguir camino a la final del torneo, frente a un muy complicado equipo brasileño que se hace muy fuerte de visitante. Eliminado ahora de la Copa Argentina, con un nivel de preocupación fuerte por lo que siguen en el gran torneo intercontinental, la tensión pareció ganarle sabiendo que si pierde frente a los cariocas, le quedará solo el consuelo de conseguir el torneo local, a esta altura de las circunstancias un magro consuelo tomando en cuenta los desafíos que tenía a principios de año. Dando a simple análisis un inocultable malestar por la derrota con su rival de siempre, al que no le pudo ganar en los cuatro partidos de este año, Marcelo Gallardo fue la contracara de ese supuesto triunfador que parecía invulnerable y ahora todos los disparos perforan ese muy desamparado blindaje estructural dentro de la cancha.
Imágenes: River Plate / Télam
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