Durante el mundial se repiten cosas que hacen que parezca que cada cuatro años entramos en un loop de espacio tiempo infinito y volvemos a vivir un mes fuera de la realidad. Cábalas, juntadas, picadas, asados o desayunos según dónde se juegue, parafernalia, banderitas, gente que no entiende nada de fútbol e igual opina, descuentos para comprar televisores y publicidades infames. Pero lo que más me llama la atención, lo que nunca pero nunca cambia, es que los medios se obligan a hablar TODO EL DÍA del mundial. Y a veces no hay tanto para decir. Me corrijo: nunca hay tanto para decir. Pero a los periodistas deportivos no parece importarles demasiado.
No entiendo esa necesidad desaforada de ocupar espacios. Cuando hay una noticia en serio (una lesión, un resultado llamativo, un record) ya sabemos que va a durar 48 horas en los medios, vamos a ver las mismas imágenes de archivo una y otra vez, con voces en off que van a decir más o menos lo mismo. Supongamos que eso es lógico, el mundial es cada cuatro años, déjennos vivirlo así. OK. Vale. El tema es cuando no hay nada para decir (o sea, el 80% del tiempo). Y ahí empieza el desfile de delirios: posibles formaciones que vaya a saber de dónde corno las sacaron, chismes, tuits de las novias de los jugadores, que el 4 miró con mala cara al técnico porque no lo pone y que el arquero se levantó con diarrea porque seguro que hay un complot del 8 que no lo quiere y le tiró arsénico en el mate. Por un lado, admito que a veces me divierte semejante nivel de delirio. Pero otras veces, la mayoría, siento que nos tratan de boludos. O que durante un mes nosotros mismos elegimos vivir en el Día de la marmota. Es un poco lo mismo, ¿no?
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.