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El intocable

Conocé a Nicolino Felipe Locche, más conocido como "El Intocable": uno de los mejores boxeadores de la historia de nuestro país.

Nicolino Felipe Locche, más conocido como "El Intocable", tiene una particularidad que solo tienen los grandes de verdad: su fama trasciende el mundillo del boxeo y es admirado y reconocido incluso por quienes no son amantes del deporte. Nació en Tunuyán, Mendoza, en 1939 y se consagró campeón mundial de la categoría superligero en 1968, venciendo en Tokio (plaza difícil si las hay) a Takeshi Fuji. Supo retener el título hasta 1972.

Pero, ¿por qué es tan reconocido por fuera del boxeo? En primer lugar, no es menor, es considerado uno de los mejores boxeadores argentinos de todos los tiempos (quizás superado solo por Carlos Monzón). De hecho, en 2003 fue incorporado al Salón Internacional de la Fama del Boxeo. Pero, y acá está lo importante, es, sin dudas, el boxeador con mejores habilidades defensivas de la historia (algunos dicen que comparte el podio con el australiano Young Griffo).

Y, antes de seguir, detengámonos un segundo en este detalle. No solo pensemos en la belleza estética que le aporta a un deporte tan tosco como el boxeo el hecho de que un boxeador establezca como estrategia principal el hecho de no ser golpeado. También pensemos en el quiebre conceptual que ello implica, en el cambio de paradigma entre “salir a comerse al rival” y “ganarle con pocos golpes, pero precisos, debilitándolo cada segundo cada pasa”. Una especie de Aikido sui generis, donde lo que importa es usar la energía del oponente en su contra.

El nacimiento del “Intocable”

Gracias a esta capacidad, a Locche le decían “el intocable”. Fue el primer boxeador argentino que llevó público femenino a sus combates: lo de Locche era un espectáculo total, era una especie de showman del ring. Locche no bailaba, no saltaba, evitaba el golpe de sus rivales poniendo la cara a menos de cincuenta centímetros del oponente. Se apoyaba contra las sogas para poder usarlas como elásticos que le permitieran ir hacia atrás y hacia adelante y movía el torso como si estuviera separado de la cabeza, lo que lograba que casi nunca recibía impactos. Un adelantado. Un distinto.

Una última anécdota: a la cobertura de la pelea en Japón que terminaría consagrándolo campeón del mundo, Radio Rivadavia había mandado a Cacho Fontana. Hospedados en el mismo hotel, la mañana previa al combate, Locche encontró a Fontana trabajando en el discurso de cierre de transmisión. Muy profesional como durante toda su carrera, Fontana había escrito uno en caso de victoria y otro en caso de derrota. Al enterarse de lo que estaba haciendo, Locche le sacó el discurso de la derrota y lo rompió en mil pedazos. “No lo vas a necesitar”, le dijo. Tenía razón.

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