Siempre fui hincha de la Selección. Quizás tenga que ver con que mis años formativos a nivel espiritual, lo que se llama, a veces, “la educación sentimental”, Argentina ganó un mundial y llegó a la final de otro. Del 86, lo admito, me acuerdo bastante poco (si tengo que ser sincero, cada vez estoy más convencido de que no me acuerdo nada y que me “inventé” todos los recuerdos, pero ¿no es esa la forma en la que todos “recordamos” cualquier evento de nuestra infancia?). Lo que sí es indiscutible es la felicidad de mi papá, en especial con el gol a los ingleses y un rugido atronador que me asustó cuando me estaba por tirar del tobogán en la plaza de la vuelta de la casa de mi abuelo, que con el tiempo me di cuenta de que correspondía al gol de Burru en la final.
De Italia 90 me acuerdo muchísimo más, en especial, y acá vemos cómo mete la cola el diablo en cuestiones de memoria, la derrota, la tristeza y desazón por el 0-1 de penal, que en su momento, impulsado nuevamente por mi papá, consideré la injusticia más grande del mundo. Lo vi caer a Maradona, un semidios dentro de mi familia, lo cual, ahora que lo pienso, también me enseñó mucho de la vida. En fin. Todo esto para decir que soy muy hincha de la Selección.
Pero hace un tiempo me cambió un poco esa lectura y ahora soy hincha de Messi. Si juega en la Selección, genial, pero si juega en Barcelona, quiero que gane y si se va al Galatasaray me voy a suscribir a la liga turca y si juega en Newells voy a viajar cada 15 días a verlo. Si le ganamos a Francia, junto a Mascherano, van a romper un record: se convertirán en los dos jugadores argentinos con más victorias en mundiales de toda la historia. Ojalá que se le dé. Me cuesta aceptarlo, pero sigo creyendo en semidioses.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.