¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEmpezó a jugar a los seis, cuando su abuelo le construyó una canasta en el patio de su casa. "Siempre fui un apasionado. Tal es así que de chico, cuando a la noche mi padre me mandaba a la cama, yo esperaba que todos en la casa se durmieran y a oscuras, en mi cuarto, jugaba con la pelota y un pequeño aro que tenía colgado en la pared", recuerda Delfino.
Hizo su militancia infanto-juvenil en un mítico club de básquet de Santa Fe: Rivadavia Juniors. Su talento lo llevaría rápidamente a seleccionados de su provincia en los Campeonatos Argentinos de las diferentes categorías por las que iba pasando. Después la rompió toda en Unión, hasta que, sin cumplir la mayoría de edad, fue adquirido por un equipo profesional italiano, el Reggio Calabria. Después de dos años allí, pasó al Fortitudo Bologna, donde se convirtió, rápidamente, en un gran basquetbolista de Europa.
En adelante, lo más conocido. Oro olímpico en Atenas 2004 e infinidad de proezas con la famosa Generación Dorada. Paso por varios equipos de la NBA. Se destacó en puntos, destreza y potencia en el máximo nivel mundial, durante varios años.
En el apogeo de su carrera, Delfino comenzó a sufrir duros reveses. En 2010 se golpeó la cabeza jugando para los Milwaukee Bucks. Estuvo varios días inactivo, en un periodo en el que hasta peligró su carrera. Se repuso tan bien de ese episodio que su mejor momento en la NBA llegó más adelante, con los Houston Rockets. Hasta que una noche, en un partido de Playoffs de 2013 contra los Oklahoma City Thunder, Kevin Durant le cometió una falta en el aire y Carlos cayó sin poder afirmarse. Se perdería el resto de la postemporada por una fractura en un pie.
Pasó por infinidad de cirugías y tratamientos tradicionales y alternativos. Tanto parate es letal en una liga tan profesional como la NBA. “Estoy frustrado porque hice todos los deberes, pero mi cuerpo no respondió como lo esperaba… sigo siendo optimista”, decía Carlos con su incansable espíritu de lucha.
Volvió a Santa Fe en 2014, ya sin equipo, responsabilidades ni nadie que le dijera lo que tenía que hacer con su pie. Relacionarse con sus orígenes lo revitalizó.
Ya en 2015, la Generación Dorada se preparaba para mostrar sus últimos chispazos en el preolímpico que clasificaba a los finalistas a los Juegos Olímpicos de Río 2016. Delfino puso sus ojos en él y comenzó a entrenar a un ritmo que le devolvía la fe en el tan ansiado regreso. Sergio Hernández, entrenador de Argentina, lo incluyó en una preselección. “Estoy nadando en la orilla, espero que nada me pase. Toco madera”. Pero el drama del escolta iba a tener un capítulo más. Un quiste en el tobillo le arrastraba nuevamente al quirófano y quedaba marginado del torneo. La sexta operación y todo seguía igual.
Sin problemas económicos y con grandes medallas colgadas, muchos se hubieran retirado. Pero Delfino aceptó un consejo y se fue hasta Italia a visitar a un especialista, conocido de sus años mozos en el Viejo Continente. Este gurú lo volvió a rescatar y, en 2016, apuró su recuperación.
El Oveja Hernández lo mimó una vez más y lo llevó a la preparación de la selección para los Juegos de Río.
Y allí fue, lleno de cicatrices y dolores, emocionó a todos y pisó profesionalmente una cancha, tras tres años y medio, en Brasil. Luego, la llegada a la Liga Nacional, más precisamente a Boca Juniors, para salvar del descenso al equipo en el que juega Lucio, su hermano. Finalmente, otro regreso a la Italia de sus amores.
La historia de Carlos Delfino es una de esas que te hacen dar ganas de tener tanta pasión por algo como la de este santafesino por el básquet.
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