Todos vimos alguna vez la jugada del Mundial 74 en la que un defensor de Zaire, al escuchar el pitido del réferi sale corriendo como loco a despejar una pelota que era tiro libre directo en contra. Todos, también (entre quienes me incluyo), nos preguntamos cómo podía ser que un tipo que estaba jugando un Mundial no conociera el reglamento para hacer semejante animalada. Unos años más tarde, leyendo cosas sin sentido (mi deporte favorito, más que el fútbol incluso), me enteré de que el animal era yo. Para que no les pase lo mismo, les voy a contar el trasfondo de la historia.
Desde 1965 (nueve años antes de la famosa jugada), Zaire, el país más sistemáticamente desangrado por las potencias europeas a lo largo de la historia, estaba gobernado por el dictador Joseph-Désiré Mobutu (pensemos que el tipo gobernó hasta que se murió en 1997, lo que nos da una idea del poder que tenía). Una de las prioridades del dictador era (¿les suena?) la selección nacional de fútbol. Metiendo mucha plata y haciendo tongo por todos lados (Marruecos ni se presentó al último partido del repechaje por el afano en la ida, que Zaire ganó 3-0 con los tres goles ilegítimos) clasificaron al Mundial de Alemania. El primer partido lo perdieron 0-2 con Escocia y ya Mobutu los amenazó con no pagar los premios que había prometido. Los jugadores, enojados por esta decisión unilateral, decidieron que si no les aseguraban la plata, no se presentaban al segundo partido del grupo (era contra Yugoslavia, en esa época una potencia futbolística). Mobutu redobló la apuesta y les dijo que si no se presentaban no sólo no les pagaba un morlaco sino que además los mataba a todos. Mobutu era un tipo de palabra. Jugaron el partido. Perdieron 0-9.
Ya un poco más caliente, Mobutu les dijo que si el próximo partido perdían por más de tres goles, no volvieran a Zaire. Muchos no pensaban volver de todos modos, pero había un pequeño detalle: las familias de los jugadores sí vivían en el país. Como la trama más verosímil de una película de acción y emoción, estos jugadores ya no solo temían por su futuro, sino por la posibilidad de no volver a ver a todos los seres queridos que los esperaban de regreso.
El último partido del grupo era contra un rival más o menos: Brasil, que venía de ser campeón en el 70. A los 79 minutos Valdomiro metió el 3-0. Los africanos estaban obligados a no sufrir más goles o la podían pasar realmente mal (como, sin dudas, ya la venían pasando con tamaña presión). En el minuto 86 se dio el tiro libre famoso y Muepu no lo pensó dos veces: salió corriendo de la barrera y revoleó la pelota a la tribuna. Conocía perfectamente el reglamento. El tema es que el resto del mundo no conocía a Mobutu y sus estrategias de motivación.
Hablamos de deportistas con miedo a lo que les podía pasar. Era un campo en el que se batallaba un juego, nunca mejor dicho, de vida o muerte ¿Qué importaba seguir lo reglamentariamente permitido si sus vidas dependían de los resultados del partido? ¿Qué importaba que, años más tarde, miles y miles de fanáticos del fútbol de todo el mundo viéramos esa jugada y pensáramos que no sabían nada del juego? Por mi parte, la próxima vez que me encuentre con un video sobre alguna “burrada” futbolística histórica, voy a procurar googlear el contexto antes de juzgar. Quizás, la jugada que a simple vista me parece una animalada es, en realidad, un acto heroico.
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