El inocultable colapso de ciertas entidades o instituciones públicas que se dedican a tareas específicas de una cierta actividad, en esta realidad ya no se puede disfrazar de confusión o desconocimiento sobre ciertas cuestiones, provocando cada vez más frecuentemente un sinnúmero de situaciones tan bochornosas como las que millones de televidentes pudieron observar desde sus televisores el domingo a la tarde. Dos equipos sudamericanos debieron jugar un encuentro por las eliminatorias en suelo brasileño este fin de semana, pero como la lucha política, más la brutal ineptitud de organismos deportivos locales y mundiales en esta órbita hicieron de las suyas, lo que debió ser apenas un simple encuentro con solo 22 personas en el césped corriendo enérgicas detrás de la pelota, finalmente se transformó en un espectacular escándalo transmitido a los cinco continentes para que confirmen que por estas partes del mundo, ya ni siquiera es posible llevar a cabo un match de fútbol.
Los actores principales de esta producción sudamericana tan patética como olvidable, son Emiliano Martínez, Giovani Lo Celso, Cristian Romero y Emiliano Buendía, quienes este fin de semana arribaron a Brasil provenientes de un país europeo que está clasificado por la estructura sanitaria de Brasil como una nación de la “zona roja”, a raíz de la pandemia, lo cual obligaba a observar un periodo de cuarentena antes de poder circular por territorio carioca. La delegación argentina viajó a San Pablo para concretar su encuentro frente a la selección de esta nación limítrofe, llegada que estuvo signada tanto por las advertencias a este plantel desde la ANVISA (Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria), como también por una documentación presentada por el mediático seleccionado blanquiceleste, puntual declaración jurada que según las autoridades de la nación vecina eran “falsificados”, algo que provocó que la estadía del equipo de fútbol dirigido por Lionel Scaloni en un lujoso hotel fuese una cárcel de lujo mientras alguna mano “desconocida” autorizó que el plantel no solo ingresara a ese país, sino también se hiciera caso omiso al pedido de la delegación sanitaria local de impedir la presencia de esas cuatro personas provenientes de Inglaterra.
La Confederación Brasileña de Fútbol, la Conmebol, la AFA y la FIFA eran elenco casi decorativo este fin de semana antes que la selección tocase suelo carioca, estatus que tras ese detalle en la declaración jurada de los cuatro deportistas, oriundos del Reino Unido se modificó sustancialmente provocando que estas entidades debiesen cambiar la pasividad que signaba sus actos, por una performance no tan de relleno en esta patética producción de neto corte bananero. Cada una de estas estructuras hizo ante la emergencia surgida, lo único que saben llevar a cabo con una inagotable hegemonía: lavarse las manos, echarle a los demás la culpa y victimizarse. A esta espantosa película deportiva de terror le faltaba un conflicto central que ligara todas estas posiciones en un choque inevitable y esa fue la pelea existente entre Jair Bolsonaro -presidente de Brasil- y la oposición política dentro de los diversos estados de la gran territorialidad verde y amarilla. El estado de San Pablo en la actualidad responde al primer mandatario carioca, por lo cual se desprende que parte de las acciones que intentó concretar la ANVISA contaban con su inocultable apoyo. Lo que nadie imaginaba, era que el estallido del conflicto ocurriría de una forma tan vergonzosa como ridícula, cuando no se habían cumplido ni siquiera 5 minutos del primer tiempo en ese famoso clásico sudamericano de larga data.
Cristian Romero quitó un balón ante Neymar y éste no tuvo mejor idea que sacudirlo a su compañero del PSG Leandro Paredes, olvidando que más allá de compartir actividad en el equipo parisino, una tenía una camiseta celeste y blanca, frente a otro con la famosa blusa amarilla. El árbitro Jesús Valenzuela olió muy astutamente que se venía el primer round del famoso festival de bravuconadas de estas desdibujadas estrellas, por lo cual se mandó al lugar del conflicto para detener dicha explosión, marcar la falta, llamar al orden a estos dos marmotas peleándose casi desde el vestuario e imponer autoridad, ágil maniobra que pasó históricamente al olvido, cuando insospechadamente cuatro personas de civil que no llevaban identificación alguna ingresaron raudamente al campo para intentar llevarse del mismo a tres de los cuatro deportistas que estaban en contravención sanitaria. La escena de estos rellenitos oficiales de la ANVISA luchando toscamente por expulsar del campo a los jugadores argentinos, obviamente hizo saltar el polvorín anímico de los compañeros de la selección, quienes inmediatamente salieron en obvia defensa de estos deportistas. Lo que siguió después fue una cadena de absurdos que solo la mediocridad del fútbol de estas tierras puede generar. Las distintas confederaciones deportivas defendiendo a sus equipos, los jugadores alternando entre el desconcierto y la victimización, los directivos buscando complicidad con los medios presentes en el estadio, sin olvidar a los medios que emitían a esa hora el arranque del choque futbolístico, desataron una lucha de poder buscando darle a los distintos involucrados la responsabilidad de semejante interrupción al comenzar una competición tan simple y tradicional como un match de balompié por las eliminatorias.
Cuando la explosión ocurrió, desconcertando a los presentes en el estadio y a millones de televidentes alrededor del mundo que no daban crédito a las disparatadas imágenes que se transmitían, el equipo argentino intentó en esos primeros minutos que el encuentro que ya estaba iniciado, prosiguiese con esos tres deportistas participando dentro del partido, algo que chocaba con la posición de los agentes de seguridad sanitaria, quienes querían que en ese momento dichos deportistas fueran deportados inmediatamente del país. Como todas las negociaciones se desarrollaron en medio de un tumulto, con las confederaciones y el resto de las entidades presentes sentando su posición, el entrenador Lionel Scaloni tomó las riendas de semejante batifondo y se llevó al seleccionado al vestuario, esperando que alguien detuviese semejante despelote alrededor del famoso deporte con pelota. Como la calma no aparecía y el sinfín de comunicaciones no desembocaba en una solución o algo que pareciese una determinación al respecto, la selección argentina fijo su postura de “lo jugamos todos o nos vamos”, tras lo cual y mientras el barullo crecía de volumen, subió a su micro para dirigirse inmediatamente al vuelo chárter que debía trasladarlo a Ezeiza al finalizar este desopilante “partido interruptus”.