¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 21 De Marzo
La dura caída del Mundial 1994 obligó a la Asociación del Fútbol Argentino a replantear cómo continuar con lo que era ya la prioridad número uno del deporte nacional. De esta manera se apostó a tres entrenadores que compartían sobriedad y planificación, pocas veces vista en un medio que adora las desprolijidades. El campeón del 78 Daniel Alberto Passarella, Marcelo Bielsa y José Pékerman fueron los técnicos que condujeron tres ciclos exitosos en la previa, otra arista diferencial con respecto a los anteriores caminos azarosos y sufrientes de los selecciones antes de la cita mundialista, pero que terminaron con iguales grados de desilusión. Dos cuartos de final en 1998 y 2006 perdidos por errores de distintos calibres, y una desconsoladora eliminación en el Oriente en 2002 en primera ronda, enmarcaron a una generación de buenos jugadores que fueron ídolos como Juan Román Riquelme, Gabriel Batistuta y Juan Sebastián Verón. O que conquistaron varios mundiales juveniles a partir de 1997, entre ellos Carlos Tévez, el actual DT Lionel Scaloni, y el máximo astro mundial del nuevo milenio, Lionel Messi; sumando la preciada medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Muchos de ellos que merecían otra página entre las glorias de la redonda.
Quizá pueda parecer exagerado el título. Un extranjero no comprendería que un solo jugador, por más grande que haya sido en el césped, pese en la evolución de su seleccionado. Ni siquiera Pelé en Brasil. Pero Diego Armando Maradona fue un sombra en las tres competiciones hasta que consiguió lo que bramó a los cuatros vientos. “Estos pibes no tienen la culpa –tras la eliminación en Francia 98, algo que repetiría en Corea-Japón 2002 y Alemania 2006- Te repito lo de hoy al mediodía: quiero ser el técnico de la Selección. Ponelo bien grande en EL GRAFICO. Bien grande". Tendría su hora en Sudáfrica 2010.
Argentina arribaba con paso seguro al Mundial de Francia, quien volvía a organizar uno luego de la experiencia de 1934, y con la novedad de 32 equipos. Pese algunos sobresaltos, el turbio incidente en la altura de Bolivia en las Eliminatorias con un jugador argentino agredido, y los enfrentamientos con jugadores que se negaban a “cortarse el pelo” –debido a ello quedarían afuera de la lista de Pasarella astros como Fernando Redondo y Claudio Caniggia-,y un supuesto doping positivo con cocaína de uno de los convocados días antes del debut, el combinado que entrenaba en Saint-Étienne había conquistado las fases clasificatorias y los partidos amistosos con solvencia. Con ella se superó con facilidad a Japón, Jamaica y Croacia. Luego vino el morbo de enfrentar nuevamente a Inglaterra aunque la celeste y blanca jugó el mejor partido en suelo galo bajo la mirada del hermético Káiser Passarella y, por penales, destacado el arquero Carlos Roa, se eliminó a los europeos. Todo era alegría el 4 de julio de 1998 en la calurosa Marsella –el partido se jugó con una temperatura de más de 30 grados-. Hasta que Argentina tuvo cinco minutos fatales.
“Fue una jugada que hasta el día de hoy me cuesta superar. Una de la cosas más tristes que me pasó en el fútbol. Fue un Mundial maravilloso, estaba en la plenitud de mi carrera. Fue un partido que estaba para ganar. Le habían echado un jugador a Holanda (NdeR: Arthur Numan a los 76' ST). No me cobran un penal, caigo, fue un segundo, una reacción que hasta el día de hoy me arrepiento”, arrancó el Burrito Ortega en el programa Podemos Hablar de Telefé en 2019, sobre la obvia roja que recibe por una inexplicable cabezazo al arquero Van der Sar, “Fue algo tristísimo para mi vida, mi carrera. Me costó superarlo. No se supera. No lo pude superar. Quiero volver el tiempo atrás a esa jugada... Me han pasado otras cosas en el fútbol pero no como ésa. Perdimos por mi culpa”, cerraba. Dos minutos después Dennis Bergkamp, sellando el 2 a 1 en el minuto 89, envía de vuelta a la Argentina. Aunque como pasaría en Alemania 2006, en el banco estaba un posible revulsivo al timorato planteo de aquel partido de un poco apreciado Passarella, tanto por dirigentes como hinchas, ¿qué hubiese pasado si Marcelo Gallardo, quien la rompía en River Plate, ingresaba?
La sensación de que la selección podría haber logrado al menos subirse al podio y una generación que parecía transitar hacia la cima, liderados por Diego Simeone y el “jugar con el cuchillo entre los dientes”, sumado a los juveniles dirigidos por Pékerman que empezaban a destacarse con campeonatos mundiales con Riquelme, Esteban Cambiasso, y Juan Pablo Sorín, como el categórico que obtienen en Argentina en 2001, alientan la convocatoria de Marcelo Bielsa, en apariencia un continuador de la planificación y el orden táctico de Passarella. En la superficie porque Bielsa introdujo una cuña entre las escuelas rivales del fútbol argentino, el menottismo y el bilardismo, la nuestra versus la táctica, intentando aglutinar ambos universos en un juego polifuncional, vertiginoso y vistoso. Un año antes de competir en Asia, la primera vez que la copa se trasladaba al Lejano Oriente, y la primera que dos países compartían sede, Japón-Corea, Bielsa había sido elegido como el mejor técnico del mundo, el combinado mayor de fútbol ostentaba un récord de partidos invictos y, como nunca, la clasificación se obtenía con el primer puesto. En una Argentina necesitada de ilusiones, aún se vivían los coletazos del fatídico diciembre 2001, con la mitad de la población en la pobreza, tercera parte de indigentes, la redonda parecía una tabla de salvación. Ningún antecedente deportivo hacía preveer el padecer futbolístico y anímico de la celeste y blanca en su penoso paso por Ibaraki, Sapporo y Miyagi. Ajustada victoria con Nigeria, derrota con Inglaterra en un partido chato y un empate con Suecia, que dejaba afuera a la Argentina después de cuarenta años en primera rueda, como en Chile 62.
“Fue tristísimo...la sensación de sentirme totalmente frustrado por no darle al país lo que quisimos fue terrible. No hay uno que se haya sentido mejor que el otro…nunca había visto algo más duro”, sentenciaba Gallardo en el diario Olé en 2002, y Verón, sindicado como máximo responsable por una actitud displicente al ejecutar un lateral ante los suecos, como si la falta de juego o la ausencia de nuestros titulares que brillaban en el Inter o Manchester puede explicarse por una demora circunstancial, “me duele que se digan boludeces como que fui para atrás contra Inglaterra porque jugaba acá o que ganamos 20 palos y no nos importa nada. En seis meses, no cobramos nada ni nos interesó discutir un premio del Mundial”, se defendía el mediocampista en el diario Clarín. Ambas declaraciones marcan las altas expectativas dentro de una realidad dura argentina y el tremendo porrazo, agravado por el pentacampeonato de Brasil en Corea-Japón 2002. Bielsa tendría una pequeña revancha, ya que continúo dos años más en el cargo, una extrañeza debido a que a la fecha es el único que siguió con el buzo de DT luego de la despedida de un Mundial, pero un gran logro para el fútbol argentino: la obtención por primera vez de la Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de 2004.
“Estamos por el buen camino y yo me siento muy a gusto. La gente también me transmite esa sensación cuando me la cruzo por la calle o en un aeropuerto. Esas son las cosas que no tienen precio, porque yo me siento identificado con el país, estoy orgulloso y feliz de haber nacido en la Argentina”, señalaba Riquelme a la revista el Gráfico en 2005, estratega quien era el estandarte de la selección que dirigía Pékerman tras la salida imprevista de Bielsa en medio de las Eliminatorias. Y aunque la AFA pretendía continuar con la línea de pensamiento y juego anterior, el elegido era Timoteo Griguol, debieron rendirse a la efectividad del entrenador de las selecciones juveniles, que en menos de diez años conquistó tres campeonatos mundiales, y otros en varias categorías. Fue una renovación del plantel con el semillero de las selecciones menores, Pablo Aimar, Javier Saviola y Gabriel Heinze, mezclados con los veteranos Hernán Crespo y Ayala. Y, además, la aparente vuelta a cierto estilo de juego criollo, como lo demostró el magnífico segundo gol de la selección en la goleada 6 a 0 frente a Serbia y Montenegro, el 16 de junio de 2006, con el extraordinario números de pases sin que la toque el rival para que defina Cambiasso. Fueron 25 y quedaron entre los mejores del Mundial Alemania 2006 según FIFA, al igual que el bombazo de Maximiliano Rodríguez para vencer a los mexicanos en cuarto de final. Argentina en fase de grupo había batido a Costa de Marfil y empatado con Holanda.
El 30 de junio de 2006 dos viejos conocidos volvían a verse las caras en Berlín. Argentina y Alemania. Frescas eran todavía las finales de 1986 y 1990. Y el partido fue un discreto empate, con la victoria teutona por penales, el arquero Jens Lehmann y su papelito que adelantaba a dónde patearían los argentinos. Algo que el mismo golero descartó y que parece un incompresible descuido para nuestro DT si consideramos que Pékerman era un fanático de analizar lo táctico en videos –como Bilardo-, llevándose más de 65. De cada uno de los rivales. Y no alcanzó, en parte explicado por Enrique Macaya Márquez, “yo noté débil al equipo argentino a través de la falta de experiencia de ciertos jugadores, aunque algunos a esa altura se encontraban jugando afuera. Tal vez, también, el director técnico no había madurado del todo y terminó haciéndolo después”, puntualizaba. Un Messi adolescente desconsolado miraba la eliminación desde el banco, mismo sentimiento que el Maradona desafectado del Mundial en Argentina en 1978. El tiempo de Lio despuntaba con la celeste y blanca, aunque con la advertencia del sociólogo Pablo Alabarces para anteriores y actuales Mundiales:
“Todas las condiciones de mito que Maradona presentaba, Messi tiene una sola. Nada menos que la excepcional condición de su juego, pero eso es ampliamente suficiente para hablar de fútbol, y bastante insuficiente para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas…aunque hubiese ganado la Copa del Mundo después de convertir 37 goles, cinco de ellos épicos, nunca será otra cosa que un buen chico. Pero nunca un pibe”, formado en el potrero, el hambre, la pobreza, vetas del mito patriotero maradoniano. Messi es irreductible a la lógica del aguante.
Fuentes: Barnade, O. Iglesias, W. Todo sobre la selección. Buenos Aires: Club House. 2014; Alabarces, P. Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios. Buenos Aires: Aguilar. 2014; ole.com.ar; elgrafico.com.ar
Fecha de Publicación: 29/10/2022
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