La Patria Futbolera atesora dos imágenes puñaladas. Diego Armando Maradona, el protagonista excluyente de ambas. El Héroe con pies en el barro. Los insultos a los 70 mil italianos que insultan al Himno Argentino en la final de la Copa del Mundo de 1990, Estadio de Milán. La mano cándida a la enfermera después del partido con Nigeria, Copa del Mundo de 1994, cancha en Boston, que lo llevaría a su averno personal, que fue el de la Selección Nacional toda. Ambas marcan el fin de una Era que marcó a la celeste y blanca con el sello maradoniano. Lo que era hasta el momento, eso de vestir la casaca como prioridad, con Maradona se transformó en un deber. Porque Diego jugó ambas competencias en un estado calamitoso, tobillo deshecho en Italia, un esforzado retorno de un abismo personal para Estados Unidos, y logró brillar en los peores condiciones. México podrá haber sido la cumbre deportiva pero Italia 90 y Estados Unidos 94 estamparían en dorado el genio y el amor eterno del Gran Capitán con el único equipo donde ofrendó y sudó el alma. La Selección Argentina.
Fueron dos ciclos distintos, uno al mando del DT campeón del 86, Carlos Salvador Bilardo, otro con el DT bicampeón de la Copa América, Alfio Basile, pero con idénticos tránsitos y climas. Llenos de angustias y zozobras. A pesar de que Argentina demostró un nivel superlativo en tierras aztecas, cada encuentro hasta llegar a la concentración en Trigoria, a las afueras romanas, fue un calvario. A La decepción monumental de la Copa América 1987, jugada en Argentina, ganada por Uruguay, se sumó récord negativos increíbles como casi 700 minutos sin convertir un gol, o una Copa América completa sin inflar redes en 1989. Del otro lado de Atlántico, Maradona no paraba de sumar títulos, scudetto para el Nápoli, el sur italiano desplazado. En la albiceleste sólo anotó dos tantos contra Perú e Israel. En cuatro años.
Otro panorama además agravado porque la nómina de compañeros mutaba de conocidos en el folklórico fútbol local a jugadores desperdigados. La famosa frase de Bilardo, “Burruchaga tira un centro en Francia y Ruggeri cabecea en Argentina”, haciendo entrenar a los jugadores con videos y plazas separadas por miles de kilómetros, repercutió en que, entre certámenes, jamás encontró un esquema de juego ni un equipo. Salieron algunos históricos, Jorge Valdano, mantuvo a otros de floja actualidad, Jorge Burruchaga, y convocó poco recambio, los campeones riverplatenses Pedro Troglio y Claudio Caniggia. Y a rezar a Santa Maradona.
El Quijote Diego
“Tordo, hagamos algo, a ver si me pierdo el Mundial” se desesperaba Maradona en la previa al choque con Camerún, con un tobillo imposible, tallado por los players israelís en el partido cábala, y la uña machucada, regalo de un juvenil italiano, en las prácticas de Roma a días del pitazo inaugural. A fin de aliviar ese dolor, que no permitía dormir a la delegación nacional, el preparador físico inventa una férula de carbono ultrarresistente que poco haría en mitigar el dolor insoportable. El mejor jugador del mundo jugó el 20% de sus posibilidades en 1990. Y por eso es el mejor, al menos para los argentinos y futboleros de cualquier pasión, “si Maradona fuera alemán, no estaría jugando este mundial. Sólo alguien con la mentalidad de un argentino y la genialidad de Diego es capaz de esta locura”, admitiría el alemán Bernd Schuster en 1994, cuando repitió la locura de participar en las peores condiciones posibles. No nos adelantemos a esta película de 1990, que pese a la derrota postrera se festejó en la Argentina, y buena parte de Sudamérica y el Tercer Mundo, como una victoria gigantesca, incluso mayor a la de 1986. La explicación de D10s, “¿Por qué siempre me gusta luchar contra los poderosos? Muy simple: porque me repatea el hígado la injusticia. Y en este mundo, incluído el mundo del fútbol, hay excesos de injusticia”, acotando quien se recibía en Italia de paladín de los desclasados de todas las latitudes.
“Mañana me infiltro hasta el alma”
El arranque fue acorde al pálido tránsito del conjunto de Bilardo, que solamente mantuvo a siete de los campeones. Ni siquiera confirmó a José Luis Brown, el central del primer gol en la final contra Alemania cuatro años antes, que viajaría igual de apoyo moral -una rara costumbre en los elencos locales que tuvo convocatorias insólitas, de jugadores citados por buenos cebadores de mate...- Un brutal cero-uno en contra frente a Camerún, brutal además por la libertad que se dio a los africanos para golpear a mansalva, obligó al DT a innumerables cambios para enfrentar a la Unión Soviética. A partir de ese partido jamás el equipo presentó un estilo ni volumen de juego, disimulado en uno de los peores mundiales jugados de la historia; al igual que el Mundial 94 por curiosa coincidencia. Maradona hizo sentir la localía en su querida Nápoles, la única ciudad azzurra que no destrozó el himno argentino, además de cometer un claro penal en la línea con la “otra” Mano de Dios, y apareció la leve mejoría con el triunfo, pronto sepultada con el insulso empate con Rumania. Argentina entra por la ventana como mejor tercero y debe jugar con el arrollador Brasil, en el Dell Alpi, aquel de grandes jugadores, entre ellos el compañero de Diego en el Nápoli, el temible Careca
“Mañana me infiltro hasta el alma, Antonio”, confesó el capitán argentino. Y en el día que debería ser bautizado “El Día del Palo”, 24 de junio, Brasil error uno y mil goles, en el minuto 79 Maradona hizo otra de “barrilete cósmico”, habilitó a Caniggia, plim caja, afuera Brasil, y allí empezó el “Decime que se siente Brasil/tener a tu papá en casa”
Tanto en ese partido como en los posteriores, el gran héroe sería en verdad Sergio Goycochea, un arquero que no era titular en Millonarios de Colombia. Pero Bilardo se la jugó luego de la fractura de su arquero Nery Pumpido y el Vasco Goyco atajó todo lo que tiraron en los partidos contra brasileños, yugoslavos e italianos. Los últimos en los doce pasos, y que inmortalizarían la frase de un relator peninsular, “siamo fuori dalla Copa, e un giorno tristísimo”.
El equipo menos pensado, con su estrella apenas en pie pero con una garra inclaudicable, volvía a la final con el mismo rival anterior en América, que a paso firme clamaba revancha. Alemania obtendría su tercera copa mundial -ha jugado con la Argentina tres veces la instancia- por un penal que se discutirá hasta el Día del Arquero, en un final de los peores jugadas, sin casi patear al arco -otra similitud con el Mundial 94, que el más flojo Brasil de la historia gana por penales a Italia. Por siempre, los insultos de Maradona y los puños apretados de guapo de Ruggeri en los himnos, el argentino silbado por casi toda Europa, y las lágrimas del equipo con la copa en otras manos. Fuimos héroes igual. “Un historia de Héroes y no de víctimas. Una simple historia de amor”, comentaría Aldo Proietto para la revista El Gráfico. Una historia de amor que no se apaga, como las noches mágicas.
“¡Está vivo! ¡Está vivo!”
La obtención de dos copas América, con un elenco que contaba con la necesaria renovación, entre ellos Diego Simeone, Fernando Redondo y Gabriel Batistuta, cerrando un sequía de títulos internacionales de la Mayor de más de 30 años, y un récord de 31 partidos invictos entre 1991-1993 -la selección de 2022 acumula 35-, presagiaba la coronación inexorable en el raro Mundial de Estados Unidos 1994. Raro porque es un país sin tradición futbolera, si no contamos la larga historia en fútbol femenino, y extraño además ya que se comercializó de manera desmedida, a la manera norteamericana. Por ejemplo la concentración nacional en el Boston Collage parecía más un estudio de tevé, con jugadores de derechos exclusivos con canales y marcas, estrellas de varieté, más que un espacio adecuado para que Basile afirme sus principios futbolísticos de respetar la “nuestra”. Algo necesario después del angustioso pasaje a la Copa, con una de las peores goleadas en contra de la Argentina, 5-0 de la noche irrepetible de los colombianos en el Monumental de 1993, y un SOS desesperado al héroe, que venía en picada, problemas de adicciones y de los otros, y un presente errático por el Sevilla y Newell´s Old Boys.
Meses de preparación secreta en La Pampa devolvieron al Maradona atlético, que si bien había perdido el explosivo pique corto, mantenía los rasgos de estratega y una velocidad mental insuperable. Y, además, era el D10s de esos muchachos que meses antes lo portaban su remera, o lo tenían de póster en la habitación, y ahora tiraban paredes, como Ariel Ortega.
Los fantasmas de los meses anteriores se barrieron con el vendaval de goles ante Grecia, el 21 de junio de 1994, el bombazo de Diego al ángulo, y el grito del relator Víctor Hugo Morales, “¡Está vivo! ¡Está vivo!”. Su mirada desaforada a cámara recorrió el mundo y alertó que el 10 jugaba su cuarto mundial para ganarlo. Cuatro días después en el mismo Foxboro Stadium de Boston, ante 50.000 espectadores, Maradona comandó brillantemente la victoria, con un Caniggia también inspirado. "Ahí sí que nos mataron, pero no tengo pruebas muchachos. Nos fueron a voltear", remarcó el ex entrenador sobre el supuesto accionar del entonces presidente de la FIFA João Havelange, en una nota con ESPN y, de fondo, las imágenes de Maradona yendo a su infausta despedida de la querida camiseta, al igual que las esperanzas argentinas, "Nos vieron y dijo Havelange, muchachos, estos nos comen otro campeonato más y yo estuve veinte años de Presidente de FIFA y Brasil no ganó nada", agregó el Coco Basile. Vendría la triste conferencia en Dallas de Maradona, con la noticia del positivo en el doping, que le costó quince meses de suspensión, “me cortaron las piernas”, en la antesala de la derrota con un inexpresivo Bulgaria, y la penosa eliminación con Rumania, apenas diez después que los medios vernáculos dieran a la Argentina “segura” campeón.
Después se conocería el error, que partió de un allegado de Diego que ni siquiera estaba oficialmente habilitado a integrar la delegación, y la extraña actitud displicente de la Asociación del Fútbol Argentino, cuyo presidente, Julio Grondona, a los pocos meses, sería vicepresidente de la poderosa FIFA. Segundo de João Havelange. “Yo no me siente héroe de nada”, señalaba un dolido Maradona que tendría la oportunidad de revancha con la celeste y blanca, ahora de DT del Mundial de Sudáfrica 2010, y dejaba al pasar, “no quiero que me traten como el general San Martín, pero creo que algo hice por el fútbol” Y un poco más, el capitán indeleble de los argentinos, y que marcó el liderazgo nacionalista de la mayoría silenciosa fuera y dentro de la cancha. Fue campeón deportivo del mundo en 1986, fue héroe de un pueblo en 1990 y 1994.
Fuentes: El Gráfico. 75 años en la vida del deporte argentino. Buenos Aires. 1994; Maradona, D. A. Yo soy el Diego. Planeta: Buenos Aires. 2000; Barnade, O. Iglesias, W. Todo sobre la selección. Buenos Aires: Club House. 2014
Imagen: Télam
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.