“¿Se acuerdan de lo que dijo Obdulio Varela, el capitán de Uruguay del Mundial de 1950? “Cumplidos, solamente si somos campeones”. Esa frase me rondó durante toda la permanencia en México. Íntimamente quería eso. Siempre me guió eso. Nosotros demostramos que éramos honestos y capaces de no defraudar, por eso me dio bronca cada vez que nos quisieron matar. Pero también digo que, para ser campeones, no tenemos derecho a tirarle el título por la cabeza a nadie”, sintetizaba Diego Armando Maradona, que México 86 consagraría como el mejor jugador del fútbol argentino en toda su historia. No solamente por la cuestión de capitanear el segundo Campeonato Mundial para los argentinos, no por los goles que entraron en la galería de los icónicos populares, los goles a los ingleses, sino porque aglutinó en el ala de su zurda mágica una rica tradición que se remontaba desde los picados de las ingleses en Palermo a las arremetidas del Matador Kempes en el Estadio Monumental. La Argentina que jugó en la tierra de los emperadores aztecas es la esmeralda que corona la nuestra, la singular conjunción de técnica y táctica que distinguen el balompié criollo.
El proceso que derivó en el título de la selección dirigida por Carlos Bilardo arrancó con la gran decepción de España 82. La Argentina defensora del título, salvo la goleada contra Hungría, “el triunfo es para los pibes”, dijo un Maradona ofrendándole una de sus mejores actuaciones con la celeste y blanca a los Héroes de Malvinas, tuvo un discreto paso, con duras caídas con Italia y Brasil, tan duras cómo las patadas que recibió el 10.
“La nueva selección está en marcha” adelantaba la revista Gráfico en diciembre de 1982 e informaba que candidato al buzo de DT era el técnico del aún no campeón Estudiantes de la Plata. Con la designación de Bilardo nacía una de las antinomias más fuertes del fútbol local, bilardistas contra menottistas. Un juego más táctico, basado en el orden y las innovaciones, por ejemplo en México el combinado compatriota saldría con un novedoso dibujo de líbero y stopper, enfrentado afirmaban a la nuestra, o sea una propuesta basada en la habilidad de los intérpretes, y no en un esquema previo. Bilardo podía hacer entrenar a los jugadores, con videos, en distintas partes del mundo, solamente sabiendo una parte del estrategia, como si fueran autómatas. De todos modos, los defensores del supuesto lirismo futbolero olvidan que Menotti también representó una revolución en los planteos estratégicos, poco conocidos en el ámbito interno, tal cual se puedo notar en la inusual función volante de los laterales en el Mundial de Argentina 78.
“Me quieren voltear”
El tránsito hacia México fue tortuoso. Cuatro años de encuentros mal jugados y una clasificación sufrida obtenida en los últimos minutos contra Perú, en una corajeada de Daniel Alberto Passarella, campeón y símbolo del 78, y que Ricardo Gareca empujó en la línea. Los meses previos resultaron así un hervidero de rumores, “se enoje quien se enoje, en este momento me importa más el Mundial que el Napoli”, sentenciaba Maradona, poniéndose en contra a la tifosi, y “me quieren voltear”, en palabras del Narigón Bilardo. Argentina perdía, otra vez, de mala manera, ahora con la Francia de Michel Platini en París, marzo de 1986, y el dueño de la influyente revista El Gráfico le comenta al director, “Cherquis -Bialo-, esto es un desastre, tenemos que hacer algo, con este equipo nos vamos a la mierda”, transmitía Constancio Vigil, en la cita Ezequiel Fernández Moores.
Pero no únicamente se pensaba eso en Europa, sino que en una asado en Lomas de San Isidro, en la casa de importantes dirigentes radicales, el presidente Alfonsín recrimina al secretario de deportes, Rodolfo O´Reilly, “che, ¿cuando lo vas a echar a Bilardo? Por qué no le das el raje, que es un desastre. Toda la gente lo putea””, confiesa el mismo funcionario implicado. “Resulta que para los políticos el fútbol era algo poco serio y de golpe se había convertido en una cuestión de Estado”, reflexionaría Maradona en su libro “Yo soy Diego”, olvidando que lo era casi desde su fundación, con el presidente Roca pidiéndole a los argentinos que jueguen a menos contra Brasil en 1904, o el presidente Perón negando la participación mundialista del seleccionado en 1950 y 1954 por temor al “papelón”, “si se iba Bilardo, me iba yo, había dicho. Ojalá haya servido para algo, cómo presión, porque si el gobierno argentino echaba el técnico del seleccionado hubiera sido un disparate y un papelón mundial. El 4 de mayo le ganamos Israel 7 a 2 -una cábala argentina del ciclo Bilardo, jugar contra los israelíes, una de las tantas que legarían a futuras selecciones- y yo ya estaba convencido, en estos 30 días que nos quedaban nos prepararemos para ganar el mundial, ¡para ganarlo! Estaba convencido, además, de que lo otros se iban a ir cayendo”, subrayaba. Esto explica que los argentinos hayan sido los primeros en llegar a México y los últimos irse. Bilardo confía Maradona, entrega la cinta de capitán que ostentaba Passarella -que no jugaría la máxima confrontación por problemas de salud, una controvertida intoxicación-, y Diego es quien decide que no habrá más amistosos, tras un deslucido 0 a 0 con Junior de Barranquilla, “ahora nos tenemos que olvidar de todo… hay que tirar del carro, hacerse carne y uña. Muchos esperan que perdamos para terminar de despedazarnos. Y no le tenemos quedar el gusto”, abrochaba el líder indiscutido de la selección Argentina en tres mundiales.
Barrilete cósmico
Instalados los primeros días de abril en el complejo del club América en el Distrito Federal -con las secuelas visibles del terrible terremoto-, el primer partido contra Corea del Sur ocurriría el 2 de junio, Bilardo hace entrenar al equipo en doble turno, y con gran exigencia física y táctica. No quiere decir que no haya variado durante el desarrollo del torneo, un ejemplo son los cambios de jugadores, con el asentamiento del defensor Jose Luis Brown -que no era titular en su club, Deportivo Español- y la titularidad del lateral José Luis Cucciufo, pero indudablemente aquellas prácticas dieron una solidez hasta en los detalles mas míninos. Priorizaba la disciplina posicional, las respuestas ante los requerimientos defensivos y la salida en contraataque, analiza Enrique Macaya Márquez, y comenta que el técnico hasta ensayaba los festejos del gol.
La ronda clasificatoria superada con facilidad y el primer encuentro de riesgo, que termina en ajustada victoria frente al rival histórico, Uruguay. Y vendrá el partido que todo el mundo esperaba. Argentina versus Inglaterra, 22 de junio de 1986, Estadio Azteca, la deuda externa, los ferrocarriles, los negociados, las Malvinas, la Guerra de 1982 y agua que corre bajo el puente. Desde la década del 50 que este match adquiría un vuelo propio, inflamado en el recuerdo del Mundial de 1966. Clima caliente en cancha, calles aledañas y tribunas, con trifulcas y peleas en varios sectores entre argentinos, británicos y mexicanos -que gritaron toda la justa contra nuestro equipo- Argentina juega concentrada, “con el cuchillo entre los dientes”, siendo superior al team de Gary Lineker, aunque sin poder doblegar la defensa inglesa hasta que aparece la Mano de Dios. “Yo intuía que se la pasaba a Shilton, pero mientras corría sabía que no llegaba”, grafica Maradona, quien la noche anterior “no podía sacarme de la cabeza a los pibes de Malvinas”, “me tiré con todo. Ni yo sé como hice para saltar tanto. Metí la cabeza y no alcanzó, pero la mano sí...”, para que no queden dudas, en una jugada que denostaría a la viveza criolla. En un partido, también recordemos, donde los ingleses cometieron más infracciones que los argentinos; ingleses que todavía se discute la manera que obtuvieron su única Copa Mundial.
Enconos al margen, cuatro minutos después Maradona realizaría la masterpiece que que lo eleva en Rey del Mundo de la Pelota y máximo representante del juego pasión de los argentinos. Vale una vez más transcribir el relato de Víctor Hugo Morales, “Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Puede tocar para Burruchaga… siempre Maradona. Genio, genio, genio... ta, ta, ta, gooooooool. Quiero llorar, Dios santo, viva el fútbol.. golaaaazooo Diegoool… es para llorar, perdónenme. Maradona en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos.. barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste? ¡Para dejar en el camino a tanto inglés! ¡Para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina!… Argentina 2 – Inglaterra 0… Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0”, esta pieza de oratoria histórica, pasión y poesía, que erizará la piel por los siglos de los siglos.
Nadie gana solo, recuerda Maradona
Semejante envión anímico, que no enturbia los últimos minutos agónicos contra los ingleses, sirve para vencer a Bélgica, otra tarde mágica de D10s, y arribar a la final contra los alemanes, quienes en anteriores mundiales habían pasado por arriba a los argentinos. Un esquema ordenado, y un juego menos dependiente de Maradona, más orientado en jugadores que son fundamentales para la obtención de ese título, como Jorge Burruchaga -que ingreso a último momento en la lista-, Carlos Enrique -que debutó en el último partido preparatorio- y Jorge Valdano -más identificado con el juego de Menotti pero qué es una pieza esencial en el esquema ofensivo de Bilardo-, resultaría en una ventaja en dos, que pareció determinante faltando media hora para el pitazo final. Pero los poderosos teutones imponen su fuerza y vergüenza deportiva, y a nueve de la conclusión, meten un frentazo que para los corazones de los argentinos; y la mayoría de sudamericanos.