¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“Rosario siempre estuvo cerca”, cantaba Fito Páez. Y así es, pero eso no quita que los pocos kilómetros que separan esa ciudad santafesina de Buenos Aires hagan que haya una gran diferencia en cuanto a las costumbres en general y al vocabulario en particular.
Ejemplos. Lo que para los porteños son galletitas para los rosarinos son masitas. No hablamos de las masas secas ni de las masas finas, sino de las galletitas de paquete que se compran en el súper. Al bien conocido pocholo lo llaman pororó, porque –dicen– ese es el sonido que hace el maíz pisingallo al explotar.
Siguiendo con el rubro gastronómico, el churrasco es la costeleta; el morrón es un pimiento; la garrapiñada es praliné; la batata, camote; y el submarino, remo. A la birra le dicen porrón, pero –ojo– el porrón es la botella de litro.
Con mucho orgullo, los rosarinos admiten que por esos pagos escasea la letra ese y, aparentemente, también son medidos con la erre: en alguna ocasión tuve la oportunidad de corroborar que al ladrón lo llaman choro en vez de chorro.
Cada ciudad y cada pueblo aportan lo suyo a la gran riqueza idiomática que tiene la Argentina. Nunca está de más tomar nota de esos términos particulares de cada zona para sentirnos un poco más locales en nuestra próxima visita.
Alberto Olmedo popularizó la lengua “gasó” o “rosarigasino” en su programa “No toca botón” en la década del ´80. En 2006, Bernardo “Chiquito” Reyes inmortalizó el gasó en un libro titulado “Rosarigasino, el método” y allí enseña a utilizar el “idioma rosarino” por excelencia, una jerga que fue para esta ciudad lo que el lunfardo para los arrabales porteños.
¿Cómo se habla el rosarigasino? Parecido al jeringoso, se trata de colocar los términos gasá, gasé, gasí, gasó y gasú inmediatamente después de la vocal acentuada, en la sílaba de la palabra que se quiere convertir al gasó. Hay discusiones con respecto a su origen, pero todas las teorías confluyen en que fue un lenguaje que se inventó para que "la yugasuta no entiegasenda nagasada" (la yuta no entienda nada), es decir, un lenguaje que usaban los presos para poder hablar sin que los guardias entendieran lo que decían.
En una entrevista que Reyes dio cuando publicó el libro contó que lo escribió porque se dio cuenta de que el Rosarigasino solo lo hablaban los “jovatos” y quería que los jóvenes también lo aprendieran.
El libro está escrito en primera persona, plagado de anécdotas y explicaciones concisas, con una sección de los términos más utilizados, la mezcla con el lunfardo y poesías escritas en rosarigasino. Casi al final hay tres homenajes a Federico García Lorca con La casagasada infiegasel (La casada infiel); a José Hernández con algunos versos del Martigasín Fiegaserro (Martín Fierro) y a Miguel de Cervantes Saavedra con un fragmento de El Quijogasote de la Magasancha (El Quijote de la Mancha), extraído del libro completo que Reyes ya tradujo al rosarigasino.
En 2001, se estrenó una película llamada “Rosarigasinos” protagonizada por Federico Luppi y Ulises Dumont. Cuenta la historia de dos veteranos, un cafishio cantor y su amigo bandoneonista, quienes, al salir de la cárcel, esperan encontrar el mundo tal cual lo dejaron treinta años atrás, incluso una valija con dinero escondida bajo el río. En el comienzo aparecen unos subtítulos en la pantalla. Es que, en la puerta de la cárcel, Tito y Castor se encubren el uno al otro con lenguaje "rosarigasino". Con el correr de la película, los dos personajes volverán a hablar ese lenguaje carcelario, pero sólo en esas ocasiones en las que necesiten reforzar la complicidad, disimular ante la policía y también en el desesperado intento de rescate de esos códigos morales que ya no existen.
Fecha de Publicación: 18/04/2018
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