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Mendocino pata la rastra: historia de un sobrenombre

Así nos califican muchos argentinos de otras provincias. Te contamos la historia de ese sobrenombre, su significado y si todavía somos así.

Los mendocinos del interior. Esa es una primera clasificación que debemos hacer. No estamos en el jolgorio de la capital ni en el trajín de las anchas avenidas. Aquí reinan la paz y el aire de montaña. Pero son estas características las que también nos hacen pesar otras actitudes. Por ser del interior y montañés, el mendocino es cerrado, parco y de pocas palabras. Algunos, al menos. Y las pocas palabras que dice, las menciona lentas y con pachorra. A lo largo de la historia, el mendocino ha sido definido de esta manera.

Por eso, en algún momento, a alguien se le ocurrió decirnos “mendocino pata a la rastra”. En primer lugar, debemos decir que aquí hay un juego de palabras. El mendocino arrastra la pata o pata a la rastra. Es, básicamente, una forma “graciosa” de decirnos que arrastramos la pata, o que somos lentos, o que andamos desganados, o que hablamos de forma parsimoniosa. Pero existe un por qué, o al menos, alguien intentó explicar alguna vez, una de las tantas razones que hacen que los mendocinos hablemos así.

Explicación científica

Hubo un momento de nuestra historia en que nos catalogaban “Mendocinos, pata a la rastra”. La calificación tiene que ver con lo que nos pasaba a nivel sanitario. Mendoza, con su clima seco y su ubicación lejana al mar, con la Cordillera de Los Andes de por medio, hacía que sus habitantes tuvieran una patología predominante, era el bocio en el cuello. Más precisamente, en la tiroides. La falta de yodo por no habitar suelos húmedos, provocaba esta afección a la tiroides, que traía, entre otros síntomas, una dificultad en la respiración. La tumoración en el cuello era grande y entonces proliferaban los que ostentaban coto, los cotudos, los cogotes con rollo.

Afectó a la clase política

Hubo un tiempo en que a los dirigentes del Partido Demócrata, uno de los más importantes de nuestra historia, se los conoció con el mote de “cotudos”, porque la mayoría lo eran. Es decir, padecían la enfermedad del coto, es decir, un bocio en el cuello.

Nos costaba movernos, nos costaba el baile, el canto y los pasos. Por eso la expresión “Mendocino, pata a la rastra”. Algunos estudiosos de los modos y las formas de los pueblos también ligan el concepto a nuestra costumbre de dormir la siesta. Aunque esto es algo que compartimos con los hermanos sanjuaninos, santiagueños, tucumanos y otros tantos. Lo cierto es que la calificación es acertada. Nos cuesta expresarnos, nos cuesta volcar afuera lo que tenemos adentro. Hay pueblos que son explosivos, como los cordobeses y los porteños.

Público complicado

Por todo esto, los artistas hablan de los mendocinos como un público complicado, difícil. Y no es que no nos guste lo que se presenta sobre el escenario. O que no tengamos sentido del humor. Sino que, lo que pasa, es que nos cuesta expresarlo. Nada más que eso. A lo sumo, corearemos el nombre del artista. Se escapará un “bravo” o, la típica, “oootra, oootra”. Pero nada más.

Lo gracioso de dar vuelta las letras

El mendocino pata a la rastra. Es el mendocino parsimonioso, lento y sin prisa para hablar y para andar. Pero también solemos aplicar el recurso de desordenar las palabras y las letras con otras frases como “el que te jedi”, en lugar de “el que te dije”, que es una expresión que se utiliza para referirnos a alguien que no queremos nombrar porque, seguramente, está presente en la misma reunión.

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