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Buenos Aires - - Lunes 04 De Diciembre

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Gardel y el lunfardo. Dos hermanos en el gotán de Buenos Aires

El Morocho del Abasto no fue un cantor que arremeta con lunfardismo en sus tangos, mucho menos que otras figuras del "gotán" como Tita Merello o Julio Sosa. Distinto en el habla cotidiana, el “rioba”, con los “chochamus” o la ”jaevi”.

Cómo hablamos
Carlos Gardel

Quienes conocen el mito de Carlos Gardel, menos su música, instantáneamente asocian sus tangos con la lengua popular de los porteños, el lunfardo. Que como la gauchesca elevada en el Martín Fierro, es una recreación más de escritores e intelectuales que un lenguaje del bajo fondo y prostibulario. Si bien en la fundacional “Mi noche triste” de 1917, el nacimiento del tango moderno, Gardel entonaba un “percanta que me amuraste”, haciendo gala de los días de adoquín y poniendo a la luz las voces del arrabal rioplatense, los mayores éxitos de la canción gardeliana, uno en “El día que me quieras”, presentan máximas de pureza idiomática castellana. Por otro lado cantaba Gardel, nuestro Garay fundador emocional de la porteñidad. Fue Carlitos con gestos y modos, aún en el tránsito del compadrito escondido en el smoking,  quien hizo que el lunfardo tenga el visto bueno en el salón y en el conventillo, en el Palais de Glace y en el almacén del tano, en notas periodísticas y a través de memorias de amigos. A los chochamus –muchachos- con cariño “-Francisco, gomía – amigo- de la infancia de Gardel- Bianco y su orquesta completamente en la vía –sin dinero- no saben como salir de aquí estubieron (sic) en cana-presos- en la isla 35 días”, un Zorzal poco difundido, escribiendo cartas al estilo de pibe del Abasto, ésta de 1934 en el Waldorf Astoria de New York, “es un desastre la situación pero parece que el tipo de macaneo –mentiras- mucho en fin criollos que le vamos a hacer”. De esa estirpe criolla, de sus vidas y palabras lunfardescas, en el ayer y el mañana, nació un hijo pródigo y se llamó Carlos Gardel.

 

 

Para el especialista y periodista José Gobello, fundador de la Academia Nacional del Lunfardo en 1962, el lunfardo es el lenguaje que “habla el porteño cuando comienza a entrar en confianza” El contexto urbano entonces es fundamental para comprenderlo,  el acto de la amistad y la vecindad hacen que sus términos ofrezcan sus sentidos, un banco emocional más que semántico o sintáctico –curiosamente, el término lunfardo deriva en el español del medioevo de lombardo o banco de crédito. Lejos de constituir un idioma, una lengua o un dialecto, el lunfardo es un repertorio de voces, un vocabulario de origen inmigratorio, no necesariamente del mundo del hampa, y con muchos de los componentes del criollismo gaucho, de rebeldía a un sistema, difundido en los distintos estratos sociales del pueblo y que continuamente se enriquece con nuevos aportes, más de las provincias y países limítrofes en los últimas décadas que de la principal raíz, la colectividad italiana.

“El lunfardo está muy lejos de ser un vocabulario cerrado e histórico”, sostiene el profesor Oscar Conde, “Vive, crece, se modifica en nosotros y por nosotros. Carga un valor expresivo –aún cuando se trate de palabras peyorativas y groseras- que dice más de los argentinos que diez volúmenes de sociología. Lunfardo es la mejor palabra que tenemos para describir un habla popular  detrás de la cual hay un simbólico único e intransferible. Sencillamente, se trata de las palabras que no podemos renunciar”, remataba el investigador, una sentencia que podemos verificar en el último trapero que se nos ocurra. Y fue Gardel que colaboró en consolidar este patrimonio de todos los argentinos, el lunfardo, desde los teatros polvorientos del Interior a los salones del Ritz en París.

Gardel

“Araca, ¡la jaevi!”

La lunfardesca se esparce en el último cuarto del siglo XIX, eco de los verdaderos lunfardos reos, orilleros y criminales, y en 1875 el diario de Rosario La Capital titula con un piringundín –prostíbulo o salón de baile- un razzia policial. De a poco los escritores costumbristas como Fray Mocho o Félix Lima, y los saineteros en la culmine del dramaturgo Alberto Vaccarezza –a quien Jorge Luis Borges acusaba de inventar el lunfardo- convierten en común denominador el habla de los conventillos, saliendo del ghetto del crimen, y confieren espesor social reimaginando el cocoliche, mezcolanzas de dialectos, que se escuchaba en la Buenos Aires de mil banderas.  También la identidad porteña en ciernes golpea las puertas del cielo, según la escritora Elvira Aldao, horrorizada que “en las comidas de la dorada juventud…el tema de conversación sea las mayores inmundicias, silabeada a la inversa en el lunfardo de los arrabales…turbias por no decir sucias, de la más repugnante suciedad”, asqueada de la infiltración “inmunda” en los salones aristocráticos de los diez, cuando el tango había sacado boleto ida y vuelta a la gloria del Río de la Plata a Europa, baile antes que canción.

“Era el 11 de diciembre de 1915 y cumplía 25 años –el aún desconocido y gordito Carlos Gardel; recién volvían de una gira teatral por Brasil-  Y a la noche resuelven hacer una farra. Salen cuatro personas: un maestro de porteñismo, que después fue administrador de la compañía Muiño-Alippi, de apellido Abelenda, el actor Carlos Morganti, que empezaba como partiquino, Elías Alippi, que ya era un galán considerado de prestigio, rival de Francisco Ducasse y Gardel. Y se van al Palais de Glace. Allá, un pendenciero borracho se la toma con la flacura de Alippi y empieza a molestarlo, a desafiarlo, a buscar pendencia. ¿Y quién sale a defender a Alippi? Gardel”, recordaba su amigo Edmundo Guibourg para la revista Flash en 1985, en la previa al balazo que se alojó hasta el fin en el pulmón izquierdo del cantor; distinta a la otra versión de un lío de polleras del pintón Zorzal Criollo con la mafia. La barra –amigos- enfiló al otro cabaret aristocrático, Armenonville,  siempre de acuerdo al periodista Guibourg, y pasan por Libertador y Agüero, donde los intercepta el coche de los matones, y disparos en la noche. El cirujano Donovan del Hospital Ramos Mejía se niega a extraerle el proyectil a Gardel y los amigos empiezan a desfilar en la habitación del cantor dolorido, pero milagrosamente vivo con un impacto cercano al corazón; que por lo demás nunca impidió cantar.

En la canónica biografía de Francisco García Jiménez de 1946, la anécdota venía en el recuerdo del director teatral Joaquín de Vedia, gran compinche de Gardel en el Café de los Angelitos de Rincón y Rivadavia, “-el actor Roberto- Casaux penetró, anhelante, en la habitación en penumbra. Se dirigió al bulto de la cama, barboteando alarmadas preguntas: “Carlitos, ¿estás herido? ¿dónde fue? ¿te tiraron un tiro, no? ¿Cómo te sentís?” Del bulto de la cama salieron palabras débiles, que parecían cabalísticas: “Araca-voz de alarma-…¡la Jaevi! –madre-…¡la Jaevi!...un yobaca –caballo-…¿manyás? –entender-… un yobaca”…ciertamente, nota –el actor- que estaba sentada del otro lado de la cama, doña Berta”, en el intento desesperado del hijo Carlitos de ocultar el real motivo de la internación. Y lo primero que pronunció, convaleciente, casi lengua materna que había aprendido entre cafishos –proxenetas- y verduleros, era el lunfardo “Va el canario –billete de cien pesos- del gordo giacumín –levita, rico-” sonaba entre los blancos dientes de Gardel mientras contaban los mangos –dinero- en sus tiempos del cabaret Armenonville, dúo criollista, anterior a la explosión “Mi noche triste”. O cuando el tango deja el quilombo –prostíbulo- y pinta el mundo del hombre que está solo y espera de Corrientes y Esmeralda. En la jerga callejera que habla Gardel a los cuatro vientos, el lunfardo.

 

    

“Macanudo, Viejo, macanudo”              

“Como con bronca, y junando/De rabo de ojo a un costado/Sus pasos ha encaminado/Derecho pa'l arrabal” arrancaba Carlos Gardel en “El ciruja” de 1926 de Francisco Marino y Pablo L. Gómez. Quizá sea el tango que mayores términos lunfardos contenga en todo su repertorio,  de garufa –jaranero- a -mina – mujer,  que luego popularizaría Julio Sosa en los sesenta. Los autores expresamente escribieron en el lunfardo más cerrado, lunfardo reo, pero cualquiera que lea la letra en 2021 comprende perfectamente,  cualquier piantao –loco, o simplemente porteño para Horacio Ferrer- Pero es un caso excepcional. A medida que la carrera del Morocho del Abasto acumula millas, y proyecta su aura de ídolo latinoamericano en las salas de cine, un castellano limpio barre las últimas composiciones, siendo “El día que me quieras” el paradigma, “Y al viento las campanas/dirán que ya eres mía,/y locas las fontanas/se contarán su amor” Habrá que buscar las perlas lunfardas del artista en la prensa o memorias de coetáneos, como cuando Gardel, un gran amante del box después del turf, aconsejó a su favorito Julio Mocoroa, campeón argentino pluma, en la cancha de San Lorenzo en 1931. El italiano Armando Foglia derribó al boxeador y el artista en el ringside,  “Tranquilo, petiso, respirá, no te fajés –agotar-“, un sabio consejo porque el argentino ganó la pelea por puntos. Gardel, también coach.    

“Cuando pasan seis meses ya comienza a hacerme cosquillas la nostalgia, y ya tengo ganas de “rajar” –partir- para el pago. Y como esta vez la ausencia duró catorce meses, calculen si tendría ganas de “cachar” –tomar-  el piróscafo –barco de vapor- y verme otra vez en la calle Corrientes, en Palermo, en el Hipódromo”, el regreso de Gardel a su Buenos Aires Querido el 30 de diciembre de 1932, en el diario La Nación, “un vendedor de diarios reconoce al autor de “Mano a mano” y lo saluda con el entusiasmo de su oficio, en tanto que el aludido se limita a comentar risueñamente: “¡Araca con el pibe! ¡qué no hay iguales en el mundo entero! ¡Los pibes criollos!”,  la anteúltima vez que pisó suelo argentino antes de la despedida definitiva el 5 de noviembre de 1933 en San Isidro.

Carlos Gardel

Un gran aporte de Gardel para la cultura nacional fue ampliar integracionista la connotación de criollo, porque hasta ese momento significaba descendiente de los nativos y, seguramente, el canillita era hijo de los millones de los inmigrantes arribados hasta 1930. El Morocho del Abasto era uno de los tantos bajado de los barcos, un francesito que hablaba en la lengua del Dante al uso nuestro, y en vez de au revoir gritaba niño desde los carros de fruteros arrivederci. No pocos italianos, además,  como su compadre José Razzano cultivaban el gusto gaucho en peñas y carnavales, y éste fue guitarrista en el centro criollista Los Pampeanos de Avellaneda antes de conocer a Gardel.  En la crónica de La Nación se destacaba la “verba expresiva y gráfica…argot criollo” del Zorzal, “que puede sintetizar todos los recuerdos de la reciente excursión: “¡Macanudo! ¡Viejo, Macanudo!””

Cuando en 1934 instalado el Waldorf Astoria de New York, y con un niño que lo sigue a sol y sombra, comprándole la pilcha –ropa-,  Ástor Piazzolla, los ejecutivos nerviosos norteamericanos de NBC insisten que cante en inglés, Carlitos retruca, “¡Qué pena amigos, que no puedo satisfacer sus deseos! ¡Yo sé cantar solamente en criollo!” Que se nutría del lunfardo, que va a desplazar sentidos del inmigrante al cabecita negra y, recientemente, a los nuevos migrantes y pobres, el lunfardo, la sensibilidad popular viva en los labios, siempre sonrientes bajo las alas de Carlos Gardel.

 

 

Fuentes:  Gobello, J. Gardel y el lunfardo. Buenos Aires: Academia Porteña del Lunfardo. 1999; Conde, O. Lunfardo. Un estudio sobre el habla popular de los argentinos. Buenos Aires: Taurus. 2011;  García Jiménez, F. Vida de Carlos Gardel contada por José Razzano. Buenos Aires, Corregidor. 1998 (1946).

Imágenes: Buenos Aires.gob / Télam

Fecha de Publicación: 11/12/2021

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