Yo, tu, el... y el argentino

Por Mimi Marmor Los argentinos tenemos una cultura llena de valores positivos y admirables. Demostramos ser solidarios y empáticos. Nunca dudamos en sumar esfuerzos brindando apoyo y ayuda. Valoramos y apreciamos la amistad y la familia. Siempre encontramos la excusa para una juntada o celebración con los seres queridos. Somos integradores por naturaleza: recibimos con generosidad a ciudadanos de todo el mundo, y pese a las bromas y "cargadas", incluímos con pocas y lamentables excepciones de discriminación. Hoy siento que pese a toda esa carga positiva y edificante, estamos incubando un enemigo interno destructivo e implacable: la intolerancia. No sé cuando nos ocurrió, pero empezamos a separarnos en bandas por ideologías, radicalizando  las posturas sin lugar al pluralismo. El que piensa diferente es tu enemigo. Y esto pasa con los temas más variados: feminismo, aborto, iglesia, política... Quizá el caldo de cultivo sea más notorio en las redes sociales: si alguien publica su modo de pensar, quien no está de acuerdo se siente con el absoluto derecho de expresarse a través del insulto y la agresión, generando a su vez respuestas más subidas de tono, que se van desconectando del tema a tratar, para transformarse en una bola de nieve de violencia generadora de discordia y rencores. Desde cuándo no tenemos la madurez de aceptar una visión diferente, otro modo de sentir? Qué nos hizo perder la inteligencia de asimilar la variedad para abordar la realidad compartida? No sé si es una impresión mía, pero veo que los debates generadores de transformaciones sociales y culturales, en vez de enriquecernos con intercambios de ideas y proyectos, nos transforman en salvajes barra- bravas de un absurdo partido de fútbol sin reglas ni copas. Estaría bueno reencontrar dentro nuestro ese espacio de reconciliación, la escencia de compatriotas para evitar distanciamientos obsoletos. Ya lo decía el Martín Fierro sobre los hermanos: "si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera"...