Si bien ya lleva un tiempo sucediendo, me cuesta entender por qué los argentinos sentimos tanto desprecio por los ancianos. Es verdad, doy fe, que con el tiempo las personas se van volviendo más intolerantes y más reaccionarias y, perdón el eufemismo, más hinchapelotas. Pero no les decimos “reaccionario de mierda” o “intolerante de mierda” o “hinchapelotas de mierda”. No. Les decimos, lisa y llanamente, “viejo de mierda”. ¿Por qué?
Es un tema que admite muchos lugares por donde abordarlo, así que lo vamos a intentar. En primer lugar, me gustaría destacar que cuando yo era chico (hace mucho, pero no tanto, estoy camino a ser considerado un viejo de mierda pero todavía me quedan un par de añitos) era muy común que las familias vivieran con algún anciano. Casi todos mis amigos del colegio vivían con sus padres, hermanos y algún abuelo. En mi caso en particular, no vivíamos literalmente con él, pero sí en el mismo edificio, a solo dos pisos de distancia. Venía a visitarnos casi todos los días y cenaba con nosotros tres o cuatro veces por semana. Para mí era algo completamente natural, pero con el tiempo fui notando que para mi papá era una especie de carga. Pasó el tiempo y la vida, como suele ocurrir, me pasó una factura. Mi papá tuvo un ACV (igual que su papá) del que no se pudo recuperar nunca. Después del ataque vivió solo dos años, de los cuales pasó uno en un geriátrico. La composición familiar era distinta: mi mamá (de quien estaba separado) todavía vivía con mi hermana y mi hermano y yo cada uno por su lado. Nadie se pudo hacer cargo. Algunos días todavía me lo reprocho. Es uno de los dolores más profundos que siento.
Pero volvamos a lo de “viejo de mierda”. Es un insulto irracional (quizás todos los insultos lo sean). Pero este aún más: en primer lugar, todos vamos a ser viejos. Decirle hoy “viejo de mierda” a alguien que comete un acto de torpeza por el achaque de los años es comprarse el ticket para recibir el mismo trato cuando nos toque. Y, por otro lado, ¿qué hizo esa persona para ser vieja? Nada, solo sobrevivir y aguantar. No maltratemos a nuestros viejos. No se lo merecen. Es decir, nadie se merece el maltrato, pero los débiles menos. Y en esta sociedad horrenda que supimos construir, no se me ocurre nadie más débil que un anciano.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.