Somos el mejor país del mundo: a menudo escuchamos esa frase. En la tele, en la radio, en la calle, en las redes. Pero, lejos de ser una muestra de exceso de amor propio, la frase se utiliza, en general, para marcar aquellas cosas insólitas, únicas, que solo suceden en Argentina. Lo bizarro, lo inesperado, lo absurdo. La viveza criolla: la buena y la mala.
Pero, también, en el fondo estamos convencidos de que realmente somos el mejor país del mundo. Tal vez no lo diríamos así, en voz alta, con su sentido literal, pero en algún lugar de nuestro corazón realmente lo sentimos. Aunque la mayor parte del tiempo reneguemos y lo critiquemos, estamos orgullosos de ser argentinos. Orgullosos de nuestra tierra, de nuestra gente, de nuestros talentos, de nuestras costumbres. De todo aquello que nos hace lo que somos.
¿Somos el mejor país del mundo? Tal vez no, pero está bien que así lo creamos. Y que intentemos mejorar, avanzar, crecer. Tenemos el potencial. Quizás no seamos el mejor país del mundo, pero tenemos muchas cosas buenas que nos pueden impulsar a que, algún día, podamos ser un país de gente feliz, que es lo que importa.
Hoy resulta que es lo mismo
"Cambalache", de Enrique Santos Discepolo
Ser derecho que traidor
Ignorante, sabio, chorro
Generoso o estafador
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
Que un gran profesor
No hay aplazaos ni escalafón
Los ignorantes nos han igualao
Si uno vive en la impostura
Y otro roba en su ambición
Da lo mismo que sea cura
Colchonero, Rey de Bastos
Caradura o polizón
Licenciada en Comunicación Social y correctora. Nacida y criada en el oeste del conurbano bonaerense. Sagitariana, vegetariana, crossfitera y viajera. Estoy convencida de que, con las palabras, podemos hacer magia. Pasen y lean.