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Si viniste de Bariloche, sos la peste

Esa es la consideración que tenemos los mendocinos sobre los que vuelven de haber estado de vacaciones en Bariloche.

Entre la envidia que generan en los que se quedaron, y la posibilidad de que hayan contraído COVID-19, toda persona que retorna a Mendoza desde Bariloche es mal mirada. Nos cruzamos de vereda y evitamos cualquier juntada. Argumentamos las situaciones más ocurrentes con tal de evadirlos. Bariloche se transformó en el verdadero infierno, desde donde vienen los demonios del coronavirus.

Bariló, Bariló, no’ vamo’ a Bariló

La confirmación de que, finalmente, se podría salir de vacaciones por la Argentina llenó de alegría a muchos mendocinos que habían trabajado durante el año o se habían estresado por la imposibilidad de trabajar. En cualquier caso, buscaron un destino para pasar algunos días de descanso. Algunos lo hicieron adentro de Mendoza, en destinos como San Rafael, Valle de Uco o alta montaña. Otros cruzaron los límites provinciales y llegaron hasta San Luis o Córdoba. Los más osados hicieron más de 1.300 kilómetros para ver el mar.

Pero hubo un destino que picó en punta y se puso de moda, de un momento hacia el otro. De repente, todos los mendocinos estaban programando viajes hacia Bariloche. En realidad, a Bariloche, Villa La Angostura, San Martín de Los Andes y todas las localidades que conforman ese paraíso natural. Familias, amigos, conocidos o viajeros solitarios. El 50% de la gente que salió de Mendoza lo hizo con destino final de Bariloche, estimativamente.

Poco importaron los protocolos y las advertencias sobre las posibilidades de contagio. Es que, si uno se cuida, reduce significativamente la chance de contraer COVID-19. Pero ese es el tema, la conciencia de quien viaja. La responsabilidad de decirle que no a una juntada multitudinaria y preferir tomarse un mate, solitariamente, en algún bosque sureño.

Alarma COVID-19

Los que se quedaron hablaban a la distancia con los que se fueron. Mensajes de texto, whatsapp y llamadas. “¿Cómo estás?”, “¿cómo la están pasando?”, eran las preguntas típicas. Pero, rápidamente, venía la pregunta letal: “¿Cómo está el coronavirus allá, se han contagiado?”. Y ahí la respuesta podía ser verdadera o falsa. Si el diálogo era entre padres de Mendoza con hijos que se fueron a Bariloche, la respuesta era falsa. Si se habían contagiado, no se decía la verdad. En cambio, si el diálogo era entre pares, afloraba la verdad.

Pero la realidad es la única verdad, dicen. Las estadísticas y las informaciones que llegaban desde el sur no eran alentadoras. Cientos de infectados diarios. El empeoramiento era inevitable. Entonces empezaban las advertencias: “Che, cuando vuelvas, mejor quédate en la casa de tus amigos, por las dudas, haciendo cuarentena”. Comenzó la discriminación. Algunos le negaron, literalmente, la entrada a su casa propia. Incluso, cuando no había un resultado positivo de análisis. Pero, por las dudas, nadie quería juntarse con esa gente.

Así se ha vivido, y se sigue viviendo, en Mendoza el coronavirus. Con pocos casos, pero sabiendo que, de a poco, van aumentando, en la medida en que van llegando los viajantes. Pero este fenómeno sólo se cumple con los que llegan desde el sur. Los de la costa no son mirados con los mismos ojos.

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