Sospecho que ignorar el semáforo es un fenómeno que se dio siempre, pero desde que tengo un hijo y ando por la vida empujando un cochecito, lo empecé a notar con más fuerza. Me refiero a que es impresionante la manera en la que ignoramos el semáforo. Ni hablar de los cruces en los que no hay semáforo y lo que tenemos que respetar es el derecho formal, ya sea del peatón o del que viene por la derecha. ¿Por qué ponemos nuestra vida –y la de los otros− en riesgo de esa manera? ¿Qué nos pasa?
Una de las cosas que más me sorprendió de mi estadía en India fue una especie de ley implícita muy extraña. La mayoría de las rutas tienen una mano de ida y una de vuelta. No hay banquina ni costadito ni nada: cuando termina el asfalto empieza el pasto. Y a veces son un poco angostas. Entonces, cuando vas por la ruta y de frente viene un camión o un colectivo, hay que morder un poco el pasto porque los dos juntos no pasamos. ¿Cuál es la “ley”? Que se baja el más chico. Si vas en auto y en frente viene una camioneta, te corrés vos. Si vas en camioneta y viene un camión, se corre la camioneta. Pero un día pasó lo inevitable: iba en un micro y de frente venía otro micro. ¿Qué pasó? Lo más insólito que vi en mi vida: los dos micros bajaron un poquito cada uno. No entiendo cómo no hay 200 muertos por día.
¿Y por casa cómo andamos? ¿Semáforo sí o no?
Cuando volví a Argentina, me sentí muy contento y seguro de vivir en un país más “lógico”. Pero ahora me lo replanteo un poco. En Buenos Aires (no quiero generalizar), el paso es del más grande. Si voy caminando, el auto se me tira encima. Si voy en auto, el bondi no me deja pasar. Todavía no tuve la experiencia de manejar un bondi, pero sospecho que tendría que dejar pasar al camión de basura. Y así.
El tráfico, como tantas otras cosas, tendría que estar ordenado de manera tal que se proteja al más débil. Si no, es la ley de la selva. Pero cuando me pongo a pensar que los impuestos también deberían funcionar con esa lógica y los evasores más grandes son los más ricos, me entristezco un poco y me convenzo de que mejor dejo pasar a ese auto maleducado antes de tener que ir a la guardia a que me enyesen una pierna.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.