En la historia oficial se admite cada vez más la decisiva participación de las mujeres, en los hechos que definieron un país. Las Guerras de la Independencia. Las luchas sociales de las sufragistas en las primeras décadas. El triunfo de la democracia cobijado en los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Ellas fueron partícipes necesarias del resquebrajamiento de la cruenta dictadura, acarreando el dolor y angustia de hijos, nietos y compañeras desaparecidas. Las legendarias marchas de los jueves iniciadas el sábado 30 de abril de 1977, a las tres y media de la tarde, alrededor de la pirámide de Mayo, que enlazaba las luchas por derechos humanos de 1810 y 1945, se erigieron en un símbolo mundial de resistencia contra la opresión, y a favor de justicia por los crímenes de lesa humanidad en cualquier rincón del planeta. Sea ideología que sea. Al menos en las primera parte heroica de Esther Ballestrino, Azucena Villaflor y María Ponce de Bianco, fundadoras y desaparecidas por el grupo de tareas militar genocida a cargo de Alfredo Astiz. La reconstrucción de la década iniciática de la agrupación base, Madres de Plaza de Mayo, obliga a tal afirmación aunque, como bien aclarara Hebe de Bonafini en la revista “El Porteño”, octubre de 1984, “nunca pretendimos estar muy adentro del tablero político. Lo que hacemos es política pura, pero no tenemos otras pretensiones que la de encontrar a nuestros hijos”. O cuando la política trabaja a favor de la vida.
“Las Madres y Abuelas, que unieron rituales domésticos y escenarios públicos, dieron nuevos significados al tránsito entre la casa y la plaza”, comentaba la socióloga Dora Barrancos de la importancia de la agrupación nacida en los años de plomo, sin ningún tipo de experiencia política –aunque, como bien señala Barrancos, es una afirmación limitada ya que las familias de los desaparecidos emergían de la muy politizada realidad de los setenta, de hecho Villaflor tenía una amplia experiencia sindical en el ala combativa. Varios de los hijos buscados eran activos militantes políticos, por cierto. Además, utilizar la figura de la madre también puede observarse como una inteligentísima estrategia política ante la mentalidad patriarcal y reaccionaria de los militares. Estas verdaderas paridoras del movimiento verde, con el cual comparten la intransigencia y el emponderamiento femenino, eran en su mayoría amas de casa que a principios de 1977 recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron sin hombres ni maridos en las siniestras morgues. Mientras Rodolfo Walsh escribía el 24 de marzo en la clandestinidad, un año después del golpe que derrocó a la presidente Martínez de Perón, “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”, y desaparecía el día siguiente, las madres que preguntaban por sus hijos e hijas a jueces y comisarios, ministros y curas, tuvieron la voluntad de congregarse, hermanarse. A enviarse mensajes secretos en ovillos de lana, datos improbables en un callejón sin salida. Alentadas por Villaflor y Ballestrino, una paraguaya que huía de la dictadura en su tierra, decidieron que la mejor estrategia era visibilizar el reclamo y, de paso, ocupar un prohibido espacio público, desafiando a los viles sabuesos y falcones verdes.
Eran catorce mujeres
“Resolvimos ir la primera vez, fue un 30 de abril, éramos muy poquitas y hasta hicimos antesala en el Ministerio del Interior –al frente del nefasto Albano Harguindeguy- para invitar a otros padres…esa primera vez fue un sábado pero nos dimos cuenta de que ir un sábado era tonto, no iba nadie a la plaza. Después decidimos que fuera los viernes, pero una madre dijo que era día de brujas…y bueno, acordamos los jueves. Llegó un momento en que éramos muchas para estar sentadas en un banco. La policía nos desalojaba porque ya era una especie de manifestación y nos decía que no podíamos estar allí, que debíamos circular, y así empezó nuestra ronda en la plaza. Tuvimos muchos problemas, nos llevaron detenidas muchas veces, pero seguimos…empezamos catorce y hoy tenemos 2500 madres asociadas”, destacaba Bonfini en octubre de 1982 a la revista Humor, en la primera entrevista realizada por un medio masivo, con la firma de Mona Moncalvillo y las fotos de Eduardo Grossman. Hasta este momento las Locas de Plaza de Mayo o Las Subversivas de la Plaza estaban entre prohibidas e ignoradas por los grandes medios locales, y los partidos políticos mayoritarios. Sin embargo acumulaban una notable cantidad de notas en la prensa extranjera, no difundidas en Argentina, comenzando por la prensa holandesa, que se interesó vivamente por el inusitado plan sistemático de aniquilación, en pos de un rediseño social y económico.
“Quiero aclarar que a nosotras no nos gustaba ni nos gusta que le llamen ronda…la ronda es rondar sobre lo mismo, pero marchar es marchar hacia algo”, advertía Bonafini en 1988 durante la primera vez que la líder de Madres de Plaza de Mayo realizaba una crónica. Allí volvía a los meses del 77, cuando interrumpían las visitas de funcionarios norteamericanos reclamando por sus desaparecidos, en plena vía pública, y la histórica peregrinación a Luján de octubre, en la cual para identificarse se colocaron por primera vez los pañuelos, en verdad los pañales de los hijos. Reclamaron ante la impasividad de la curia por el paradero de los perseguidos políticos, al igual que lo harían en La Plata en noviembre, difundiendo entre los jóvenes concentrados para festejar el Mundial que se venía, lo que pasaba en los campos clandestinos de detención, las fosas comunes y los cuerpos flotando en el Río de la Plata. El genocida gobernador Ibérico Saint Jean, aquel de la frase reproducida en la prensa internacional de 1977, “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”, instó al Ejecutivo de facto a tomar represalias. Que ya estaban en marcha con el infiltrado Astiz, que se hizo pasar por hermano de un desaparecido, en la Iglesia de Santa Cruz en el barrio de San Cristóbal, y organizó el secuestro y desaparición en diciembre de Ballestrino –que había recuperado a su hija pero seguía militando-, Villafor, de Bianco, la monja francesa Alice Domon y ochos personas más. “Las tres mejores madres, Ballestrino, Villaflor y de Bianco”, repiten las continuadoras de 2022. Ocurría el mismo día que salía una solicitada de Madres de Plaza de Mayo en algunos pocos diarios, entre ellos el Herald, y que se animaba a reclamar por el destino de miles de argentinos. “Todos los desaparecidos son nuestros hijos” dijo el día anterior al secuestro Azucena, a quien no convencieron que huya ante el inminente secuestro y muerte segura –su cuerpo fue de los primeros que se reconocieron en las playas bonaerenses por los servicios secretos de las potencias, aunque los norteamericanos ocultaron la información hasta 2002.
Vino el Mundial 78, tapándolo todo, y ellas continuaban con sus marchas en la Plaza de Mayo, que llamaron la atención de más periodistas extranjeros, en especial el día que le gritaron “Alto” y ellas respondieron “Fuego”, ante el desconcierto de los represores. Viajarían a Europa informando la situación calamitosa, el deterioro económico, el miedo en las calles, y en 1979, pese al hostigamiento consabido de los militares y figuras de los medios de comunicación, pudieron entregar un informe de miles de páginas a la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos. Si bien el reporte de los observadores internacionales fue lapidario con el régimen, nadie lo conocería puertas adentro hasta el retorno la democracia. Ese año, gracias a los aportes de organismos internacionales de derechos humanos, se constituye Madres de Plaza de Mayo, un 22 de agosto –fecha de la Masacre de Trelew de 1972-, y en 1980, adquirirían un local en la calle Hipólito Yrigoyen al 1400 –a una cuadra de la actual sede. Eran tiempos que decían que se reunían en la Confitería Las Rosas y organizaban las nuevas acciones en la Confitería Las Violetas de Almagro. El 5 de diciembre de 1980 publican un documento, dentro de un flamante boletín con las únicas noticias que circulaba –limitado- sobre las causas de las desapariciones, y aparece el lema, “Aparición con vida” , enfrentadas a otras voces de los derechos humanos, como las del Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, que en Europa hablaba de considerar a sus hijos como muertos.
“La gente que nos dice Locas es la que hoy quiere que se termine”
Acrecientan la actividad entre 1981 y 1982, organizando de las primeras concentraciones en Plaza de Mayo, ayunando varias veces, y ganándose la antipatía de los exaltados influidos por la arenga nacionalista de abril de 1982, “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también” Pocos partidos políticos abren la puerta en el proceso a las elecciones de 1983, los justicialistas por haber sido parte de la represión –las Madres de Plaza de Mayo investigan y recaban datos desde las desapariciones de 1974, perpetradas por la Triple A, y amparadas por el peronismo y el sindicalismo-, y los radicales, que tenían una visión distinta a la búsqueda de justicia que proponían las luchadoras sociales “No queremos listas de nuestros hijos muertos sino listas de los militares asesinos” rebatían a la propuesta de la CONADEP - Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas-, un equipo ad hoc de notables impuestos por el alfonsinismo, y proponían una comisión bicameral y un modelo de juicios de la verdad –que se terminarían instaurando en los dos mil. “Nosotros tenemos el arma más poderosa que es el verdad, con las que ellos no cuenta; y es con la que nos defendemos y peleamos en todo momento”, remataba Bonafini en aquella entrevista histórica de 1982, acotando que “en la época de peor represión…la Catedral nos cerraba las puertas para que no nos pudiésemos guarecer allí”
“Nosotras no estamos de acuerdo con reclamar justicia sin castigo a todos los responsables” se convirtió en la diferencia de fondo que opondría a las Madres de Plaza de Mayo con el presidente Alfonsín, desde el Juicio a las Juntas a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (1986-88) “Un punto final que empezó mucho antes porque apenas asumió Alfonsín nos envió telegramas informando que nuestros hijos estaban en tal o cual cementerio”, recordaba Bonafini. Una situación de oposición que se agudizaría con los indultos del presidente Menem, tomando Madres de Plaza de Mayo una postura no partidaria, pero encendidamente contradictora de la “miseria planificada” que denunciaba Walsh en 1977.
“La gente que nos dice Locas es la que hoy quiere que se termine con un informe final”, replicaba la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Bonafini, dos hijos y una nuera desaparecidos, en la nota de 1984 en “El Porteño” a María Eugenia Estenssoro, “Y para nosotras la lucha por la vida empieza todas las mañanas. Es una lucha intransigente, sí; intransigente, pero dentro de la ética y la moral absoluta. Es la única manera de que la Argentina vuelva a ser un país de respeto, dignidad y libertad. Y nos están naciendo muchos hijos” En frases retomadas por Osvaldo Soriano en 1997, “mientras la voz de un joven se eleve contra los poderosos, allí estarán las Madres de Plaza de Mayo: sembrando ideales y entregando la vida”
Fuentes: Historia de las Madres de Plaza de Mayo. Buenos Aires: Editorial Página/12. 1997; Moncalvillo, M. Hebe P. de Bonafini. Entrevista en revista Humor. Nro. 92. Octubre 1982. Buenos Aires; Estenssoro, M. E. Las están enloqueciendo en revista El Porteño. Año III Nro. 34 Octubre de 1984. Buenos Aires; La historia de las Madres de Plaza de Mayo: érase una vez catorce mujeres en Lavaca.org
Imágenes: Télam
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.