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Los primeros fríos según el Vizconde de Lascano Tegui

Sentado en la misma mesa de Pablo Picasso y Jorge Luis Borges, es otra de las enormes figuras marginales de la maravillosa Buenos Aires de principios de siglo. Que iluminó desde el cul-de-sac de la sociedad y las instituciones.

Así somos
Vizconde de Lascano Tegui

En tiempos que los radares militares restriegan las canciones de un cantautor rosarino con brillos hollywoodenses, la cultura argentina opaca otras zonas un poco más profundas. Menos radiables y confortables, “amorales” dirían sus contemporáneos que lo venerarían, como Macedonio Fernández y Norah Lange, o defenestrarían por sus “versos artificiales”, Adolfo Bioy Casares. Otros como Borges, mirarían detrás de las cortinas, al magnánimo Vizconde de Lascano Tegui. Que de nobiliario no poseía nada el entrerriano. Sí de cometa Halley, veloz y luminoso, que surcó la marginada aldea sudamericana que mutaba a metrópoli. Incendió a su paso donde estuvo, desde El Cairo a Los Ángeles, y falleció casi olvidado en Villa Crespo en los sesenta. Hermano de alma de Omar Viñole, el dadaísta desaforado de la vaca atada que anticipó el perfomance y el happening, “pan de los peregrinos”, el Vizconde es un precursor de precursores del arte argentino y mundial.

A mediados de los cuarenta, jubilado del trabajo diplomático en Estados Unidos, donde pintó murales como en Venezuela, el escritor y artista Lascano Tegui regresó al país a participar profusamente en la prensa. Letras que empezaron en “La sombra de la Empusa” (1910), un libro que solito anticipó  toda la vanguardia martinfierrista.  “Abracadabrante” definía despectivo Leopoldo Lugones a versos que habían sido compuestos en África e Italia hacia 1908, tiempos que Emilio Lascano Tegui, nacido el 19 de mayo de 1887 en Concepción del Uruguay, traducía para la Oficina de Correos. “Viejas caducas, sumisas/polvo de congregaciones/que numeran los sermones/; y las peregrinaciones/y que han perdido las risas/a la sombra de las misas:/ hostia!” en “Al aquelarre”, uno de los versos que lo ligaban a Baudelaire y a nuestro José Hernández. Del poeta del “Martín Fierro” había aprendido los octasílabos que lo convirtieron en un poderoso orador-payador en los mitines de la Unión Cívica Radical proscripta hasta 1914. Regresaría a Europa, harto del conservadorismo de los correligionarios, aunque Marcelo T. de Alvear ayudó bastante en París a que Lascano Tegui exponga junto a Picasso y la crema vanguardista, en medio de la Primera Guerra Mundial -artistas europeos a quienes el Vizconde ayudó luego con generosidad- y, más tarde Don Marcelo, dándole un rango menor diplomático.   

El amor después del amor

“De la elegancia mientras se duerme” de 1925 quizá sea su opúsculo mayor, aún indigerido por la crítica nacional, si bien a fines de los noventa la reedición por la local editorial Simurg provocó aclamadas traducciones en Alemania y Francia. La historia en cortocircuito de un joven con bordes de asesino por el “arte”, recuerdo de Lascano Tegui de la Belle Époque, los decadentes franceses y los sudamericanos locos, aún clama de lectores atentos. Parecidos a Silvina Ocampo y Borges pero ellos con los versos de “Muchacho de San Telmo” (1944) del Vizconde, que recitaban de memoria para disgusto de Adolfito Bioy Casares. Para ese entonces era una sombra para la elite cultural y fue la prensa masiva quien lo acogió con la manos abiertas, en populares medios como El Hogar o Patoruzú.  Este tramo periodístico preponderante, que no resultaba extraña a quien solía colaborar con medios internacionales desde los diez, cuando se puso antojadizo el “Vizconde” para impresionar a una rancia dama europea, incidió aún más en su fuera de cuadro, a pesar de que escribía poesía y prosa a cataratas. O tal vez algunas líneas del calibre de “como una consecuencia a la carencia de obra original, la América Latina, ese continente de monos que plagia toda la obra europea de las últimas 24 horas, carece de críticos y de crítica. Uno publica libros inútilmente, pues no halla conceptos. No hay jueces sino comisorios de policía criollos que dan su fallo con la vista puesta en las recompensas municipales al molesto talento literario…pienso ir a Buenos Aires y editarlos porque tengo la plata, antes que el papel sea muy caro y la plata no valga nada (sic)…anuncio de algo que estoy preparando con el título afectuoso: “La América está mal habitada” (doble sic). Y es cuanto tengo, desganadamente, para decir”, cerraba el autor de miles de obras y artículos, centenares perdidos en un lamentable naufragio en 1944, otros en la desidia después de su muerte, entre ellos, “Vía Láctea de polillas”, “Cuando la plata era señorita” y “Mujeres detrás de un novio” Se conocen solamente los títulos, tan Viñole o Federico Peralta Ramos además, registrado en el testamento. “Tengo la pretensión de no repetirme nunca, no pedir prestado a glorias ajenas, de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga caro” aparecía en el mismo texto de la cita anterior, entregado a la revista española Saeta en 1941. Acá no se puede vivir de amor, Vizconde.

Hubo un tiempo que fue hermoso

Para fines de los cuarenta el Vizconde de Lascano Tegui emergió en inesperado continuador de las aguafuertes de Roberto Arlt. Con la enorme diferencia que los cambios en usos, costumbres y lenguas, nuevas vidas de urbanitas y -in-sensibilidades de los porteños, en el caso del escritor trotamundos no portaban el peso trágico y acusador del autor de “Los siete locos”.  Quizá por cierto barniz dandy, algo proustiano, el Vizconde prefería habitar la memoria y la cotidianeidad con amabilidad, sin condenar el progreso y sus horrores. Un fragmento de “Los primeros fríos” en la revista de Dante Quinterno, Patoruzú en 1949, vuelven a la época preurbana con la delicadeza y el asombro, sin mezquinar la crítica, de un Marcel Proust del Río de la Plata. Es tiempo de recobrar al Vizconde.

Hubo una época en que el hombre pulsó de más de cerca la naturaleza y el ir y el venir de las estaciones. Acudió a su cita…en ese entonces sí que era el verano y era el invierno, y no esta deshumanización de las estaciones…¿Quién apunta en su libro íntimo- o le dice enternecido a su familiar-: “hoy he encontrado la primera violeta de este invierno”?...Nadie. Los que van al campo, van a jugar al golf, los que van al mar, sólo llegan a la playa…

El año carece hoy de acontecimientos trascendentales. ¿Quién dice ahora: “hoy he tomado el primer baño frío”? Nadie, pues nos bañamos todos los días con un agua templada, a placer. ¿Quién dice ahora: “anoche cayó la primera helada”? ¿Quién dice ahora: “ha muerto la última rosa del jardín”, si las rosas no están en los jardínes sino en los invernáculos y en casa de las floristas entre sobretodos de papel de seda? ¿Quién dirá: ¿hoy ha caído la primera nieve?...Nadie. No es de nuestra latitud la nieve. No conocemos ese día de bodas en que el traje de la novia de la tarde, con su cola larga, luce sobre los campos, en la noche estrellada.

El hombre ha crecido y ha perdido el encanto infantil del niño que conoce y goza de la sorpresa y de lo sobrenatural o es un bicho de cestos de la ciudad, ciego e insensible, que sólo sabe darse vuelta dentro del ataúd de su departamento, bajar encajonado en el ascensor o trasladarse a otro agujero de incognito, en la lanzadera de un tranvía subterráneo. Una espesa capa asfáltica, cementosa, metálica, lo envuelve y protege o lo inhibe. Carece de ese susurro que compartía otrora con su hermana lobo y su hermana agua, con su hermana rosa”

 

Fuente: Lascano Tegui, V. Mis queridas se murieron. Buenos Aires: Ediciones Simurg. 1997.

Imagen: Twitter

Fecha de Publicación: 19/05/2023

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