¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónPor la cercanía geográfica, los mendocinos tenemos lazos muy estrechos con Chile. De hecho, el paso más importante entre Argentina y ese país está en nuestra provincia. Esa estrechez ha hecho que nuestra cultura sea compartida en muchos aspectos, con gran parte de nuestras raíces en común. Algunas costumbres y comidas son compartidas, como el arrope o el chancho en piedra. Tan cercana es nuestra relación que gran parte del resto de los argentinos considera que hablamos de forma parecida a los chilenos, algo que a nosotros nos enfurece y consideramos que no es cierto. Todos estos puntos de contacto se ven potenciados por las visitas y los viajes recurrentes de chilenos hacia Mendoza, y de mendocinos hacia Chile. Más precisamente, hacia sus playas.
Llega el verano y los mendocinos ya empezamos a mirar los precios de los alquileres en las playas de Reñaca, Viña del Mar o La Serena. El número no varía de un año para el otro, pero el cambio sí. Del otro lado de la Cordillera, la economía es bastante estable, pero de este lado no. Entonces empiezan los cálculos. Lo que pagamos de más en el alquiler lo ahorramos en nafta, en comparación a unas vacaciones en la costa atlántica. O, también, se especula con los gastos diarios. Si nos llevamos una carga de alimentos no perecederos o envasados al vacío desde Mendoza, entonces allá no vamos a gastar mucho y nos puede salir un poco más barato. Es toda una obra de ingeniería la que se hace cuando se calculan unas vacaciones en Chile.
Otro punto a tener en cuenta son las largas horas de espera en la aduana. Algo que hemos explicado largo y tendido en este link, pero que, básicamente, se trata de trámites y burocracia que nos consume, como mínimo, una hora. Pero, como máximo, ocho.
Para este momento los mendocinos nos preparamos psicológica y físicamente. Desde lo psicológico vamos mentalizados en que tendremos que hacer colas largas, encerrados en el auto. Desde lo físico, llevamos abrigo, dinero, bebidas y comida, para satisfacer cualquier necesidad que pueda surgir.
Una vez en destino, lo primero que hacemos es dejar las cosas en el departamento y salir disparados a las playas, a tocar la arena y el agua del mar. Y es en ese momento (en condiciones fuera de la pandemia) en que nos preguntamos si valió la pena hacer el viaje hasta allá. No porque el agua y el mar no sean espectaculares. Sino porque en un radio de 50 metros encontramos, al menos, a 3 personas conocidas.
Es que son muchos los mendocinos que van, y las playas son bastante reducidas. Por eso terminamos encontrándonos todos con todos. Y el planteo es lógico, tal vez nos convenía quedarnos en casa, para descansar del resto de la gente porque, al final, haciendo 400 kilómetros, nos encontramos con los mismos que vemos habitualmente en Mendoza.
Habitualmente criticado. En Reñaca, Viña del Mar y cualquier playa de la región central de Chile, el mar es helado. No frío, helado. Cala los huesos. Si te metes de a poco, no entrás más. En cuanto te llegó el agua a las rodillas, te salís. Hay que hacer la gran Usain Bolt, y correr desesperadamente hasta quedar completamente tapados por agua.
En cambio, si nuestro destino son las playas del norte como La Serena o Guanaqueros, la cosa cambia. El agua es más templada y las vacaciones se pueden disfrutar más. De todas formas, ante el poco mar que vemos los mendocinos en nuestras vidas, cualquiera que tengamos en frente será digno de bañar nuestro cuerpo.
Fecha de Publicación: 04/12/2020
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