Ya lo dije en esta nota (y ya que estamos, pueden ver la primera de la serie haciendo click acá): considero al movimiento feminista el más fuerte y más rupturista de todos los movimientos contraculturales que se están dando en esta bendita época que nos toca vivir. A mi entender, el proceso que estamos viviendo los argentinos desde hace tres años nos está haciendo involucionar en prácticamente todos los aspectos de la vida, salvo en el de los derechos de las mujeres. Y eso es gracias la militancia y la lucha incansable que están llevando a cabo las compañeras.
Analizándolo un poco más, creo que lo están logrando porque consiguieron la fuerza que aporta la unión. Ningún otro movimiento es tan transversal como el feminismo: trasciende (incluyendo) a todas las ideologías, las clases sociales, las afiliaciones políticas, los niveles educativos, los lugares de residencia. Hay feministas en barrios de emergencia y en barrios cerrados, las hay peronistas, radicales, de los partidos llamados “de izquierda” (si es que algo significa esa palabra en el siglo XXI) y “de derecha” (ídem), las hay doctoras en antropología y mujeres que no terminaron la primaria. Hasta está empezando a expandirse en comunidades originarias.
De hecho, una de las cosas que más les valoro es cómo dirimen las diferencias internas. Tengo la suerte de conocer a muchas militantes feministas, por lo que a veces me llega información “de adentro”, es por eso que puedo dar fe de que ellas siempre están muy preocupadas porque las diferencias internas no rompan el lazo general que tanto les costó amarrar. ¿Tienen diferencias? Muchísimas. Pero son muy conscientes de que lo que hay en frente es peor. Entonces, sabiendo que parten de una base en común (lo cual no es poco), puertas adentro se matan, pero puertas afuera son un bloque. Creo que algunos partidos políticos deberían aprender un poco de esta enseñanza. El chiquitaje y la pelea intestina solo favorece al adversario. Si entre nosotros nos peleamos, nos devoran los de afuera. Y ya demostraron que siempre andan con hambre.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.