¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
Fue un chiste y pasó hace veinte años. Así comenzó todo, como un chiste radiofónico. Estábamos con Pepo Sanzano en la radio, haciendo nuestras primeras cosas, recién nos conocíamos y de golpe salió de lo Teté, el personaje que a través de su apodo (las dos T) encarnaba la síntesis del Tandilero Típico.
Así empezó. Con un personaje, digamos. Como empieza casi todo chiste. Hay un tipo que crea un personaje de voz muy potente, cascada, bastante cascarrabias, un viejo algo mal llevado, un tipo de barrio, esquemático y enfermo de nostalgia. Enamorado de su Tandil. Esa fue la base. Estábamos, si mal no recuerdo, en la radio donde arrancamos, en Nova Latina. Ahí nació Teté y de ese personaje salió el chiste de la Peña El Atraso.
Ahora bien, ¿cuándo un chiste empieza a dejar de serlo? Cuando eso que uno enuncia como chiste en los otros encubre otra dimensión: la genuinidad de que eso que se profiere como un chiste es realmente lo que se piensa. Ahí, en ese punto, la cosa empezó a ponerse incontrolable. Si bien sabemos que no hay chiste inocente, que si uno despotrica contra los turistas, exageradamente, caricaturalmente, es porque muy en el fondo los turistas le hínchan la pelotas, también sabemos el límite del chiste: el turismo le hizo bien a la ciudad. Revivió una industria, trajo ideas nuevas, emprendimientos novedosos y, sobre todo, dinero y fuentes de trabajo.
Pero claro, un día nació la Peña El Atraso y al poco tiempo nomás a Teté, que como casi todo buen vecino tradicionalista detestaba la invasión del turista, la pérdida del territorio, se le ocurrió inventar eso del submarino anti turista en el Dique. Era el año 2003 o 2004. Imaginen: todavía el turismo no había explotado en la dimensión actual, pero ya empezaba a modificar los usos y costumbres de la ciudad. Al submarino podían ir todos aquellos que, por ejemplo en Semana Santa, quisiera sumergirse hasta el lunes, hasta que se fueran los turistas.
Era otro chiste, una pavada, pero al núcleo básico de los socios fundadores de la peña (Pascual Pina, Ernesto Palacios, Topo Betelú, José Luis Lanza, Juan Ruda, José Rossanigo, Oscar Musso, Cacho Alí, Pepe Cincuegrani y Néstor Di Paola, y perdón si me olvido de alguien), es decir toda gente que sabía perfectamente que todo eso era un chiste que lo disfrutábamos como si fuéramos dinosaurios de un especie extinguida, empezó a sumarse otra gente. Oyentes desconocidos, lectores que no teníamos ni idea quiénes eran, hombres y mujeres que pedían firmar la solicitud de admisión. Por eso mismo, para que el chiste no perdiera su toque original, en un artículo sellamos la clave del ingreso: para poder entrar a la Peña El Atraso había que ser nacido o criado o tener una residencia mínima de veinte años en la ciudad. También fue un chiste subvertir como axioma la máxima del Che Guevara: "Hasta el pasado, siempre!".
La cuestión de la residencia era otro chiste propio de la ideología ultra conservadora de la logia, pero tenía su sentido. ¿Desde cuándo a una logia entra cualquiera, así porque sí? Sin embargo, con el correr del tiempo empezamos a darnos cuenta de que los valores que rescataba la peña -el culto al pasado, el fervor por la nostalgia, el rechazo a la tecnología, la posmodernidad y la globalización, la invasión turística y el progreso del pueblo entendido como transformación edilicia- bueno, todo eso, empezó a ser tomado literalmente.
Llovían solicitudes de admisión de gente que quería lo que la Peña observaba a partir de su slogan fundacional: un Tandil para los tandileros. Era, claramente, un axioma reaccionario, elitista, conservador y retrógrado. A nosotros -los que fundamos la Peña El Atraso- nos divertía ese juego, porque lo era, porque era llevar al límite no solo lo imposible -ir del presente hacia el pasado- sino detener lo que ya estaba ocurriendo por entonces: un empate demográfico entre venidos y quedado y nacidos y criados. Y porque teníamos (y tenemos) amigos que vinieron y se radicaron en la ciudad, y la hicieron suya, en esa migración incesante que empezó a comienzos de siglo y sigue hasta nuestros días.
Era un chiste y por eso elegíamos para reunirnos lugares de fuerte pertenencia histórica: el Bar Firpo, la parrilla Al Ver Verás. Es cierto que todos, en algún punto, teníamos melancolía del paraíso perdido. Como también es cierto que nos divertía elevar jocosamente una consigna reaccionaria en la que no creíamos pero que, de golpe, era representativa hasta la médula en un aluvión de aspirantes a pertenecer a la peña. En joda los comunicados proponían cerrar el pueblo en los accesos, usando como barricada los tres bloques de la Piedra Movediza, o detener el reloj del tiempo y vivir en la temporalidad del pasado. Por ejemplo, nombrábamos a los lugares por lo que habían sido y no por lo que eran: "Nos vemos en el Hotel Palace", decíamos, en vez de nombrar a la Universidad. Nos vemos en el Santamarina, no en la Uni. Nos vemos en el Ideal, no Frawen's.
Un día supimos que el final se estaba acercando. En una reunión de la Peña cayó un tipo que ya había empezado a hacer algunos desastres en la ciudad: el abogado Claudio Castaño, cuya novedad había sido ir a casarse a caballo a la Parroquia del Santísimo. ¿Qué hacía Castaño en la Peña El Atraso? Entre un puñado de socios se debatió su expulsión, aunque faltaban como quince años para que el tipo terminara como está: preso. Pero, ¿cómo echar a alguien de un chiste? Se nos planteó ese dilema. El chiste había mutado a algo que estaba lejos del espíritu fundacional de la logia: algunos se lo estaban empezando a tomar en serio. Una peña que niega la globalización, que desprecia al turista, que abomina de la tecnología de la posmodernidad, que propone alambrar el pueblo para que no entre nadie a más a compartir el sacrosanto aire serrano, en fin, todo ese chiste que intentaba, por antítesis, recrear la atmósfera mágica del Tandil de los años felices, empezó a ser desvirtuado, desenfocado, hasta cambiar el punto de origen: nosotros fundamos la Peña El Atraso para divertirnos. Y vaya si lo hicimos. Y cuando nos dimos cuenta de que empezaban a ser muchos los que en verdad querían poner la marcha atrás en la historia, a ser reaccionarios en serio (y no de ficción, de fantasía), ahí de a poco fuimos espaciando las reuniones, informando que la Peña había pasado a la clandestinidad, hasta que el tiempo y las pérdidas hicieron su trabajo y todo quedó en un recuerdo de aquellos días felices, días de radio y de encuentros y de recuerdos. La peña tuvo su escudo y hasta su pin que supimos lucir orgullosos de haber sido los últimos dinosaurios de una especie poco común, la de saber tomarnos en joda lo que el tiempo nos sacó: el Tandil virginal que vivimos, el culto al barrio y la amistad y la infancia, y la juventud que perdimos, aunque todavía a algunos nos quedan las ganas de reírnos un poco de todo, empezando por nosotros mismos.
Fecha de Publicación: 15/02/2023
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