¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
Un techo propio. Quizás uno de los anhelos más grandes de muchas generaciones. En ocasiones, el motivo por el cual se lanzaban hacia tierras lejanas con la esperanza de un futuro más próspero. Cómo no darle a ese techo, entonces, la relevancia que se merece. Algo así habrán pensado los italianos que arribaron al noroeste del conurbano bonaerense promediando el siglo pasado, con sus valijas llenas de sueños, expectativas y un porvenir por crear. Y así lo hicieron, literalmente: coronaron sus techos con obras arquitectónicas que aún hoy les dan a los barrios de la zona una impronta única. Si vas caminando por allí, no te olvides de mirar para arriba: la magia de esas casas radica en sus tanques de agua.
Villa Bosch, Martín Coronado, Pablo Podestá, Ciudadela, Caseros y Villa Lynch son algunas de las localidades donde se pueden encontrar estas rarezas. Allí, elementos tan rudimentarios como los tanques de agua –que en la mayoría de los casos son más funcionales que estéticos– sobresalen orgullosos con las más variadas formas. Zapatos, barcos, cepillos, cohetes, Telettubies, elefantes, helicópteros y sifones, entre otros, son los elementos representados, que muchas veces tenían que ver con el rubro al que se dedicaba el dueño del hogar. Pero ¿de dónde viene esa costumbre?
Para los italianos que llegaron a nuestro país en los años 50, el sentido de pertenencia era muy importante. Entre amigos y familiares, se iban pasando la data sobre la posibilidad de conseguir un terreno en esa zona del conurbano bonaerense. El lugar se convirtió en un núcleo importante de inmigración italiana, tanto que en su momento se lo conocía como la Pequeña Italia. De esta manera, quienes llegaban al barrio se sentían inmediatamente parte de una comunidad de paisanos, que se ayudaban los unos a los otros.
Para construir las casas (las tan ansiadas casas propias), trabajaban entre todos, en los tiempos libres que les dejaban las largas jornadas de trabajo. Comenzaban con una obra y, una vez concluida, continuaban por la siguiente. La mayoría de estas personas no tenía experiencia previa en construcción, todo era hecho a pulmón. Levantaban las viviendas con sus propias manos y le daban a ese esfuerzo un toque final que se lucía imponente en el cielo. Los tanques de agua personalizados eran la manera que tenían de celebrar, por fin, haber alcanzado el sueño de la casa propia.
El primero que dio con la idea de que el tanque se convirtiera en el foco de atención fue Floro Iannantuono, más conocido como don Fiore. Había nacido al sur de Roma, en la localidad de Campobasso, en 1922. Había trabajado en el campo hasta la explosión de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual fue prisionero algunos años. Llegó a la Argentina en 1948, en barco, como tantos otros de sus coterráneos. Luego, lo siguieron su mujer y su hija mayor. Una vez aquí, construyó su casa en la calle Besadas del barrio de Martín Coronado. Fue entonces cuando decidió que esa no sería una edificación más: sobre el techo, construyó un tanque de agua con forma de barco, para recordar siempre su viaje transatlántico, ese que lo había traído hasta el lugar al que, finalmente, pudo llamar hogar.
Pero don Fiore no se detuvo allí. Comenzó a construir tanques para sus vecinos también, empezando por el zapatero de al lado, a quien le hizo uno con forma de mocasín. A él lo siguieron otros vecinos, cada cual con un requerimiento particular.
Don Fiore y sus paisanos les dieron a estos barrios una identidad singular, que sus habitantes muestran con orgullo, ya que remite a épocas de nuevos comienzos, sueños cumplidos y logros alcanzados. Los tanques de agua se convirtieron en una metáfora del valor del trabajo, de la importancia de la familia y del hogar.
Ya lo sabés: cuando estés de visita por allí, no te olvides de levantar tus ojos al cielo.
Imágenes: Twitter Valenzuela y Resto del Mundo
Fecha de Publicación: 08/08/2021
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