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La Argentina es Independiente

Similitudes entre nuestro amado y bendito país y el club de Avellaneda en conflicto hace años

Así somos
La Argentina es Independiente

No tengo la cruz en mis espaldas de ser hincha de Independiente de Avellaneda. No lo digo por su histórica forma de ver, sentir y jugar al fútbol, con las que coincido como si fuera uno de ellos. El famoso 'Paladar negro' histórico que por fortuna disfruté viendo al hijo pródigo del club, 'El bocha' Ricardo Bochini. Daniel Bertoni campeón mundial 1978. Marangoni, Villaverde, Pavoni, Santoro, Burruchaga, 'el Kun' Agüero... tienen una lista infernal y mi memoria comete injusticia severa por omisión.

Claro que cuando lo veo jugar bien o salir campeón disfruto. Me caen bien los 'diablos rojos'. Vemos el fútbol de manera muy similar.

Sus primos me odiarán por estas declaraciones y a aquellos que lo hagan les recomiendo adentarse un poco más en la nota, con la promesa de que la van a disfrutar.

Escribí solo tres renglones y descubrimos la primera similitud. Acaso la más triste: los dos tienen una historia de riqueza, de abundancia, que hoy ya no existe. Tanto el país como el club del sur del Conurbano supieron vivir momentos de holgura. En los que todo era felicidad, placer, hasta derroche. Eran épocas en las que las cosas se hacían en serio, planificándolas con criterio y pensamientos abiertos, revolucionarios. 

Desde hace cuánto que Independiente sufre ya no lo se exactamente. Igual que con la Argentina

Son décadas. Da lo mismo dos que siete. Es el segundo punto en común, que sale así, fácil. Porque cuando pasás un umbral el punto de retorno está cada vez más lejos. No se si la gente se cansa, pierde las esperanzas o qué pero el no retorno se acerca a pasos cada vez más rápidos. Implacables. Como inexorables. Es lo peor. La pérdida de la fe. Porque convengamos en que mucho no se puede hacer más que tener fe. Ojo: no digo 'nada'; digo 'mucho'.

Y el índice de resignación es lo peor. Porque es como la caída de un avión en espiral. Incontrolable, vertiginosa, fatal. La resignación alimenta al mal y le saca las ganas de hacer a la gente que tiene buenas intenciones. Pero también se las saca a los bienintencionados inteligentes. Porque es muy difícil meterse en un lugar extremadamente demandante en donde las papas queman y en donde las posibilidades de fracaso son mucho más altas que las de éxito.

Todo se vuelve borroso. Es como si estuviéramos anestesiados. Como si nos hubieran dado una piña en el mentón y dejado groggys en la lona.

¿Cuánto hace que no protestamos por nada serio? Protestar de verdad digo. Salir a la calle. Cacereolar. Aplaudir. Gritar. Algo. Cortar una calle, putear en la cancha o gritar contra los dirigentes en el hall del club. Hasta ahí llegamos. Si no salimos del letargo, esta vez nos van a comer los piojos.

Quizá la inacción es por haber hecho mal

Quizá estamos acobardados porque 'la culpa' es nuestra. Porque otra gran coincidencia es que tanto los hinchas como los argentinos votamos a quienes llevaron a la ruina a Independiente y al país. Una y otra vez votamos muy mal.

Si sentir culpa es lo que nos deja inertes (a algunos los dejó sin vida literalmente), es hora de pensar en que no mejoramos nada desde la culpa y la inacción. Que mejor tomar cada acto como un aprendizaje. Analizar lo que quisimos hacer y no salió como esperábamos. Por qué razones resultó así. Sobre todo, pensar en cómo podemos mejorar las cosas. Y seguir ese camino.

Tanto en Independiente como en el país han votado enojados contra administraciones anteriores a personajes que desde el vamos se sabía que llegaban para robar. O si querés se sabía que no tenían la más remota chance de hacer las cosas bien. El pasado los había condenado (no así la Justicia, lamentablemente). Miraron impasibles cómo la gente que se sabía que iba a hacer mal las cosas, efectivamente las hacía mal. Y callaron. Chito la boca. En ambos casos al que vino después le dieron dos meses para que arregle años de descalabro que ellos mismos votaron y perdón si me reitero: sabiendo que iba a salir mal. Al que vino después no le tuvieron la paciencia que le tuvieron al que pusieron para que rompa todo.

¿Quizá eso pasará a nivel país en 2024?

Esperemos que no. ¿Pero de qué depende? La primera lectura es de no dejarnos engañar como chicos de tres años al que le muestran un muñeco de Buz Lightyear y le dicen que vuela de verdad.

Porque yo creo que no somos muy inteligentes, pero de giles no tenemos nada. El hambre incluso te espabila. Es decir: nos dejamos engañar. Y no es desinterés. Hay como un brillo cuando hay que renovar autoridades. Hay un deseo que a veces termina en algarabía que siempre dura tres minutos que sabemos que son los que va a durar.

Volvamos al paladar negro

Podemos volver al paladar negro, claro que sí. Todo el tiempo salen fenómenos de las inferiores. Siempre hay gente con voluntad e inteligencia para hacer las cosas bien. El dinero para reconstruir termina apareciendo cuando hay ideas, planes sólidos y serios.

Pensemos en eso antes de votar. Analicemos por una vez en la vida mirando más allá de la urgencia. Porque con la urgencia no nos salió bien. Parecemos el loco que se quiere escapar del manicomio por la ventana y tiene la puerta abierta pero no la mira. Pero lo único que hay de locos acá es que todo ésto lo sabemos en lo más profundo nuestro. Ya parecemos pelotudos más que locos. 

Seamos leales con nosotros mismos. Como en los 50', en donde nadie iba a hacer un foul 'táctico' ni pegar a propósito porque era un deshonor. Y lo es. La deslealtad es un signo de inferioridad no de viveza. Empecemos de nuevo por nosotros mismos. Por creer. Por confiar en que podemos hacer las cosas bien. Tener un gran país de nuevo. 

Como lo hicieron nuestros abuelos, como lo hacen los grandes equipos cuando pierden, agachemos la cabeza y trabajemos más duro. A fines de los 40' Alemania estaba devastada por el impacto de la segunda guerra mundial. Japón destruido por el efecto de dos bombas atómicas en dos ciudades clave. Nosotros, el sexto país más rico del mundo. Se puede. Con humildad y trabajo. Con respeto, ideas y pensando en el futuro. Quizá en el de nuestros hijos más que en el nuestro. 

Pero antes de protestar por un penal que nos cobraron en contra y reputear al árbitro y amenazar al del VAR y decir que la tecnología no sirve, que en la Argentina no se puede, aprendamos las reglas de juego. Que creemos que las sabemos pero no. Mirémonos el ombligo. Estamos grandes. Estamos perdiendo las pocas oportunidades que nos quedan para volver a ser grandes.

Y salir del infierno.

 

Imagen: Twitter Independiente

Fecha de Publicación: 20/04/2023

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