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Ir a la secciónBuenos Aires - - Sábado 28 De Enero
Entre las imágenes más conocidas del reino animal, el castor sobresale como uno de los personajes más amigables e inteligentes. Su cola escamosa y su creatividad para modificar el medio ambiente convierten a este roedor semiacuático en el ingeniero de la naturaleza. En el mundo de los dibujitos animados, se lo presenta como un animalito simpático y audaz. Los habitantes de Tierra del Fuego, sin embargo, tienen una visión distinta a la de Disney y Warner: son conscientes de que el paisaje de la isla corre peligro debido a la invasión del castor.
Los bosques de Tierra del Fuego y la región austral chilena son conocidos mundialmente por su magnífica conservación. Informes recientes de organismos medioambientales ubicados en ambos distritos alertan con gravedad sobre la alteración de la biodiversidad zonal debido al peculiar roedor.
El cambio más drástico sucede en el impacto paisajístico: se estima que los castores llevan construidos 600 mil diques entre ambas naciones y, solo en Tierra del Fuego, destruyeron una superficie boscosa equiparable a dos CABA. Allí donde se erguían lengas y ñires, ahora hay bosques muertos por ahogamiento. Además, el desvío de cauces fluviales y la reducción cuantitativa de otras especies animales son otros de los motivos por los que los fueguinos no ven al roedor como el amigo que Disney presenta.
El hábitat natural del castor es el bosque, pero eso no significa que puedan vivir en equilibrio con cualquier bosque. La convivencia entre los fueguinos y estos roedores es un suceso relativamente nuevo, ya que el animal no es autóctono. El Castor Canadensis, más morrudo y petiso que su primo asiático (el Castor Fiber), nada tiene que ver con el fin del mundo y sus alrededores.
Con el objetivo de que se reproduzcan y fomentar una industria con su pelaje, entre la década del 40 y la del 60 fueron introducidas distintas camadas de esta especie. No es muy difícil imaginar la sorpresa y curiosidad que suscitó el roedor emblema de norteamérica, por aquellos años, en la población de Tierra del Fuego. Pero el negocio salió mal y los castores quedaron abandonados a su suerte, en tierras desconocidas (no obstante parecidas) a las suyas. Los fueguinos se acostumbraron y la naturaleza pareció seguir su curso.
A más de sesenta años de su desembarco, el castor vuelve a ser protagonista. Esta vez no es por la simpatía que despiertan sus particulares características, sino por un hecho que presenta un dilema por lo menos ético: a falta de un depredador natural, el humano debe hacerse cargo de sus errores pasados y ocupar ese lugar.
Los bosques de los Estados Unidos y Canadá están repletos de lobos y osos, predadores naturales de los castores. A pesar de no haber mamíferos que amenacen su existencia en la Patagonia, ellos construyen sus represas como mecanismo de supervivencia. ¿Por qué en el norte del continente este animal no representa una amenaza para las especies arbóreas? La respuesta es simple: son otros los árboles que crecen allí. Sauces, abedules y arces son la dieta natural del castor americano. También son especies que se autoregeneran mucho más rápido que las lengas y los ñires patagónicos.
A pesar de la desmitificación sobre el animal que conlleva la visión de los fueguinos, existen posturas contradictorias en cuanto a la cuestión. A través de un programa de la ONU de protección ambiental, se han puesto en marcha tareas de caza y control del castor. Desde el otro lado, distintos organismos de Derechos Animales han denunciado que la caza del roedor se realiza de manera cruenta y que los resultados no son positivos.
El aprendizaje más evidente que puede extraerse de los hechos es que, cuando el humano interviene bruscamente en la naturaleza, pueden haber consecuencias inimaginables. En menor medida, otra conclusión es que la naturaleza es más compleja y no está tan a bajo nuestro control como lo pensamos.
Fecha de Publicación: 22/04/2021
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